Las elecciones del 30 de julio de 1916 significaron, en el devenir histórico de nuestras instituciones, el primer duradero cimiento sobre el cual se edificó nuestra república y sobre el cual se sentaron las bases de la paz civil y ciudadana.
No hay que olvidar que desde los inicios de nuestra vida como nación independiente y soberana, las guerras civiles y los levantamientos armados entre blancos y colorados eran moneda corriente, y en este escenario de reñidas polaridades, el desarrollo del país y los intereses nacionales quedaban relegados.
El tema de fondo estaba en la Constitución del 18 de julio de 1830 en el que el sufragio era censitario, o sea la ciudadanía estaba limitada únicamente a quienes supieran leer y escribir, quedando fuera del sistema electoral mujeres, esclavos, peones jornaleros, deudores del Estado, alcohólicos, procesados con causa penal o aquellos que tuvieran incapacidad física y moral. En un país con una población radicada principalmente en el medio rural, donde no había libros, el sufragio censitario hizo que solo un pequeño porcentaje de la población –entre un 3 y un 5%, alrededor de unos 50.000 habitantes en un país de un millón– tuviera derecho al voto.
Esas circunstancias motivaron un descrédito de la institucionalidad por parte de la población rural y fueron el origen de innumerables enfrentamientos armados que tenían como causa un trasfondo político que no hallaba puntos medios, todo lo contrario. Sin embargo, con la derrota de Saravia que había buscado por la vía de las armas la defensa de estas libertades, las negociaciones de paz en Aceguá posibilitaron que esta situación cambiase.
Aparecieron en aquel momento dos actores fundamentales de la construcción republicana del Uruguay, el Dr. Pedro Manini Ríos que desde 1904 era secretario del caudillo militar colorado, el Cnel. Pablo Galarza, y el Dr. Luis Alberto de Herrera, los cuales protagonizaron uno de los eventos más importantes en lo que tiene que ver asentar la solidez institucional de este país.
“Finalizada la contienda armada fue Manini el verdadero negociador de la Paz de Aceguá. En aquellas largas jornadas de cabildeos –donde se alternaban las discusiones crispadas con las distendidas conversaciones a la hora del mate en torno al clásico fogón criollo– selló una amistad hasta el fin de su vida con el joven negociador de la contraparte blanca, Luis Alberto de Herrera. Y allí fue donde coincidieron en que la Constitución de 1830 debía ser reformada si es que se quería aventar para el futuro el germen de la violencia que periódicamente sacudía a la República: las libertades públicas debían comenzar con la universalidad del sufragio y sus garantías” (Hugo Manini Ríos, La Mañana, 26-6-19).
Fue así que a través de ese diálogo entre dos facciones que hasta ese momento se consideraban diametralmente opuestas, surgió el embrión de lo que verdaderamente significaba la construcción republicana en un país escindido por la violencia.
Sin embargo, hubo que esperar a los acontecimientos de la segunda década del siglo XX para que Pedro Manini Ríos y Luis Alberto de Herrera dieran los pasos decisivos para realizar la necesaria reforma constitucional que consagrase el sufragio secreto y universal.
En 1913 Manini funda el Partido Colorado Fructuoso Rivera, y en 1915 funda la Federación Rural junto a Luis Alberto de Herrera y José Irureta Goyena. Y en vísperas al año 1916 se convirtió en “el actor principal del acuerdo con los blancos de cara a las elecciones para la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente para reformar la Constitución de 1830, y logra con el gobierno de Feliciano Viera hacer prevalecer el criterio del voto universal y secreto” (Ibidem).
De ese modo, el 30 de julio de 1916, junto al partido Nacional y a la Unión Cívica de Zorrilla de San Martín, Manini Ríos venció en aquellos comicios, que fueron los primeros en los que instrumentó el voto secreto, y con el 58,12 % de los votos se impuso frente al 42,61% del batllismo, configurando un importantísimo precedente en la política de este país.
Pero más allá de la victoria, lo importante aquí y lo que deseamos destacar es que, por primera vez en la historia democrática del Uruguay, votaron blancos y colorados juntos. Y esto fue posible gracias a que tanto Pedro Manini Ríos como Luis Alberto de Herrera fueron personas que más allá de sus filiaciones políticas, buscaban el interés nacional por encima de las aspiraciones electorales. Y fue de esa manera, a través de ese pacto entre caballeros, que se forjó la base de nuestra solidez institucional tan mentada hoy en día en discursos políticos y programas periodísticos.
Por ello, cuando al día de hoy, hay quienes se alarman cuando Cabildo Abierto votó en alguna ocasión con el Frente Amplio, o integra la coalición multipartidaria con aspiraciones de que sea una verdadera coalición de gobierno, no se trata de una improvisada innovación ni mucho menos, sino que, por el contrario, se trata de una tradición política que tiene más de cien años y que ha sabido mirar más allá de los simples colores partidarios.
TE PUEDE INTERESAR