El Brexit no es una idea que surgió espontáneamente, es la consecuencia inevitable de un proceso que viene de décadas atrás. Viví la mayor parte de mi vida adulta en el Reino Unido, sin intención de radicarme de forma permanente, por lo que paso a relatar las observaciones desapasionadas de un espectador de primera mano.
La génesis viene de la mismísima firma del Tratado de Maastricht. Era un tratado complejo, en que se había buscado mantenerse en la órbita de la Unión Europea pero negociando dos excepciones clave para Gran Bretaña: no comprometer una decisión en lo relativo a la moneda común (luego Euro), y no adoptar el capítulo social, que en resumidas cuentas atendía a la preocupación de tener las reglas de juego en el mercado laboral dictadas desde el continente. Hubo referéndums de ratificación en países en que eran requeridos para cambiar la Constitución, dado que implicaba concesiones de soberanía. En Gran Bretaña no hubo referéndum, creando la piedra en el zapato que marcó los siguientes 20 años.
El Primer Ministro John Major era un hombre decente, como todos los que aceptan el cáliz envenenado de suceder a quienes marcan una época: Margaret Thatcher, sucedida por John Mayor; Tony Blair, sucedido por Gordon Brown; David Cameron, sucedido por Theresa May. Es una particularidad propia del sistema parlamentario. Una vez que el líder incuestionable pierde las mayorías de su propio partido es señal de que se está agotando un ciclo, y el partido alegremente le refrenda el liderazgo a un buen soldado, un servidor público intachable, que avanza inexorablemente a la derrota mientras sus huestes se ocupan en posicionarse para el después.
Si bien logró firmar el alto al fuego con el Ejército Republicano Irlandés, su posición en cuanto a Europa lo condenó. Fue él que convenció a Margaret Thatcher de entrar en el Mecanismo Europeo de Cambio (MEC). Fue él que negoció la firma y excepciones de Maastricht. Fue él que sufrió la humillación del Banco de Inglaterra a manos de las especulaciones de George Soros, sucedida por la expulsión del MEC. Quiso una Gran Bretaña que fuera parte de Europa bajo sus propios términos, y acabó en un vacío en que Europa no lo quería, los británicos eurófilos tampoco, y los euroescépticos aún menos. Transitaba solitariamente el camino correcto rodeado de visiones extremistas por lo que sobre el final, aún en sus mejores momentos, parecía una liebre encandilada.
En Gran Bretaña no hubo referéndum por el Tratado de Maastricht, creando la piedra en el zapato que marcó los siguientes 20 años
En este contexto surge un nuevo líder en el laborismo. Un hombre de una retórica brillante, apoyado en un Secretario de Prensa a la misma altura. Tony Blair y Alastair Campbell, pura dinamita, juntos crearían el “Nuevo Laborismo”, la “Tercera Vía”, y tejerían una visión del futuro mucho más atractiva que el caos que rodeaba a la liebre encandilada. En mayo de 1997 lograrían la mayor victoria electoral de la historia del laborismo, con el 43% de los votos pasó a controlar dos tercios de los escaños mientras los Conservadores (Tories) perdieron más de la mitad de los suyos.
Imagen rejuvenecida aparte, esto resultó de una propuesta simple: un referéndum sobre el asunto europeo. Recuerdo el día de la elección, rodeado de estudiantes eufóricos, le pregunté a varios el porqué de sus festejos siendo que provenían de bastiones Tory, y ciertamente no eran laboristas. La respuesta era simple: “En mi partido no se ponen de acuerdo, así que voté a Tony, él nos va a dar el referéndum que queremos”. Les aclaré que no iba a haber tal referéndum, pero insistieron, ya algo consternados con mi profunda ignorancia. Volví a aclararles,
“Estrictamente, lo que Tony Blair dijo es que no se avanzará más en las concesiones a Europa sin un referéndum. Tony Blair es pro-Europa y nunca va a tener ninguna garantía de ganar un referéndum, por lo que no lo va a convocar. ¿Me están diciendo que acaban de votar a un pro-europeo pensando que les va a dar la chance de votar contra Europa? Me saco el sombrero, el tipo es un fenómeno”.
Hizo un buen gobierno, sin dudas, pero el tema del referéndum lo acompañaría como una sombra. Cuando finalmente se adoptó el Euro, se salía de la vaina por adoptarlo. Entendía que con el respaldo del que gozaba podía imponerse y sobrellevar las críticas. Gordon Brown, su Ministro de Economía, se le plantó en el camino recordando la promesa de no avanzar sin referéndum. En otras palabras, le planteó el desafío de que cualquier movimiento en ese sentido llevaría a una lucha por el liderazgo. No un cambio de partido gobernante sino algo mucho más sencillo: Tony con su Euro, o Gordon reivindicando la promesa de referéndum. Murió así el sueño del Euro.
Muchos jóvenes apoyaron a Tony Blair con la esperanza de que se hiciera un referéndum sobre Europa
Ya hacia 2005 se le agotaba el crédito. Hacía tiempo que se venía gestando una nueva Constitución Europea que implicaba mayores concesiones. En su programa de gobierno para la reelección, ya sintió la necesidad de prometer el dichoso referéndum y, por si había dudas, aclarar que la posición oficialista sería apoyar el “Si”. Ganó las elecciones, pero los primeros dos referéndums europeos fueron contrarios, por lo que pospuso el de Gran Bretaña indefinidamente.
Los eurócratas no perdieron el tiempo y modificaron “Constitución Europea” por “Tratado de Lisboa”, que materialmente era lo mismo, pero excusaba a todos los gobernantes que habían prometido un referéndum sobre la Constitución Europea. Cuestión de semántica, pero fue eso precisamente que argumentó Blair.
Irlanda fue el único país que llevó el Tratado de Lisboa a referéndum. Tuvo que hacerlo dos veces, ya que la respuesta a la votación en contra fue que se habían equivocado. Ningún miembro de la Unión Europea podía serlo sin aceptarlo, por lo que debían seguir votando hasta lograr el resultado “correcto”.
Tony Blair había iniciado su mandato con un 80% de aprobación. Una década después salía por la puerta de atrás, no por la gestión de su gobierno, sino por acumulación de promesas incumplidas y medias verdades. Hoy cuenta con una aprobación del 14% y desaprobación del 74%. La valoración neta de -60% se mantiene incluso dentro del laborismo. Irónicamente, el mayor promotor de una Gran Bretaña integrada y “en el corazón de Europa”, ha sido quizás el mayor artífice del Brexit.