La integración regional Latinoamericana, y en especial el Mercado Común del Sur (MERCOSUR) han sido, repetidamente, condenados a muerte, desde su inicio. No hay duda que hay un sinnúmero de fracasos, pero también es así que los latinoamericanos vuelven obstinadamente a retomar al camino integracionista. Muchas veces, volviendo a recrearse en iniciativas más ambiciosas en el marco de nuevas dimensiones de integración. Muchos dirían que esto es pura poesía, una suerte de ambición quijotesca o balada para un loco en el terreno de la política y la economía. Creo que esto es equivocado. Para entender este fenómeno hay que entender el origen mismo de las iniciativas integracionistas.
Hay quienes ven como originaria en los años ochenta, en procesos que llevaron a la creación del Mercosur en 1991, dentro de lo que se denominó ‘nuevo regionalismo’ o ‘regionalismo abierto’. Antes del nuevo, había también un ‘viejo regionalismo’, que fue la ola integracionista que comienza con la creación de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) en 1948, y da lugar posteriormente a la creación del Mercado Común para América Latina (ALALC) en 1961. Pero muchos de quienes impulsaban estas y otras iniciativas, estaban marcados por un ‘acervo’ integracionista latinoamericano, invocando nombres, conceptos y experiencias acumulados durante décadas.
La resiliencia del integracionismo latinoamericano mantiene dos elementos centrales, la búsqueda de autonomía y desarrollo
No hay duda que la iniciativa de Simón Bolívar, de un Congreso Hispanoamericano, en 1826, ha sido y sigue siendo una gran fuente de inspiración. Pero hay ideas anteriores, como la Unión Ibérica y distintos conceptos supranacionales relacionados a la latinidad que son relevantes. Muchos de estos invocados por conocidas personalidades de la cultura o políticos, tanto en Europa como América Latina. Esto no es pura poesía, como dicen algunos. Son expresiones nacionales con objetivos geopolíticos, que han inspirado e inspiran fuerzas políticas y económicas. Aquí hay parte de la explicación sobre la resiliencia de la integración regional.
Otra parte está relacionada a una visión del mundo, de posicionamiento ante los cambios en el sistema internacional. Desde esta perspectiva diría que las iniciativas integracionistas no son de ‘derecha’ o ‘izquierda’, aunque muchas veces se puedan presentar así. Responden a una profunda necesidad de ser sujeto y no objeto del sistema internacional. Muchas veces expresada en forma de identidad nacional y cultural.
Volviendo al comienzo, ya Bolívar era muy consciente de las limitaciones de las emergentes repúblicas hispanoamericanas. Por más apoyo que recibieran del Imperio Británico durante la gesta independentista, sabía de su interés en acuerdos comerciales que ponían en desventaja el desarrollo económico de los nuevos estados. En otra dimensión, se veía como necesario el mantener la cooperación militar que fue absolutamente trascendental para derrotar al imperio español. Para contener eventuales intentos de reconquista, así como continuar con la iniciativa ofensiva donde la independencia de Cuba jugaba un papel central. También había un recelo por la soberanía con respecto a intereses imperiales de otras potencias europeas, así como de los Estados Unidos en el norte americano.
Las iniciativas integracionistas no son de ‘derecha’ o ‘izquierda’, aunque muchas veces se puedan presentar así. Responden a una profunda necesidad de ser sujeto y no objeto del sistema internacional
Desde este punto de partida hasta nuestros días, la resiliencia del integracionismo latinoamericano mantiene dos elementos centrales, la búsqueda de autonomía y desarrollo. Más allá de distintas fuerzas políticas, formatos e ideologías en los proyectos de integración latinoamericanos, estos dos elementos son una constante en el tiempo. El Mercosur, por ejemplo, fue iniciativa de políticos y partidos catalogados como de ‘derecha’ o ‘neoliberales’, y posteriormente se transformó en un pilar de la política exterior de quienes se presentaban como la antítesis de esas posiciones políticas.
A modo de conclusión, no se termina el integracionismo porque hayan cambiado las constelaciones en el poder. El instinto autonomista en pos de soberanía y la necesidad de desarrollo económicos, seguirán inspirando actores hacia la integración en nuevos formatos e identidades. Sobre todo, en el momento actual donde el otrora ímpetu ‘globalizador’ pasa a canalizarse aún más a través de iniciativas regionales. Por un lado, a través de la ‘geopolítica de los débiles’, integración entre estados de menor peso en búsqueda de dimensiones comunes de estado. Por otro, en la ‘geopolítica de los fuertes’, consolidando poder en espacios geopolíticos regionales, en algunos casos buscando proyección hacia ‘estados continentales’. El reciente acuerdo comercial entre países africanos es un ejemplo de lo primero, la confirmación de un acuerdo norteamericano por parte de Estados Unidos o la unión aduanera euroasiática promovida por Rusia, ejemplos de lo segundo.