“Cuando la hipocresía comienza a ser de muy mala calidad, es hora de comenzar a decir la verdad”.
Eugen Berthold Brecht
Lo sucedido el domingo 8 de enero en Brasilia, a pocos días de haber asumido Lula da Silva su tercer mandato como presidente del Brasil, no solo tuvo ribetes grotescos, sino que demostró una vez más cómo el poder mediático al servicio de ciertos intereses globales impone, como en otras ocasiones, una visión adulterada de los hechos.
Así, a dos días de la llegada de los Reyes Magos, como si fuera parte del último auto navideño del año, una multitud convocada probablemente por agitadores sin signo político-ideológico, que aprovechándose de un clima enrarecido a causa de las acusaciones de fraude electoral presentadas por votantes del Bolsonaro, realizó una asonada que afortunadamente no tuvo repercusiones que lamentar, si se considera que no hubo heridos ni muertos, ni se destruyó ningún edificio gubernamental.
La forma que deforma lo hechos
De ese modo desde la prensa internacional se instaló una imagen deformada de la realidad brasileña, con signos alarmistas que expresaban con terror un intento de golpe de Estado en aquel país (algo similar a lo que ocurrió en Alemania un mes antes). Pero no fue solo eso. También se ha distorsionado la imagen del expresidente, junto con la de sus votantes, tildándolos de golpistas, logrando con esto, marginarlos de una eventual contienda electoral en el futuro.
El politólogo Hoenir Sarthou, en su columna del jueves pasado en el Semanario Voces, en un agudo análisis, donde deja al descubierto las fuerzas no visibles que manipulan la opinión pública, hace un llamado al sentido común de los lectores.
“¿Podemos creer que Bolsonaro y quienes lo apoyan son rematadamente imbéciles?”.
“Porque solo una manada de imbéciles organizaría un golpe de Estado invadiendo edificios públicos en Brasilia un domingo, cuando están vacíos, sin contar con respaldo militar, sin ningún plan y sin ningún correlato en otros Estados clave, como San Pablo o Río de Janeiro”.
“Solo una manada de imbéciles organizaría un golpe que termina con la intervención federal del Estado de Brasilia, hasta ahora gobernado por un bolsonarista. Un golpe que permite arrestar a miles de partidarios de Bolsonaro, reprimir a las manifestaciones contra el fraude y desacreditar a su líder ante el mundo presentándolo como un golpista antidemocrático frustrado”.
“Cualquiera se preguntaría: si Bolsonaro quería a dar un golpe de Estado, ¿por qué no lo dio al conocer el resultado electoral, o antes de entregar el gobierno? Inexplicable, ¿no?”.
“Cualquiera es libre de creer el cuento de hadas de la política brasileña, en el que las celdas-calabazas se transforman en palacios presidenciales y los villanos son tan imbéciles que se suicidan. Pero hay que hacer un gran esfuerzo de credulidad”.
“¿Hay que creer que en Brasil hay cien millones de fascistas?”.
El caso del presidente Gualberto Villarroel
Quienes tengan edad suficiente para recordar la historia política de América, deberían tener presente que en nuestro continente se han vivido episodios deleznables, que apuntaron a la ruptura del orden constitucional. Y demostraremos cómo los mismos medios de comunicación que hoy reivindican el valor de las formas bajo la tutela de Lula da Silva, son los mismos que en eventos aberrantes y netamente antirrepublicanos del ayer se reservaron el derecho al silencio, como también la potestad de legitimar a los grupos de golpistas.
Empecemos por recordar una historia que hoy se ha recubierto con un manto de silencio, que fue el abominable magnicidio de coronel Gualberto Villarroel que fue presidente de Bolivia, en virtud de la promulgación de la nueva Constitución de 1945, en el que fue elegido presidente constitucional de Bolivia en ese mismo año. Fundó a su vez el movimiento Razón de Patria.
Siendo destacado por su sensibilidad y respeto por las milenarias comunidades indígenas de ese país, tenía en cuenta que la mayoría de los pueblos originarios estaban mestizados.
Primer Congreso Indigenal Boliviano
“Después de la guerra del Chaco (1932-1935), Ramos Quevedo fue el hombre insignia de la lucha indígena, además de organizador del Comité Indigenal Boliviano, cuyo objetivo fue organizar el Primer Congreso Indigenal con la idea de que el indio sea el actor de su propia lucha. En este trance, Gualberto Villarroel fue considerado presidente de la República […]. El Comité Indigenal Boliviano señalaba “la hora del despertar del indio” boliviano. […] El anuncio del Congreso Indigenal generó dudas y preocupaciones de los gamonales que explotaban a sus colonos con la prestación de servicios de mitanaje. Pese a la resistencia de los hacendados, se llevó a cabo el Primer Congreso Indigenal Boliviano con el auspicio del gobierno de Villarroel”. (Roberto Choque Canqui, República de Indios y República de Blancos Diálogo Andino – Revista de Historia, Geografía y Cultura Andina, núm. 49, 2016).
Villarroel, que había tenido una destacada participación como combatiente en la Guerra del Chaco, al igual que el general Germán Busch que también fue víctima de un trágico final que interrumpió su presidencia en 1939, conocía bien la realidad de los pueblos oprimidos americanos. Fue así que tuvo la iniciativa de que Ramos Quevedo pudiera establecer un tipo de mecanismo electivo para elegir entre los jilakatas, caciques o kurakas, los delegados del Congreso. En este podían hablar en quechua, aimara o castellano. Así, en el primer Congreso Indigenal Boliviano se aprobaron varias resoluciones que se promulgaron como decretos por parte del presidente Gualberto Villarroel. Estas eliminaban algunos conceptos de servidumbre que todavía estaban vigentes en aquel país, que afectaban a las comunidades originarias. Sin embargo, esta apertura de Villarroel fue vista con gran resquemor por el oligopolio cuyas tres figuras más notorias fueron: Aramayo, Patiño y Hochschild, los reyes del estaño, tutelados desde Estados Unidos por Spruille Braden.
La turba que entró en el Palacio de Gobierno
Así, en julio de 1946, un verdadero intento golpista comenzaba a fraguarse, y terminó por materializarse el 21 de ese mismo mes. En el libro “El presidente mártir”, Andrés Solís Rada afirma que una turba de facinerosos ingresó en el Palacio de gobierno y según testigos, el presidente Villarroel se encaró con uno estos agitadores y le dijo: “Yo no soy enemigo de los ricos, pero eso sí, soy más amigo de los pobres”. La tesis de Andrés Solís Rada es que tanto Estados Unidos como la URSS estaban involucrados en este magnicidio.
Pero lo interesante de todo es observar cómo los medios de comunicación de la época, los mismos que recientemente enfocaron el tema de Bolsonaro, trataron este hecho aberrante.
Titulaba el diario El País el 21 de julio de 1946: “Villarroel formó un gabinete integrado por militares: Washington, Informaciones diplomáticas detalladas recibidas hoy en Washington muestran que el levantamiento en La Paz, Bolivia, es de tal gravedad que amenaza la existencia del régimen de Villarroel. Los desórdenes comenzaron con un alzamiento estudiantil en la Universidad de La Paz el jueves último”.
Sin embargo, El País del 22 de julio tenía dos titulares en primera plana referidos al tema: “El presidente de Bolivia fue muerto ayer en La Paz”, desarrollando bajo el título “El triunfo del movimiento revolucionario se anunció desde la capital de Bolivia”, los siguientes enunciados: “De acuerdo con las informaciones de los sucesos, el coronel Villarroel fue muerto y su cadáver es paseado por las calles de La Paz. […] ¿Cómo murió Villarroel? Cuando el pueblo penetró en el palacio se lanzó a la búsqueda del presidente Villarroel, quien fue encontrado en un pasillo, según unos, o herido cuando escapaba por un corredor, según expresaron otros”.
“Testigos presenciales de asalto de ayer contra el fortificado palacio de presidencia, dicen que el cuerpo del presidente Villarroel fue arrojado por un balcón a la multitud que se encontraba en la calle. En pocos segundos, las ropas de cadáver fueron arrancadas a jirones. Casi desnudo el cadáver fue colgado de un farol del alumbrado junto a los de tres inmediatos colaboradores del primer magistrado. Poco después el cuerpo fue descendido, envuelto en una sábana, identificado con una fotografía oficial y paseado sobre un tanque por las calles”.
El Día titulaba el 22 de julio de 1946: “Anuncióse el triunfo de una revolución popular en Bolivia y la muerte del General Gualberto Villarroel: El movimiento encabezado por obreros y estudiantes asaltó el palacio de Gobierno, muriendo en la cruenta lucha el presidente y algunos miembros de su gabinete”. Agregando más adelante en la misma página: “Los estudiantes universitarios son los verdaderos miembros de esta revolución popular”.
El 23 de julio, El País titulaba “Un gobierno provisional de civiles tiene el control de Bolivia”.
Si leemos con atención estos titulares, veremos cómo se construyó la narrativa del suceso. En primer lugar, la noticias del 21 de julio tanto de El País como de El Día del 22 de ese mes edifican una imagen adrede y malintencionada de Villarroel. El primero habla de Villarroel y de su gabinete formado por militares, el segundo, más hipócrita todavía, afirma que “el triunfo del movimiento revolucionario se anunció en Bolivia, como si se tratasen de libertadores del pueblo, cuando se comportaron igual a los peores criminales”.
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