De un integrante de la comunidad armenia en Uruguay:
En la noche del 23 -24 de abril de 1915, comenzada ya la Primera Guerra Mundial, el gobierno otomano encarceló a 700 o más intelectuales y notables armenios en Constantinopla. Lo que ocurrió esa noche, del 24 de abril, es que desde entonces se conmemora el inicio del genocidio del pueblo armenio, que fue un intento deliberado y sistemático por deportar y aniquilar a toda una población.
Este año se cumplen 105 años de ese crimen contra el pueblo armenio perpetrado por el Estado turco. Es inevitable que, para los que pertenecemos a la comunidad armenia del Uruguay, la fecha nos remita no sólo al 1.500.000 de armenios masacrados, a la deportaciones forzadas, al saqueo de bienes y propiedades, sino también a la propia historia de quienes nos precedieron, aquellos que lograron escapar con vida, y se asentaron en un país que supo cobijar a una gran diversidad de refugiados e inmigrantes.
Millares de personas, desnutridas y hambrientas, fueron conducidas al tristemente célebre desierto de Der El Zor (Siria), donde hallaron trágica muerte. Miles de niños arrebatados de sus madres, fueron embarcados y arrojados en el Mar Negro, dos mil iglesias fueron destruidas e incendiadas, muchas de ellas con centenares de fieles en su interior. Y tantísimas brutalidades y crueldades más.
Armenia es la primera nación en proclamarse cristiana en el mundo, en el año 301, muchas de las víctimas sucumbieron por no claudicar de su fe cristiana.
El pueblo armenio tiene un profundo agradecimiento a Uruguay que, en 1965, fue la primera nación en reconocer que lo que padeció el pueblo armenio fue un genocidio. Con el tiempo y la innegable realidad de lo que ocurrió, otras naciones se han sumado.
No hay duda que la masacre de un millón y medio de armenios, constituye un imperdonable genocidio. Pero pongámonos de acuerdo en el significado de este manido vocablo, que implica un grave delito internacional: “cualquiera de los actos perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal”.
El siglo XX, ese despliegue de maldad insolente al decir de Discépolo, ha sido pródigo en perpetrar masacres humanas en aras de ideas abstractas o de prejuicios -sociales o raciales- vaya uno a saber al servicio de qué intereses. Pero en el combate de ciertas expresiones del cristianismo tradicional más arraigado en el pueblo, es evidente que se ha expresado una saña muy especial.
Muchas veces nos queda la duda si los armenios fueron asesinados en masa por pertenecer a determinada etnia o por profesar determinada versión del Cristianismo. Pensemos que simultáneamente usando también como disparador, ese sí holocausto, que significó la Gran Guerra, también se practicó el genocidio del cristianismo Ortodoxo Ruso, que cegó la vida de varios millones de creyentes y de la mayoría de sus jerarquías eclesiásticas y sus pastores consagrados/as, que hoy muchos de ellos han sido canonizados como mártires.
Si seguimos enumerando la inquina que siguió recorriendo el mundo contra este tipo de profesión de Fe, no podemos dejar de mencionar las masacres de los católicos en México, a fines de la década del XX (Guerra Cristera). Y diez años después los asesinatos masivos de religiosos/as en la España de la Guerra Civil. Bástenos recordar la beatificación de 522 mártires (el mayor número de la historia) realizada el 13 de octubre del 2013 en una misa solemne en Tarragona presidida por los Cardenales Rouco Varela y Angelo Amato donde el Papa declaró oficialmente que estos beatificados son mártires cristianos.
Y volviendo a este 105 aniversario del genocidio armenio, el propio Papa Francisco avaló la documentación que presentó el historiador Michael Hesemann, donde se fundamenta que la masacre armenia “no fue perpetrada ni ejecutado por fundamentalistas religiosos”.
Recordemos que el Imperio Otomano (Turquía) fue controlado desde 1908 a 1923 por una organización secreta, denominada Movimiento de los Jóvenes Turcos, que tenía sus orígenes en sociedades secretas que se inició captando estudiantes universitarios y cadetes militares y que a partir de 1913, debido al fracaso de la primer guerra balcánica, se apoderaron del poder e instalaron al Visir Talat Bajá.
Esta organización, imbuida de un nacionalismo ateo, primero la emprendió contra los cristianos (armenios, sirios, caldeos, árabes) para luego seguir contra los propios musulmanes. No es casualidad que hayan sido árabes musulmanes los que acudieron en socorro de las mujeres armenias crucificadas.
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