Sr. Director:
La semana pasada vimos en televisión una entrevista realizada a la abuela de un escolar del interior profundo de nuestro querido Uruguay, donde se pudo observar al nieto de alrededor de diez años, cómo se conectaba a Internet y de esta manera aseguraba su participación regular a las clases que dictaba por su maestra.
El joven estaba sentado a la intemperie en el lugar que había comprobado que tenía la mejor conexión, a su lado había un poste al que se sujetaba un cable que hacía de antena para su equipo y estaba debajo de un gran paraguas, porque tampoco quería perderse la clase si llovía.
Emocionaba realmente la imagen –y no era sensiblería– al comprobar la fuerza de esa actitud interna de querer aprender, de querer cumplir con el deber y el derecho a recibir la educación que le brinda el Estado, relegando a un segundo plano el sacrificio que ello implicaba para lograr el objetivo.
¡Cuántos otros anónimos alumnos habrán actuado en similares condiciones!
¡Cuántos no lograron esa fuerza interior y se perdieron sus clases!
¡Cuántos ni siquiera tenían señal en todo el entorno de su vivienda!
Se imponen entonces dos grandes reflexiones:
Primero, aquilatar el valor de este joven, que sin duda está sustentado por un valor superior como es la responsabilidad, cuya resiliencia ha quedado en evidencia y que ha de ser un ejemplo a seguir.
Segundo, preguntarnos si estas situaciones se podrían haber evitado ampliando a todo el territorio nacional la cobertura de Internet y la respuesta que se me ocurre a mí es que se podría haber logrado, si en vez de gastar más de cien millones de dólares en el Antel Arena, ese dinero de todos nosotros se hubiera invertido en ampliar la cobertura, porque esta tarea sí está dentro de las obligaciones de Antel, a diferencia de esa obra faraónica que no solo no estaba entre sus competencias, sino que continuará generando gastos y solamente la disfrutará una pequeña minoría montevideana.
Quiero resaltar que a dicha obra la califiqué de gasto y a la ampliación de la cobertura como inversión, porque la primera solo genera más gastos y la segunda es fuente permanente de beneficio para miles de usuarios de Internet, para estudiar y trabajar como su principal y más trascendente función.
Dejemos a los lectores la reflexión sobre los motivos de tan equivocada decisión de Antel.
Ante una situación como esta, no tengo duda que José Enrique Rodó nos hubiera regalado un exquisito ensayo, donde reiteraría su defensa de la enseñanza, su importancia para el fortalecimiento de la democracia y la necesidad del accionar consciente tanto a nivel individual como institucional, tal como lo hizo a lo largo de toda su obra.
Jorge Leone
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