Nos hemos acostumbrado a ver a diario, en los grandes medios de comunicación, furibundas críticas a determinados personajes políticos. A veces nos sorprenden tanto por su virulencia, como por el hecho de que nadie denuncie algunas de esas críticas como “delitos de odio”.
Más sorprendente aún es que buena parte de esas violentas y estigmatizantes críticas provengan de sectores políticos e ideológicos que a menudo se presentan como defensores de la tolerancia, de la no discriminación y de la inclusión. ¡Y que son los primeros en condenar los “delitos de odio”!
Lo único que ya no llama la atención es que las peores acusaciones, insultos, difamaciones y calumnias van, el 99,9% de las veces, dirigidas contra quienes son sistemáticamente tildados por sus detractores de “ultraderechistas”. El odio con que son atacados los presuntos “ultraderechistas” contrasta fuertemente con la condescendencia con que son tratados los izquierdistas. Llenan sus medios de grandes titulares ante la más mínima sospecha de que los “ultraderechistas” hayan cometido una falta de ortografía, mientras esconden los horrores de depravados y desalmados dictadorzuelos, para los que la gran prensa jamás usa el prefijo “ultra”. ¿Por qué será?
Ahora bien… ¿quiénes son esos líderes tan odiados por los grandes medios? Estamos pensando en Trump, Orbán, Bolsonaro, Le Pen, Abascal, Gómez Centurión, Kast… y en Uruguay, Manini.
La gran prensa suele meterlos a todos en la misma bolsa, a pesar de las obvias y notables diferencias que existen entre ellos. ¿Por qué? Porque a pesar de sus diferencias, coinciden en algunos puntos. Porque en el acierto o en el error, estas figuras políticas se esfuerzan por defender la soberanía de sus respectivas naciones. Porque se niegan a aceptar imposiciones globalistas y/o agendas que no parten del pueblo, sino de las cabezas de poderosos personajes con ínfulas mesiánicas. Porque saben que la familia es la célula básica de la sociedad y que el derecho humano a la vida empieza con la concepción y permanece inmutable hasta la muerte natural. Porque se niegan a dinamitar el fundamento antropológico sobre el que se construyó la civilización occidental; esto es, que solo hay dos sexos: varón y mujer.
Lo más llamativo de los ataques que reciben quienes defienden estas causas es que son sistemáticamente dirigidos hacia sus personas, no hacia sus ideas. Estas no se discuten, ni se refutan. Lo único que les importa destruir –si es posible para siempre– es la imagen, el prestigio, el honor de estas personas. Esto, en lógica, se llama argumento “ad hominem”.
¿Qué es el argumento “ad hominem”? Según Wikipedia la palabra viene del latín y significa “contra el hombre”. Es “un tipo de falacia informal (argumento que, por su contenido o contexto, no está capacitado para sostener una tesis) que consiste en dar por sentada la falsedad de una afirmación tomando como argumento quién es el emisor de esta”.
Por ejemplo: si lo dijo Fulano, que es “ultraderechista”, entonces debe estar mal. No importa lo que haya dicho, si el argumento es más o menos lógico, más o menos razonable, más o menos evidente. No, lo que importa es ensañarse con la persona que defiende determinada causa, como los buitres con la carniza.
¡Qué lejos estamos de la tolerancia, de la apertura mental que poseían los medievales! En aquellos tiempos, se podía encontrar a un Santo Tomás de Aquino afirmando: “La verdad, la diga quien la diga, proviene del Espíritu Santo”. El Aquinate no juzgaba la procedencia de las ideas, sino las ideas mismas.
Sigue Wikipedia: “Para utilizar esta falacia se intenta desacreditar a la persona que defiende una postura señalando una característica o creencia impopular de esa persona, en vez de criticar el contenido del argumento que defiende la postura contraria”.
Quienes procuran desacreditar a sus enemigos políticos para hacerse con el poder con argumentos “ad hominem” creen, además, que la gente es estúpida. Por eso, llegadas las elecciones, se asombran de que aquellos a quienes procuraron destruir, arrastren multitudes.
Deberían empezar a utilizar argumentos de verdad; porque parece que el argumento “ad hominen”, se les está volviendo un boomerang: “si el periodista o el medio tal, que tiene tal ideología, le pega al candidato cual, entonces este debe tener algo muy valioso y muy bueno que proponer. Pues no es atacado con la fuerza de los argumentos, sino con la superficial cobardía de los insultos…”.
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