Estamos asistiendo con gran expectativa al tramo final de la pandemia. Es hora de buscar los caminos de superación a la crisis social y económica, que este fenómeno mundial nos ha dejado. Coincidimos con las predicciones de algunos analistas que avizoran una recuperación de la economía para este año que podrían situarse en un 3%.
De ser así, se lo debemos al aporte de nuestras agroindustrias, que nunca bajaron los brazos y han demostrado una eficiencia muchas veces desconocida por la mayoría de los uruguayos. ¡Muchos años de desinformación!
En el último número de La Mañana tuvimos el honor de contar con el extenso reportaje que nos concedió el director de Economía del Desarrollo de la Universidad de Oxford, Douglas Gollin, -especializado en la investigación económica de la productividad agrícola-, donde nos brindó un valioso apoyo que ayuda a superar varios mitos, que se vienen arrastrando desde aquella década de los sesenta, tan cargada de prejuicios estériles.
El destacado economista de Oxford reconoce que los estudiosos del desarrollo de aquel entonces, consideraban que la agricultura constituía un callejón sin salida, y daban por sentado que la mayor parte del impulso del desarrollo y el crecimiento económico procederían necesariamente del sector industrial. Sin embargo, las investigaciones más recientes desafían este punto de vista, presentando modelos alternativos en el que el crecimiento de la productividad agrícola es un factor importante para la posterior industrialización de los países.
Revolución Verde vs. Malthus
La llamada Revolución Verde es el fenómeno de innovación agrícola más importante de la historia moderna.
Estamos ante un dato objetivo de la realidad -ubicado en la segunda posguerra- que lejos de haber neutralizado las pesimistas teorías neomalthusianas (basadas en el agotamiento de los recursos de alimentos) que resurgieron en ese período y no han dejado de acosar a mentes sensibles hasta el presente.
En lo que va del año, el auspicioso aumento de las exportaciones, en particular de productos de la agroindustria -tanto en volúmenes como en valores-, debería ya haber neutralizado las andanadas de rumores pesimistas y generar un positivo aliciente en el ánimo de los que apuestan a superar la crisis.
En épocas normales el manejo de la economía de un estado debería asemejarse al de una empresa. El gasto -los egresos- debería estar en concordancia con los ingresos. Es decir, la dimensión del gasto público debería estar acotada al volumen de divisas que ingresan.
Siguiendo el hilo del pensamiento de Gollin, debemos mirar con desconfianza a ciertos académicos y sus livianos seguidores que manifiestan una irresistible fascinación por la inversión extranjera de empresas de alta tecnología (IED), como vía milagrosa de un rápido crecimiento.
Sería como apostar a las start-ups, (empresas de éxito vertiginoso), que encienden la imaginación de los más jóvenes, y rehusar transitar por el camino seguro de un país como el nuestro que tiene un destino marcado por su historia y su suelo.
Hay obstáculos que ya no existen, algunos que se pueden ir superando lentamente y hay otros que no. Por ejemplo, esa veleidosa variable que denominamos clima.
En materia de eficiencia y tecnología, que es lo que pauta la productividad y la calidad de nuestros productos, nos podemos tutear con los mejores competidores del mundo.
Otro ángulo para el análisis sobre el acceso a los mercados
Una asignatura pendiente que no es imposible de aprobar, pero requiere tesón y paciencia es el acceso a los mercados. Las principales trabas que enfrentan los países emergentes son: el proteccionismo que ejercen las naciones desarrolladas en el sector de la producción agrícola que se resume en tres factores:
a) El apoyo interno a su propia producción,
b) Los subsidios a las exportaciones,
c) La política arancelaria.
El proteccionismo agrícola practicado por los países industrializados, EE.UU. y la Unión Europea en la versión clásica, a la que hoy se le suma: China, India, Indonesia, Rusia, ha venido frenando el despegue de los que permanecen en vías de desarrollo.
¿Qué mueve a estas economías centrales a aferrarse a prácticas como estas? Se ha repetido – por lo menos en la versión clásica- que se resisten a que sus zonas rurales se transformen en despoblados. No se necesita ser muy suspicaz para pensar que en estos tiempos materialistas, muy poco debe pesar el temor a la pérdida identitaria por la desaparición de los habitantes rurales, que en todas partes constituyen las raíces telúricas que le dan perfil a una nación.
Empecemos sí por el turismo, que es una importante fuente de recursos y se vería frustrado. A muy pocos les interesa visitar desiertos o ruinas abandonadas. Además, para países que han conocido guerras y hambrunas, la seguridad alimentaria es esencial y parte integral del derecho a la alimentación.
Por último y lo más importante, a estos países industriales, le interesa la demanda interna de la maquinaria e implementos agrícolas de la que son fabricantes. Tienen claro que la rueda productiva debe girar completa.
Como directivos de la Asociación Cultivadores de Arroz (ACA), nos tocó ser actores de la apertura de una instancia de Panel por diferencia con EE.UU. por los subsidios a su producción de arroz, en la sede de controversias de la OMC (Organización Mundial del Comercio). En octubre del 2005 concurrimos a Ginebra a reunirnos con la firma Sidley Austin, acompañado de otros directivos y con el apoyo de nuestra cancillería representada por los embajadores Guillermo Valles, Hugo Cayrús y Carlos Amorín. Era un bufete especializado en demandas vinculadas al comercio internacional, contratado por nuestro sector que corrió con todos los costos. Allí tratamos con los Drs. Scott Andersen y Patricio Grainé, quienes realizaron una exhaustiva investigación donde detectaron que los agricultores de arroz norteamericanos (rice farmers), recibían subsidios en los últimos años, que llegaron en algunos casos al 172% del precio del mercado. Uruguay mantenía una desigual competencia con la tesorería más robusta del planeta.
El comercio agrícola: La Ronda Uruguay del GATT
En temas internacionales Uruguay contó con juristas de gran prestigio. Es el caso del Dr. Julio Lacarte Muró que con su nombre -en vida- se designó una de las principales salas de la OMC. Con él mantuve numerosas reuniones vinculadas a la controversia por los subsidios. Es probable que su personalidad, también haya influido para la elección de Punta del Este como sede en setiembre de 1986 de una vasta negociación que llevó el nombre de nuestro país y abarcó la casi totalidad de las cuestiones de política comercial. En esta ronda participaron -al final- 123 países y se la denominó Ronda Uruguay, llevando adelante la mayor reforma del sistema mundial de comercio desde la creación del GATT. Esta Ronda se prolongó hasta el 15 de abril de 1995 que se firmó en Marrakech (Marruecos) el acuerdo que sustituyó al GATT por la OMC.
La Ronda de Doha, Catar, comienza en noviembre de 2001, fue otra gran negociación emprendida para liberalizar el comercio mundial. Su objetivo apunta a completar un tema que había quedado pendiente en el gran ciclo anterior (Ronda Uruguay): el comercio agrícola.
El acuerdo de la OMC alcanzado en Nairobi en diciembre de 2015 por el que los países desarrollados eliminarán los subsidios a la exportación de productos agrícolas, si bien es un paso más, el tema de fondo de los subsidios internos y los aranceles sigue vigente.
El Ec. Ignacio Munyo mira el futuro con realismo
En lo más álgido de la pandemia, Munyo hace un análisis económico publicado oportunamente por La Mañana, enmarcado dentro de “La cadena cárnica en la nueva normalidad”. El novedoso enfoque del director de CERES de hace más de un año, lanzado al inicio de un gobierno que arrancaba su gestión absorbido por una calamidad sanitaria inesperada, iba dirigido a la “nueva normalidad”. Aunque era de una claridad meridiana, no tuvo la difusión -ni la discusión- que se merecía. Nuestra academia está demasiado perforada por sofismas ajenos a nuestra realidad para dar recibo a planteos sencillos que están al alcance de la mano.
Uruguay exporta anualmente alrededor de 2.000 millones de dólares de carne bovina (4% del PBI), con una producción total que en volúmenes se mantiene estable desde el 2006. Cifra que será ampliamente superada en este último ejercicio.
El catedrático sostiene que “el ciclo ganadero incluye la cría, la recría y el engorde. En la recría y el engorde las reducciones de los tiempos necesarios para alcanzar los 500 kilos se pueden abatir con inversión y casi el 50% del área ganadera del país hace el ciclo completo cuando no tiene las condiciones ideales para hacerlo… La clave está en el engorde pero también en la recría, en ambos casos el feedlot juega un papel relevante”.
Para Munyo, el feedlot (alimentación de ganado con granos en corral) es una de las claves decisivas para la duplicación de las exportaciones de nuestras carnes. Una herramienta que debería estar al alcance de los productores de clase media y cuyo uso no debe ser utilizado con malas intenciones periodísticas para confundir a la opinión pública.
Hugo Manini
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