La columna de Kenneth Coates en La Mañana de la semana pasada logró abrir un postergado debate sobre el manejo de los activos y pasivos por parte del BCU. En la búsqueda de recursos genuinos que permitan aliviar las restricciones fiscales, el experto en materia monetaria puso la mira sobre los costos incurridos por nuestra autoridad monetaria cuando acarrea dólares en su activo financiados con Letras de Regulación Monetaria (LRM) en pesos.
El problema es muy sencillo de entender para cualquier comerciante o acopiador de granos. La estructura del balance del BCU es el equivalente a acumular en un depósito una mercadería no perecedera con rendimiento cero, financiándola con deuda bancaria al 7% o 10% según el año. Salvo que la mercadería se aprecie, esta estrategia produce pérdidas seguras en cualquier estado de resultados. Seguramente el día que el BCU nos informe sobre los costos acumulados de estas operaciones, encontraremos que esa creación de naturaleza astorista-bergarista supera en varios múltiplos las pérdidas incurridas por el ANCAP de Sendic. Pero llamativamente este parecería ser un tema sobre el cual tirios y troyanos decidieron no enfrentarse. A decir verdad, a esta altura de los acontecimientos pasó a ser secundario si el potencial ahorro que identifica Coates se utiliza para vivienda u otro destino alternativo. Lo importante es que si hay un ahorro posible hay que implementarlo. La pregunta a hacerse es, ¿por qué molesta e irrita tanto la propuesta? ¿Es solo un acto reflejo de narcisismo ante una idea que solo se le puede ocurrir a una claque de “cadastrados”? ¿O será que esta propuesta cruza alguna línea roja, incomodando intereses inconfesables?
Más desapercibida pasó la columna de Coates de hace un mes, donde comentaba sobre la sorpresiva suba de tasas de interés decidida por el BCU, ante “la necesidad de abandonar esta fase expansiva de la política monetaria”, según expresaba el comunicado del Comité de Política Monetaria (COPOM). Frente a ello Coates planteaba que el crédito de la banca privada al sector privado se había expandido a una tasa anual de 2,7% lo cual, según Coates, “dista de ser expansiva”. Coates fue más allá y señaló que las propias estadísticas del BCU registraban una contracción de la base monetaria de 25% (medida en dólares) desde el inicio de la pandemia, algo que según él resulta “difícil de interpretar como una política monetaria expansiva”. Respecto a la suba en la tasa de interés, Coates anticipaba que iba a provocar una caída en el tipo de cambio, cosa que efectivamente ocurrió en pocos días.
En resumen, parecería que existe una peligrosa confusión por parte de la autoridad monetaria sobre qué constituye una política monetaria expansiva y una contractiva, algo preocupante en un momento en que la economía necesita de todo estímulo disponible para evitar en lo posible más cierres de empresas y pérdidas de empleos. Y sí, son momentos extraordinarios, por si alguien no lo entendió.
El BCU pareció admitir su error cuando días después decidió intervenir en el mercado de cambios, adquiriendo dólares y poniendo un “piso” a su cotización. Sin embargo, este comportamiento –que a priori parece errático– crea condiciones muy benévolas para los especuladores externos. Estos reaccionan estratégicamente ante el comportamiento a esta altura predecible del BCU, introduciendo un delicado problema de riesgo moral, concepto de uso habitual en la jerga bancocentralista y que refiere a comportamientos como los de “El pibe” en la película de Charles Chaplin. ¿Cómo funciona esto?
La suba inicial de tasas de interés en pesos atrae nuevos vendedores de dólares. Pero si estos inversores tuvieran que acudir al estrecho mercado local para venderlos, provocarían una caída en su cotización que bajaría la rentabilidad esperada de la operación, y probablemente se irían hacia otros lares. El hecho que el BCU intervenga comprando esos dólares subsidia (de forma directa) la venta de dólares, ya que estos inversores logran obtener un mejor tipo de cambio con el BCU, que les ofrece una liquidez no disponible al común de los mortales. Una vez con pesos en sus cuentas corrientes, los inversores acuden al mercado primario de LRM organizado por el propio BCU (a menudo también se les crea un “mercado especial”) para adquirir títulos en pesos al 7%. Al final del día el BCU no solo queda del otro lado de los especuladores, sino que facilita activamente su entrada, del mismo modo que va a tener que facilitar su salida al momento que decidan irse hacia otras pasturas y pidan recomprar los dólares; dólares que mientras no les sirvan, el BCU se los guarda bien seguros ganando tasa cero, mientras ellos reciben el 7%.
Esta dinámica es la que explica la “inflación” en el balance del BCU, que refleja el acumulado de esta estrategia montada por el dúo astorista-bergarista y sus monaguillos. En esencia, Coates lo que plantea es empezar a desinflar ese balance y frenar la hemorragia que significa ese déficit a nivel del banco central. Y perder el tiempo discutiendo si se trata de déficit fiscal, parafiscal o cuasifiscal trae reminiscencias de los bizantinos discutiendo el sexo de los ángeles. Con el nombre que se desee darle, se trata de pérdidas muy reales que se acumulan y que engrosan la misma deuda pública que tanto preocupa a las autoridades del Ministerio de Economía.
Lo cierto es que ya no hay más tiempo para sofismos. Durante el discurso de cierre de la Expo Prado 2021, el presidente de ARU, Gonzalo Valdés; expresó que “para poder cumplir con el objetivo de una recuperación rápida y efectiva pospandemia, el Uruguay no puede soportar una inflación en dólares que comprometa aún más su competitividad”. ¿Qué estamos haciendo al respecto?
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