La lluvia y el frío de la noche del viernes pasado parecían conspirar contra la fiesta aniversario de la sociedad nativista más antigua de América, sin embargo –cosas del cielo– cuando los centenares de gauchos a caballo, tras pernoctar en la Rural del Prado, venidos desde distintos rincones del país, muchos de ellos con sus familias, se levantaron a tomar mate, desayunar y ensillar, el sol se abrió paso entre las nubes y formó la bandera nacional en lo alto para dar un marco patriótico a un día frío pero radiante, como merecía la ocasión.
Cuando el doctor Elías, médico destacado en fines del siglo XIX, dio forma a una idea que le dominaba desde su niñez en Sarandí del Yí, Durazno, y reunió un grupo de amigos con similar pensamiento criollo y fundó eligiendo exprofeso la fecha de la patria americana, el 25 de mayo de 1894, la denominada “Sociedad Criolla”.
Entre aquellos primeros “paseos criollos” de ciudadanos vestidos de gauchos –para reivindicar su inmerecido olvido– asomaban al europeizado Montevideo inmigratorio y el desfile patrio que tuve ocasión de presenciar y disfrutar este sábado 25, hay un hilo conductor que no deja felizmente de cumplir años y años: la tradición por lo nuestro, lo criollo, lo oriental.
La fundación de la Sociedad fue precedida de una cabalgata por diversos lugares claves de la capital, con una cincuentena de vecinos notorios en la sociedad montevideana con pilchas, aperos y caballos para celebrar al día siguiente, en ocasión de las fiestas mayas, la asamblea fundacional en el entonces local Cuna del circo Podestá en la calle Mercedes.
Así fue como el centenar de patriotas presentes, todos con la idea fija de reconocer con dignidad el pasado fermental de la orientalidad y el americanismo, que al gran influjo de élites de modos europeos –y afrancesados, en particular– conspiraba en la sociedad capitalina una y otra vez, dejando en un desagradecido olvido la figura del gaucho oriental.
Este sábado 25 –como dije– vi venir la columna multicolor y algo desprolija de jinetes con sus banderas y estandartes por la avenida Libertador hasta rodear la plaza Independencia, donde directivos de la Sociedad Criolla y las numerosas aparcerías del interior y con la grata presencia de los hermanos argentinos, representados con una delegación maravillosamente ataviada en vestidos y aperos de gala.
El toque de clarín del blandengue dio una emoción particular a la ofrenda floral en el imponente bronce del general Artigas y un grito de “¡Viva la patria!” tuvo un coro altivo de respuesta: “¡Viva!”.
Abrió la marcha del desfile la fanfarria del batallón de blandengues con sus cureñas y escoltas, tras ellos una impresionante multitud de jinetes: son los criollos de 2024. Vimos entre tantos a Castiglioni, Mezzera, la señora Assunçao, familiares de Regules. Iturria, Correa y centenares de jinetes con sus banderas patrias y las de su grupo y localidad: ¡Un verdadero cuadro de galería!
El trote de los pingos en el asfalto hace un ruido especial que seguramente resonó en las ventanas del Montevideo ciudadano, que tantas veces se olvida del campo, su gente, sus costumbres, su producción y su gran sacrificio diario.
El alto frente a El Entrevero de Belloni contó con el saludo de la presidenta de la República en ejercicio, Beatriz Argimón, junto a invitados especiales, varios integrantes del cuerpo diplomático y autoridades diversas, Ana Olivera, Alonso entre otros.
Otra parada ritual y simbólica fue en el monumento a El Gaucho de Zorrilla, pudiéndole brindar al destinatario de la fiesta un merecido saludo.
Siguió el desfile por 18 de Julio, Minas y vuelta al Prado, donde un asado criollo en un grato ambiente de confraternidad y alegría recuperó energías a la multitud.
Sin duda y con congoja se sintió la falta del socio y firme animador de la “Criolla”, recientemente fallecido a temprana edad, el Dr. Carlos Paravís, médico y destacadísimo folklorista continuador de su padre, el célebre Santiago Chalar.
Caía la tarde y los visitantes apuraban sus aprontes para la vuelta, caballos a los camiones, bultos, enseres y el mate de la tarde para el viaje de regreso, contentos todos con su participación en una fecha histórica.
¡Qué jornada especial! ¡Qué suerte que fui!
Estos hombres de hoy, de la más distintas extracciones sociales y geográficas, son leales a sus principios criollos, como esas damas acompañantes, esas jóvenes de falda engalanando sus pingos y sus niños –futuros padres– apenas sostenidos en su recado, pero solitos vivando la patria, como sus padres. ¿Qué más?
Mario Raggi
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