Hace pocos años un grupo de jóvenes artistas argentinos, del barrio de Boedo, cruzaron a Montevideo para realizar una serie de murales en la ciudad. Uno de ellos lo dedicaron a Alberto Methol Ferré (1929-2009) en la escalinata que está frente al edificio sede del Mercosur. Al costado de la imagen del homenajeado puede leerse: “Unión Sudamericana para ser actores y no coro de la historia”.
El Mercosur es uno de los hitos más importantes en la historia de la integración regional. Desde el siglo XIX Bolívar sentó las bases del latinoamericanismo y Monroe del panamericanismo, dos corrientes que se manifestaron a través de distintas expresiones, foros e instituciones que se fueron desarrollando. El latinoamericanismo tuvo grandes referentes intelectuales y políticos, que sin lugar a dudas dejaron su huella en movimientos culturales, universitarios, gremiales y diplomáticos, permitiendo una acumulación significativa. Pero fue recién con la creación del Mercosur en 1991 que ese latinoamericanismo encarnó en un proyecto geopolítico concreto, fundamentalmente por la alianza argentino-brasileña, junto a Paraguay y Uruguay.
Con el Mercosur se implica potencialmente a toda América del Sur. El ingreso definitivo de Venezuela al bloque en 2012 supone el involucramiento de las tres principales cuencas hidrográficas del continente como son la del Plata, la del Amazonas y la del Orinoco. Así como en Europa la integración se ha sustentado en la alianza de Francia y Alemania, aquí también tenemos una exigencia similar, de ser una zona de paz, de libre tránsito e intercambio de bienes y personas, y de lograr una gestión soberana y sustentable de los recursos naturales que apunte al desarrollo industrial, científico y tecnológico.
Solo con un Mercosur fuerte nuestros países serán actores de la historia que les toca vivir, inmersos en un mundo de grandes Estados-continentales como Estados Unidos, China, India y Rusia y de potentes bloques como la Unión Europea, la Asean y la Unión Africana. Ser actores significa tener capacidad de autodeterminación, de decisión en los grandes debates internacionales y de invención en esta sociedad del conocimiento.
Hecha esta introducción, que subraya el espíritu mercosuriano que anima estas reflexiones, hay que decir claramente que los objetivos de integración todavía están muy lejos de ser cumplidos. La prueba más evidente es la situación marginal de América Latina en la actualidad, contemplando los acontecimientos mundiales como espectadora, sin haber logrado avanzar en una mayor industrialización y democratización a pesar de los ciclos económicos favorables, con un bajo comercio intrarregional, con fuerte dependencia extranjera en lo financiero, en materia de inversiones y de comercio exterior.
Lo que está fallando no es la integración, es la no-integración. El Mercosur ni siquiera logra ser una zona de libre comercio entre los países miembros. Tampoco alcanzamos a tener un arancel externo común. Y muchos menos lograr un mercado común. La integración física avanza pero lentamente, cuando en otras regiones del planeta el cabotaje fluvial y el ferrocarril son pilares. No hemos podido crear una red de universidades e instituciones científicas.
El Parlasur todavía es para muchos de sus representantes una mera caja de resonancia de sus discusiones internas, una tribuna para aumentar el eco de las disputas políticas domésticas. En cuanto a la agenda externa, el Mercosur no ha logrado firmar ni un solo acuerdo significativo que nos permita entrar en los grandes mercados con las mismas condiciones que nuestros competidores.
A Brasil y Argentina, en ese orden, les corresponde la mayor carga para que la integración funcione. No es por restarle compromiso a los socios menores, pero claramente el liderazgo lo tienen que ejercer los más grandes del barrio. Esta responsabilidad va más allá de los gobiernos de turno o de orientaciones ideológicas, requiere una política de estado en favor de la integración, que contemple las asimetrías y los ámbitos de convergencia.
Cuando el presidente o el canciller uruguayo transmiten alguna de estas críticas al seno de las cumbres del Mercosur lo hacen interpretando una preocupación existente y real. Y que no es lo mismo a la prédica antimercosuriana que todavía anida en algunos recintos académicos. Aquellas inquietudes sobre el funcionamiento deben ser escuchadas y asimiladas. Porque de poco sirve plantearse la creación de nuevas plataformas regionales o nuevos objetivos de integración si no resolvemos primero lo fundamental.
Seré honesto, porque es muy fácil reclamar visión estratégica afuera cuando no se hacen los deberes en casa. En Uruguay no hay una política de estado para la integración, sino esfuerzos puntuales, aislados, tanto en la administración pública como en la órbita privada. Si se toman en cuenta bienes y servicios el Mercosur es el principal destino de las exportaciones de Uruguay y las oportunidades derivadas de una mayor interconexión son enormes. Considero que debería estudiarse seriamente la existencia de un Ministerio de la Integración Regional, porque además nuestra Constitución en su artículo 6º establece que “La República procurará la integración social y económica de los Estados Latinoamericanos, especialmente en lo que se refiere a la defensa común de sus productos y materias primas”.
La globalización a los uruguayos se nos está haciendo muy pesada. Siendo que nuestra economía depende principalmente de la oferta agroexportadora y el acceso a mercados, en un mundo que se ha cerrado, que impone trabas arancelarias y para-arancelarias. Pero también porque para acceder al crédito internacional cada vez más se exige la implementación de políticas de tercera generación diseñadas en otras latitudes. Y adicionalmente, porque para lograr recibir inversiones de capital se han tenido que dar concesiones y condiciones excepcionales en materia tributaria, firmando en varios casos contratos de adhesión con poderosas multinacionales. Todo esto, ni más ni menos, en el marco de una creciente polarización entre Estados Unidos y China, que también presionan.
Con el respeto que me merecen ambas investiduras, quiero creer que algún mal consejero sugirió al presidente uruguayo jactarse frente a los argentinos de su gestión contra el coronavirus y otro mal consejero sugirió al presidente argentino ironizar sobre la sequía en Uruguay. Vaya si precisaremos mucha grandeza y visión estratégica para tener una acción común frente a los desafíos que toca enfrentar, para hacer valer la enorme riqueza en alimentos y energía, y para combatir el crimen organizado, entre tantas cosas.
Este año se cumple el 50 aniversario del Tratado del Río de la Plata y su frente marítimo. Un verdadero ejemplo de política de integración, con visión de Estado, que resolvió un largo diferendo entre Argentina y Uruguay por la demarcación de límites y la explotación de los recursos. Aquel espíritu es el que se necesita hoy, renovado.
TE PUEDE INTERESAR