Tras la caída de Constantinopla y, con ella, del Imperio Bizantino en 1453, la entrada a Oriente quedó sellada para Europa. De ahí la necesidad de buscar otras rutas para el comercio de las especias, que había comenzado con las primeras cruzadas. De ahí que la Corona española, en la búsqueda de nuevas rutas, se topara con lo que más tarde sería conocido como América.
Cuando los españoles pisaron estas tierras, se encontraron con costumbres bárbaras. Entre los aztecas, los sacrificios humanos se contaban por millares. Eso es lo que explica la rápida conquista de la Nueva España: las tribus que eran víctimas de semejantes sacrificios apoyaron a los españoles en contra de los tiranos aztecas. La conquista de América significó, para la inmensa mayoría de los nativos de estas tierras, la liberación de un yugo insoportable. La evangelización condujo a la humanización de las costumbres. Y tal fue la adhesión que despertó la nueva religión que, en apenas tres siglos, prácticamente todo el continente llegó a ser cristiano.
Tan es así que cuando sobrevinieron las guerras de la independencia, los nativos, mayoritariamente tomaron partido por el Imperio Español. Hablando de los guaraníes, alguien dijo con razón, que los jesuitas los llevaron del Paleolítico al Barroco, en apenas 120 años…
Hoy, en un siglo que se jacta de la velocidad de sus comunicaciones, de la democracia de sus instituciones y de la libertad de sus pueblos, América vive una dramática paradoja: porque junto a todos esos avances, la cristiana América, empieza a mostrar signos de una profunda secularización cuya consecuencia directa es una gravísima deshumanización.
Este nuevo totalitarismo cultural, procura dinamitar el mismísimo paradigma antropológico sobre el que se construyó la civilización desde que el mundo es mundo.
La debacle comenzó hacia los años ´60, cuando se popularizó en Europa y Estados Unidos esa decadencia en las costumbres, a la que Alberto Methol Ferré dio en llamar el “ateísmo libertino”. La máxima y más radical expresión de ese “ateísmo libertino” es hoy la “ideología de género”.
Ideología que ha pasado de una relajación más o menos tolerable en las costumbres sociales, a una imposición agenda mediante-, de un relativismo cultural hegemónico, totalitario, colonialista y antinatural. Este nuevo totalitarismo cultural procura dinamitar no solo las raíces cristianas de Iberoamérica, sino el mismísimo paradigma antropológico sobre el que se construyó la civilización desde que el mundo es mundo.
En Cuba, Puerto Rico, Guyana, Guayana francesa y Uruguay ya está legalizado el aborto. En Uruguay está legalizado el “matrimonio” igualitario, la venta de marihuana y hay una ley trans que dice que el sexo es “asignado”. El resto del continente viene resistiendo. Pero la presión es cada vez más fuerte. Poderosos capitales internacionales –como la Open Society de George Soros compran voluntades y conciencias de Norte a Sur y de este a oeste de América.
Frente a Goliat, se levanta David: el pueblo americano, cuya mixtura de razas es fruto del profundo respeto cristiano por la persona del habitante nativo; con quien se “cruzó”, en lugar de exterminarlo y reducirlo a una vida en «reservas», subsidiadas por estados que deben limpiar sus conciencias. Es hora de que América, unida por sus raíces cristianas y fundada en la ley natural, se levante para luchar contra imposiciones foráneas, que amenazan con destrozar su cultura, sus tradiciones y hasta a sus propios hijos. Es la hora de la unidad americana, por la libertad, por la verdad, por la vida: ¡América no quiere volver a la barbarie!