En España están pasando muchas cosas, lógicamente. Pero a veces, como decía Ortega y Gasset, no sabemos lo que nos pasa, y eso es lo que nos pasa. Por ejemplo, en la política. Pedro Sánchez, el candidato más votado, propugna no un proyecto político de partido, sino un proyecto personal. Por lo tanto, se está produciendo una mutación profunda en el sistema. Un sistema que, tarde o temprano, tendrá que cambiar, pero no sin la historia, es decir, sin la primera Transición política que debe hacer posible la segunda.
Un caso. En nuestro sistema es difícil que un solo partido político pueda contar con la mayoría absoluta de los votos del Parlamento. Para lograrlo necesita apoyos de otros. Ahí entran en juego, por la Ley electoral, los partidos nacionalistas, que ya desde los años 80 han venido advirtiendo a los sucesivos gobiernos que, si querían contar con su apoyo parlamentario para gobernar, habrían de atender, muy por encima de sus pesos parlamentarios, a sus demandas de cesiones de competencias del Estado o de transferencias de dineros del común.
Los partidos que se denominan nacionales, PSOE y PP en el gobierno, se han sentido obligados a aceptar. Incluso cuando están en la oposición o no consiguen una mayoría absoluta, como ocurrió en 2012, o cuentan con alguna solución momentánea, no dejan de ofrecer pactos a los nacionalistas pensando en momento posterior.
Por lo tanto, dos o tres grupos políticos minoritarios se han impuesto así a la voluntad general de los españoles. El Partido nacionalista Vasco, y la antigua CIU, ahora no se sabe muy bien si Junts per Catalunya o lo que queda de ella. Es ingenuo pensar que no van a seguir así. De hecho, el socialista de sí mismo Pedro Sánchez debe conseguir los apoyos, o la abstención, de las formaciones nacionalistas, y de las radicales ERC, EH Bildu, además de la de Unidas Podemos, la izquierda más bolivariana que hay en Europa.
Este hecho histórico ha provocado la aparición de fenómenos como Ciudadanos, en el arco socialdemócrata de centro, y de VOX, en la derecha más conservadora. Partidos que marcan su identidad con rotundas manifestaciones en favor de la unidad de España. Pero ahí hay también una diferencia entre los que se muestran radicales y no ceden a los nacionalistas, y los que se suben a la dinámica precedente. Sería seguir en la misma senda que llevamos recorriendo desde los años 80. Ceder siempre en algo que eleva el suelo desde el que se produce la siguiente reivindicación.
Hace más de una década que el Presidente de la Generalidad Sr. Montilla, socialista y de origen andaluz, declaró con orgullo que el Estado ya prácticamente no existe en Cataluña.
Parece que, superada la actual tensión, en cuanto se haga pública la sentencia a los políticos presos actores del “Procés”, el levantamiento contra el Estado del pasado 1 de octubre de 2018, vamos a seguir yendo más lejos en Cataluña. Políticos que han sido procesados por el delito de rebelión según el Código Penal vigente. Cierto que el delito de rebelión exige el elemento de “violencia”, y que para muchos la violencia ha de ser necesariamente física.
En el juicio las actuaciones se relataron múltiples actos de violencia física, concretamente 634. 259 denunciados por los Mossos de Esquadra. Toda España lo vio una y mil veces por televisión: la noche en que los independentistas mantuvieron retenidas en el Departamento de Economía autoridades judiciales y guardias civiles; las tomas de colegios electorales las vísperas de las votaciones, impidiendo la entrada de la Policía Nacional; Policías corriendo para subirse a sus vehículos en marcha, huyendo de masas enfurecidas que les persiguen…
Las preguntas que surgen son muchas. ¿Es que acaso en los últimos 40 años hubo alguna mesa de supuesto diálogo con nacionalistas en que se haya podido tratar de algo distinto a la progresiva reducción de facultades y medios del Estado?
Concederemos el tema del autogobierno. ¿Tendremos que acabar llevando tierras desde Castilla para ganar espacio al Mediterráneo y así ensanchar el Poder autonómico?
Una reflexión con distancia nos lleva a pensar que en los próximos meses el sistema político camina hacia su final. Si se produce la fragmentación de España, hará explotar por simpatía nuestros restantes problemas y razonablemente nos situará en el fin del régimen actual.