Las sociedades de estos años se encuentran ante la ferviente necesidad de fomentar las habilidades sociales, los estilos de apego seguros e intentar atenuar el sentimiento de soledad que ya antes de la pandemia muchos niños y adolescentes sentían y que por supuesto se agravó debido al confinamiento y aislamiento. Un tema singular y muy estimulante dentro de esta temática es el apego a las mascotas y su relación con la conducta prosocial.
Para entender el concepto es bueno tener en cuenta lo que aporta el más reconocido especialista en la materia que fue el escocés John Bowlby, quien definió el apego como una vinculación afectiva intensa, duradera de carácter singular, que se desarrolla y consolida entre dos personas, por medio de su interacción recíproca y cuyo objetivo más inmediato es la búsqueda y mantenimiento de proximidad.
De todos los apegos que tenemos los humanos hay uno que fuera de toda duda es muy especial, casi misterioso de tan intenso: el apego a mascotas. Se ha comprobado que la interacción con mascotas resulta beneficiosa para el desarrollo humano por cuanto ayuda a lidiar con el aislamiento social, propicia conductas sociales positivas y, entre otros beneficios, incrementa la autoestima y la expansión de la afectividad. Esto ocurre en parte porque las mascotas son dependientes del cuidado humano para la supervivencia y el desarrollo favorable; los animales de compañía proveen a los niños la oportunidad de aprender, practicar y encontrar motivación para alimentar a otro ser vivo. Además, por medio de la interacción positiva con animales pueden darse oportunidades de interactuar con otro, lo cual estimula la capacidad de empatía, y esto incluso ha demostrado operar independientemente de los estilos parentales que los niños reciben en sus hogares.
Bostezar juntos
En relación con la capacidad de empatía y las interacciones positivas, tenemos el concepto de conducta prosocial, entendida como los intentos de satisfacer la necesidad de apoyo físico y emocional de otra persona. Este tipo de conductas son voluntarias y se adoptan para cuidar, asistir, confortar y ayudar a otros. Los comportamientos prosociales son aquellos que favorecen la solidaridad y armonía en las relaciones interpersonales, y producen beneficios personales o colectivos. Además, son prosociales porque no buscan una recompensa externa y son positivos para otros, aumentando la posibilidad de generar reciprocidad en las relaciones personales.
Normalmente los sentimientos y las conductas de carácter positivo hacia los animales se extienden de modo virtuoso a otros vínculos de los individuos, por ejemplo, a su círculo de amigos o a la familia. Pero atención; ello no quiere decir que si no hay apego a las mascotas no habrá conducta prosocial hacia otros individuos; solo que, tal es el dato interesante, las mascotas tienen un fuerte protagonismo en las estadísticas que miden este indicador.
Lo que puede inferirse de estos hallazgos es que la posesión de un animal doméstico propio en el hogar durante la infancia y adolescencia contribuye a forjar un desarrollo social saludable, favorecer interacciones positivas y ayuda a enfrentar la soledad ya sea por motivos de bullying o acoso escolar, dificultades en las habilidades sociales, falta de autoestima o sentimientos de angustia o de tristeza. La mascota es vista como apoyo y se vive como un consuelo que reconstituye la seguridad y la estima amenazadas o directamente heridas por la maldad ambiente.
Los animales que se han llevado el premio como los más capaces de lograr estos saludables efectos son los perros y en segundo lugar los gatos. Esto no es de sorprender, si tenemos en cuenta que ciertas manifestaciones como el contacto visual, el bostezo y la capacidad de imitar gestos humanos han sido asociados con la proximidad emocional, y con el hecho de que los perros domésticos tienen la habilidad de bostezar de manera contagiosa. En humanos esta cualidad ha sido teórica y empíricamente relacionada con la capacidad de empatía. Los perros al bostezar de manera contagiosa con su humano, demuestran un interés genuino por involucrarse emocionalmente. Este y otros innumerables hallazgos, –tales como la de seguir la mirada, acompañar el paso, mover la cola en señal de alegría, buscar el contacto físico– logran explicar en gran medida por qué cuando se habla de apego a mascotas los canes casi siempre llevan la delantera al ser designados con justicia como los “mejores amigos del hombre”.
Descansar en esos ojos
Un dato interesante observado en varios estudios es que los niños sin hermanos presentan niveles de apego más altos. Esto probablemente se deba a la falta de socialización con pares dentro del seno familiar, lo que conllevaría a apegarse de una manera más intensa a una mascota, especialmente en los primeros años de vida. Lo que en general pudo verificarse de modo indiscutido en distintos trabajos de gran escala entre varios grupos de niños y adolescentes es que el desarrollo social en la mayoría de los casos se vio ampliamente beneficiado por la tenencia de la mascota, por su trato frecuente y por ganar un lugar protagónico en el cuidado de la misma.
La ciencia, en este sentido, avala con creces la grata experiencia cotidiana de cualquiera de nosotros, pero también la sabia lucidez de Arthur Schopenhauer, quien con pleno agradecimiento escribió: “¿Cómo podría uno recuperarse de la infinita falsedad y alevosía de los seres humanos, si no existieran los perros, en cuyos honestos ojos nos podemos mirar sin desconfianza?”.
En tiempos donde la exposición a distintos tipos de violencia comienza tan temprano, donde cuesta tanto educar para el entendimiento, para el crecimiento y la libertad responsable, aparece como importante tener en cuenta la función de cercanía y formación emocional de los animales domésticos, seres que efectivamente cumplen una tarea importante en la vida de los niños y adolescentes. Es misión de la educación familiar, y creo que también formal, estimular las interacciones entre jóvenes humanos y mascotas como formas de proveer oportunidades de aprendizaje, socialización, conducta prosocial o conducta altruista muy relacionada con la empatía. Y esto, se sabe, puede significar un andamiaje para combatir la soledad prepandémica, pandémica, y pospandémica; esa soledad dolorosa que a veces se niega a soltarnos para dejarnos vivir una vida plena, esperanzada y encontrar nuestra mejor versión en términos de salud mental.
*Psicóloga y profesora. Especialista en autismo. Mg en dificultades de aprendizaje.
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