Alberto Methol Ferré, más conocido como Tucho, nació en Montevideo el 31 de marzo de 1929 y falleció en la misma ciudad el 15 de noviembre de 2009. Una enfermedad fulminante le cegó la vida a los ochenta años. El 31 de marzo pasado hubiera cumplido 95 años.
Fue una personalidad desbordante de inteligencia inquisidora, creativa y original, el más grande pensador católico latinoamericano de la última parte del siglo XX. Fue un descubridor de horizontes inéditos para la Iglesia y para América Latina.
Era un pensador de grandes epifanías, armador de súbitas revelaciones históricas, algunas de ellas incontrastables. Por ejemplo, cuando en medio de polémicas secularizantes en los años setenta y ochenta del siglo pasado, afirmó sin tapujos, en medio de una descristianización creciente y en algún caso hostil contra la Iglesia, que Jesucristo era la revolución insobrepasable de la historia. Nada supera ese acontecimiento de la Pascua cristiana.
Se lanzó al ruedo de la polémica, dentro y fuera de la Iglesia, sin pudores convencionales ni ceder en sus convicciones.
Esta afirmación es un verdadero revulsivo en la inteligencia católica. Sacó al catolicismo de un convencionalismo moralizante y lo definió simplemente como un seguimiento a una vida, la vida de Jesús. Y lo definió como una revolución, término exclusivo, hasta ese momento, de ideologías radicales e inmanentes.
Mucho se ha escrito ya sobre su latinoamericanismo visceral y su lucha intelectual sobre la forja de la Patria Grande. Su pensamiento está vivo y sus semillas desperdigadas por todo el continente.
Un despertador de vidas
Conocimos a Tucho Methol en una tarde convulsionada para el país en setiembre de 1968. Llevados por la curiosidad intelectual y sin saber bien para qué lo fuimos a ver, nosotros que éramos recién ingresados al Instituto de Profesores Artigas, al verlo recibimos un impacto personal que nos cambió totalmente el eje de nuestro pensamiento y de nuestra vida.
Aquel tiempo era el tiempo de la embriaguez radical de las ideologías, cuando Marx y Freud se confundían en caminos de utopías, de “la imaginación al poder” y de los parricidios culturales. El mayo francés despertó las fibras de las generaciones jóvenes en el sentido de que el cambio total y radical estaba allí, en nuestras manos, para hacerlo realidad.
Todo esto llevó, en los años posteriores, a tragedias muy conocidas. Era muy difícil sustraerse a ese clima opresivo de la revolución total. Muchos jóvenes estábamos con ese dilema de nuestro destino.
En ese momento apareció este “despertador de vidas”, que nos señaló que las sombras de una política de muerte y una muerte de toda política nos alienaban hacia un camino que nos conduce a un despeñadero de desgracias.
Tucho Methol salvó a unos cuantos jóvenes del radicalismo guerrillero y les enseñó el rumbo de la política de servicio para el bien común.
En un mundo confuso, donde los cantos de sirena nos aturden, tener el discernimiento preciso para ordenar dónde está el error y dónde está la verdad es privilegio de pocos, es un don que regala la vida. Tucho Methol tuvo ese don y lo compartió con una inteligencia abundante de brillo y de servicio a los demás. Una inteligencia que generó vida.
Methol y la Iglesia católica
Este es uno de los capítulos más ricos de la vida intelectual de Methol. Tuvo su momento cumbre entre 1973 y 1990, cuando su magisterio intelectual se desplegó con fuerza por toda América Latina dejando huellas indelebles que desembocan en el año 2013 en el magisterio del papa Francisco. Entre los años 2003 y 2006, lo vimos llegar a Tucho a la curia de Buenos Aires y ser recibido por el cardenal Bergoglio sin ningún tipo de protocolo más que el de la amistad y tener ambos largas tertulias a solas.
¿Habrá algo de Methol en la prédica del papa Francisco? El propio Bergoglio contestó esta pregunta cuando dijo que a Methol “se le debía mucho”, en una visita que le hiciera al Vaticano el entonces presidente José Mujica en junio de 2013.
Al analizar el aporte de Methol no queremos entrar en los sesudos análisis teológicos y doctrinarios de la Iglesia que Tucho desplegó, sino al fundamento existencial de su prédica oral y su trabajo intelectual.
Para Methol el cristianismo es un encuentro vital con una persona: Jesucristo. Este encuentro define todos los fundamentos de la vida. Todos. Por lo tanto, el cristianismo es una experiencia, no una idea ni premisas teológicas y filosóficas.
Methol solía repetir a su admirado Chesterton: “Soy cristiano por gratitud”. Esa gratitud lo llevó a decir que el cristianismo es la plenitud de lo humano.
El otro punto que marca con una gran inflexión al pensamiento católico latinoamericano es el que Methol redescubre a la Iglesia como la encarnación de Dios difundida y comunicada a los hombres, como nuevo Pueblo de Dios.
En estos últimos cincuenta años en que han abundado críticas de todo tipo a la Iglesia, al papado, sobre sus límites humanos, algunas fueron críticas nobles y otras fueron críticas espurias de dudosas procedencias e intereses. Sin embargo, Methol comprendió que la condición humana limitada no clausuraba a la Iglesia como misterio salvífico porque en ella estaba la presencia de Dios en lo profundo de su ser, manifestado en múltiples vidas entregadas al amor por los demás.
Las tres grandes intuiciones que Methol hizo pensamiento perenne, y que son parte de la tradición católica: 1) el cristianismo es un encuentro personal con Jesucristo, es un estupor que transforma vidas. 2) La Iglesia como misterio de salvación en la historia. Iglesia como Pueblo de Dios vivo en la historia. 3) La devoción a la Virgen como identidad religiosa y cultural de América Latina.
Hace pocas semanas, un querido amigo me preguntó: “¿Y Tucho qué hubiera pensado de todo esto que estamos pasando en el mundo?”. Sería muy interesante saber qué hubiera dicho Methol. No sabemos por dónde andaría la avenida ancha de sus pensamientos, cómo desbrozaría estos laberintos trágicos de la historia contemporánea. Lo que sí sabemos es que pondría toda su confianza en Dios y se lanzaría a la aventura de la vida, a descubrirla en lo que tiene de novedad, de verdad y de servicio.
No solo su inteligencia era brillante, también su espíritu era iluminador.
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