“Por más egoísta que quiera suponerse al hombre, evidentemente hay algunos elementos en su naturaleza que lo hacen interesarse en la suerte de los otros de tal modo, que la felicidad de éstos le es necesaria, aunque de ello nada obtenga, a no ser el placer de presenciarla. De esta naturaleza es la lástima o compasión, emoción que experimentamos ante la miseria ajena, ya sea cuando la vemos o cuando se nos obliga a imaginarla de modo particularmente vivido”.
Adam Smith, Teoría de los sentimientos morales
El escritor británico de principios del siglo XX, Gilbert K. Chesterton, autor de libros como El hombre que fue jueves y Santo Tomás de Aquino, entre otros títulos, consideraba que el ensayo de Jeremy Bentham sobre la usura significaba el comienzo del “mundo moderno”.
Los motivos que lo llevaron a realizar esta analogía, suponían una crítica solapada al llamado “progreso” de las sociedades occidentales tecnificadas, donde el espíritu de libre empresa y el individualismo voraz tendieron a confundirse. En ese sentido, Chesterton, como buen católico que era, pensaba que cuando los límites morales desaparecen, las sociedades incrementan sus problemas tanto espirituales como materiales.
En 1787, Jeremy Bentham, plasmó su Defensa de la usura en una serie de cartas, tratando convencer a Adam Smith de que renunciara a apoyar los límites en las tasas de interés. Es interesante observar que, aunque Adam Smith fue el padre del liberalismo económico británico y manifestaba que el libre mercado actúa como “una mano invisible” que garantiza el bienestar general de una sociedad, le daba un sentido e importante valor a la moral. Por ello, estaba en contra de que las tasas de intereses no tuvieran ninguna clase de tope o regulación. Y para él una tasa de interés que superara el 5% ya era un exceso que trascendía lo racional.
El argumento que empleaba Smith para fijar un límite a las tasas de usura se fundaba justamente en un principio de moralidad, ya que en la medida que las tasas de interés superaran los límites razonables, estas dejaban de ser morales y eran deshumanizantes. Y en esa medida, era obvio que los especuladores y estafadores iban a ser los principales beneficiados, pues nadie en su sano juicio podía aceptar un préstamo de estas características. Por el contrario, un límite a los tipos de interés no solo garantizaría la seguridad para los acreedores de recibir su dinero, sino que también incentivaría un uso productivo del “capital del país”.
Pero lo que está de fondo en la filosofía de Adam Smith es que, “de todas las calamidades a que la condición moral expone al género humano, la pérdida de la razón se presenta con mucho como la más terrible, hasta para quienes solo poseen un mínimo de humanidad, y contemplan ese último grado de la humana desdicha con más profunda conmiseración que cualquier otro”. Porque, en definitiva, la razón es aquella facultad que nos permite distinguir entre lo verdadero y lo falso, entre lo bueno y lo malo, entre lo conveniente y lo inconveniente.
En ese sentido, podemos deducir que cualquier persona que acepte un trato de este tipo, evidencia que no tiene ninguna clase de educación financiera y además que aceptarlo es al final de cuentas como envenenarse o autoinfligirse un daño, es decir, enloquecer. Y he ahí la necesidad de prohibir o limitar la usura.
Por ello, en el 300 aniversario de Adam Smith no deberíamos olvidar que antes de convertirse en el economista del libre mercado, fue profesor de filosofía moral en la Universidad de Glasgow, demostrando que ningún país puede crecer sin una base sólida de valores que sostenga el orden moral de su sociedad. Y por ello la defensa de la usura de Bentham significaba de algún modo para Chesterton el primer indicio de decadencia de la cultura occidental.
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