El 29 de julio pasado se cumplieron 25 años de la muerte de don Jorge Pacheco Areco, hombre de fuertes convicciones y pocas palabras. Para fortuna de nuestra Nación, el destino lo encontró en el lugar correcto en el momento justo. El 1º de marzo de 1967 había asumido la presidencia de la República el Gral. Oscar Diego Gestido, quien acompañado por el exdirector de El Día como su vicepresidente, ponía sobre sus hombros la carga de enderezar el rumbo del país. En ese momento el Uruguay se enfrentaba a una guerrilla interna y una compleja crisis económica, ambos fenómenos engendrados durante una década de retrocesos sociales y experimentos económicos impuestos desde afuera. Pero la salud de Gestido era frágil y el 6 de diciembre de ese mismo año moría de un infarto agudo. Es así que Pacheco Areco asumió la máxima investidura, cargo que ocupó hasta entregar la banda a su sucesor el 1º de marzo de 1972. Durante su período de gobierno logró estabilizar la economía, pacificar al país, construir silos por todo el territorio nacional para que no faltara grano, ordenar la construcción de los dos puentes binacionales con la Argentina, construir viviendas para decenas de miles de uruguayos y muchas otras cosas más. Fue tal la gratitud del pueblo uruguayo que en las elecciones de 1971 lo elegiría nuevamente presidente. Desafortunadamente para los intereses del país, la reforma constitucional no resultó aprobada, y la presidencia terminaría en manos de alguien que no solo no supo mantener las riendas del poder, sino que nunca llegó a comprender la profundidad del sistema partidario nacional. Pacheco Areco volvería a tener un rol muy relevante –aunque poco apreciado– en la restauración democrática. Vaya hoy nuestro recuerdo al último gran caudillo nacional. Y que su memoria sirva de inspiración y testigo a quienes aspiren a dirigir los destinos de la Patria.
Cristobal R. Stefanini
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