Recientemente el semanario La Mañana ha publicado una interesante nota sobre el problema armenio, que ha removido mi interés por el problema que acucia a esa admirable nación. Luis Alberto de Herrera, en memorable discurso, señalaba que España e Italia eran las madres latinas de la Cristiandad. Parafraseando al prestigioso tribuno, podemos decir que Armenia es de las madres orientales de la Civilización Cristiana. Su historia, tiene tal relevancia que el simbólico Monte Ararat es mencionado en el Génesis, como la altura en que encalló la barca de Noé, permitiéndose salvar a la vida humana y animal del diluvio universal. Este sólo hecho justifica la inclusión de este hermoso monte en el escudo de Armenia, ya que esta altura se divisa desde Erevan, su ciudad capital, aunque en la actualidad el mismo se ubica en parte del territorio del que este país ha sido injustamente privado.
Señalemos que siendo el año 301 de la era Cristiana reinaba en Armenia Tiridates III, quien cultivaba un rito pagano, por lo que dispuso la prisión del Obispo Gregorio, quien luego sería conocido como San Gregorio, ya que este ponía en peligro el poder del monarca, al hablar de la necesidad de obedecer a un Rey de Reyes: El Cristo. En esas circunstancias, cae enfermo el Rey Tiritades, por lo que su esposa le ruega a San Gregorio que rece por el enfermo, invocando a su poderoso Dios. Así lo hace el Obispo encarcelado y el enfermo se recupera milagrosamente. En razón de ello y en agradecimiento, el Rey no sólo libera al cautivo sino que convierte a Armenia en la primera nación del orbe, que adopta el Cristianismo como religión oficial.
Señalemos que Clodoveo, convierte a Francia en el 498 por acción de San Remigio, y el gran Vladimir a la Santa Rusia en el 897. Todo lo cual demuestra la importancia de la temprana conversión de Armenia.
Pero refiriéndonos al genocidio armenio, digamos que este no es el resultado de un enfrentamiento religioso entre cristianos y musulmanes, como se pretende en ámbitos poco informados o bien con aviesas intenciones de provocar enfrentamientos. En realidad, Armenia fue víctima de una operación de pinza, protagonizada por un lado por el movimiento laicista de los Jóvenes Turcos, acaudillado Mustafá Kermal Ataturk, quien se había formado intelectualmente en Europa y pretendía romper con las tradiciones ancestrales de Turquía. Este caudillo, apoyado por las potencias europeas victoriosas de la Primera Guerra Mundial, provoca la caída del sultanato y con el pretexto de modernizar a Turquía la emprende contra toda manifestación religiosa, dentro del territorio turco, prohibiendo en público los cinco rezos que ordena esa confesión religiosa, y cualquier otra manifestación de ese carácter incluida la vestimenta. A este movimiento anti religioso no le bastó con perseguir al Islam en el territorio de Turquía, sino que aprovechó para extender su tradicional intolerancia fuera de fronteras, sacrificando ignominiosamente al pueblo armenio, que ha constituido desde los albores de la cristiandad un faro de los valores de nuestra civilización que hoy también enfrenta embates a nivel planetario.
Digamos que simultáneamente, mientras ocurría el genocidio armenio, Rusia era dominada por los Soviets, organizados a efectos de imponer en dicho país el comunismo ateo, no menos enemigo de la cristiandad que el laicismo europeizante de Ataturk.
Es precisamente en esas circunstancias de embates anti religiosos en la musulmana Turquía y en la cristiana Rusia, que el admirable pueblo cristiano de Armenia sufre su genocidio, y la pérdida de parte importante de su territorio, incluyendo el simbólico monte Ararat. Hace pocos meses, el mundo ha presenciado con imperdonable indiferencia un nuevo atropello a ese pueblo sufrido que con coraje y dolor resiste en la defensa de sus convicciones más profundas. En lo personal, deseamos hacerle llegar a ese pueblo cristiano, toda nuestra admiración y solidaridad, reivindicando la verdad histórica.
Guillermo Domenech
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