La viveza criolla ya no existe como tal. Algunos la rememoran como sana picardía propia del rioplatense, que encontraba ventaja ante el otro con una creatividad que distaba del estructuramiento del primer mundo. Por eso criolla, por eso se aceptaba como nuestra y por esa razón convivió siempre con cierto manto de indulto por verse en algunos casos hasta “justiciera”.
Se fueron sabiendo con el tiempo todo tipo de casos que se podrían contar dentro de lo que entendemos como viveza criolla, pero en general se trataba del hombre clase media-baja que sin grandes conocimientos y pocos recursos, lograba mediante su ingenio esquivar las reglas sin romperlas, consiguiendo así el fin o determinado bien que perseguía. El grado de ingenio y creatividad de la maniobra era lo que determinaba el mérito del “vivo”, y el asombro y hasta admiración de muchos.
Siempre debía ser alguien en inferioridad de condiciones quien la propiciara y en la situación ideal, debía ser un poderoso o mejor aún un Gringo quien la sufriera.
Por lo menos describo aquí lo que yo recuerdo como concepto de muchos años atrás y lo que a mi entender nunca fue rechazado o condenado colectivamente. Cierto romanticismo excusable propio del buscavidas, que en definitiva no concluye en un daño irreparable o severo a quien termina birlando.
Pueden si quieren llamarme aburrido o “corta mambo”, pero nunca aprobé esta práctica ni la entendí como parte de nuestra identidad Nacional. Simplemente la trampa es trampa y yendo por los costados lo único que se logra es caer en la cuneta de la que, aunque logres salir, no te podrás quitar el barro.
Los tiempos han cambiado y aunque siguen dando criollos, con respecto a la viveza, se confundió en gran manera con abuso e inclusive con el delito. Ya no se trató de sobrepasar al de mayor poder con artimañas, sino a quien fuera sin importar si era un igual o hasta un hermano.
La primera gran confusión es “garronear” al Estado en la manera que fuese. Total, es tan inmenso, tan gigantesco que todo lo que le podamos sacar para nuestro provecho es poco… Un ínfimo empleado estatal, ¿qué mella puede provocar en ese titán monstruoso que todo lo soporta y todo lo perdona? ¿En qué puede influir que falte a mi puesto de trabajo en determinada repartición del Estado, usando alguna de las tantas maneras en el menú de justificaciones? ¿A quién le importa? ¿A quién le hace daño? ¡A todos sin excepción! No podemos alimentar las calderas del gran barco llamado Estado con leña extraída de la cubierta y mamparos del mismo.
¿Acaso los ejemplos que tenemos desde los altos mandos estatales nos enseñan a proceder de manera impoluta? Los dineros públicos… ¿a qué suena esta repetida frase? Dineros de todos. ¿Por qué nadie los siente como suyos sino como de alguien o algo inacabable, como hasta de un enemigo a derrotar? La desidia y el desprecio de quienes tienen la responsabilidad suprema de administrarlos, actualiza el triste concepto de viveza criolla hasta derivarlo en estupidez nacional en el mejor de los casos.
El vivo criollo… Es urgente que nos sinceremos y aprendamos que no somos más vivos que nadie. Tengamos la humildad necesaria que requiere agachar el lomo y cumplir nuestra tarea a consciencia. Seamos responsables pues además influimos todos en todos, nuestra omisión recarga a quien está a nuestro lado. Nuestras “vivezas” son el peor ejemplo para quienes nos rodean y nos proseguirán.
Donde nos ha llevado el principio del “no ser nabo”. ¿Que se quiso instalar? ¿cómo se interpretó? Es la versión moderna y salvaje de todo lo negativo que pudimos extraer de la peor parte de nuestra identidad. El “no sea nabo” no es otra cosa que ventajear antes que el otro, porque indefectiblemente el otro también te lo hará…No puede haber máxima más nociva que esa implantada en una juventud en la que coincidamos, no tiene un claro futuro delineado.
La gran injusticia es hacia quienes educamos a nuestros hijos sobre la cultura del respeto y de los grandes valores, que además recibimos de nuestros mayores, para insertarse en una sociedad donde se bombardea abiertamente con exactamente lo contrario. Que disyuntiva nos encuentra como padres al enviar a nuestros hijos a un mundo en que el “nabo” es el que trabaja honestamente y respeta las reglas, pero se premia al que no se esfuerza y se omite castigar a quienes optan por atajos que nada tiene que ver con los verdaderos valores que deben guiar a nuestros jóvenes.
Los “vivos criollos” son los “no sea nabo” de hoy. Si así están las cosas, haremos todo lo que esté a nuestro alcance por infestar a nuestra sociedad con los más grandes “nabos” posibles, con valores y respeto suficientes como para contagiar a toda la República Oriental del Uruguay. Por lo menos es lo que piensa este “nabo mayor”.