En 1987 Alan Greenspan asumía las riendas de la poderosa Reserva Federal de Estados Unidos. El economista no ocultaba su veneración por Ayn Rand, autora de “La Rebelión de Atlas” (1957), una suerte de panegírico en favor del individualismo, el afán de lucro y el laissez-faire. En esta novela distópica sobre la sociedad norteamericana, las empresas son representadas como víctimas de las leyes, las regulaciones y el Estado en general. Luego de medio siglo relegado a algunos rincones de la academia y los think-tanks generosamente financiados, el neoliberalismo lograba acceder nuevamente a la cima de la política económica mundial.
Greenspan no perdió el tiempo y rápidamente comenzó a desmontar esa arquitectura financiera que había permitido no solo que la economía estadounidense lograra emerger de las profundidades de la Gran Depresión, sino también evitar por tres cuartos de siglo una crisis bancaria como la del ´29. En efecto, la ley Glass-Steagall del ´33, que entre otras cosas separaba las actividades de banca comercial de las de inversión y se había convertido en emblemática del New Deal, fue eventualmente derogada en 1999, pero en los hechos la misma se venía socabando desde hacía años. Las consecuencias del libertinaje quedarían a la vista con la crisis financiera global del 2008.
A pesar de que ya había dejado el puesto un par de años antes, Greenspan fue convocado por el Congreso para explicar la situación. En dicha ocasión el representante Henry Waxman le preguntó si era consciente de que su visión del mundo no era la correcta y que no funcionaba. La respuesta campechana de quien había timoneado las finanzas del mundo por casi dos décadas fue: “Absolutamente, usted sabe, esa es precisamente la razón por la que me sorprendió, porque llevaba 40 años o más con pruebas muy abundantes de que estaba funcionando excepcionalmente bien”.
Evidentemente todo esto venía funcionando muy bien para los banqueros y para el resto de las elites costeras que se beneficiaron de la globalización. La contracara es que ese modelo económico condujo a la desindustrialización, la pérdida de ingresos de las clases medias y la desigualdad en todos los rincones del mundo en que fue aplicado en los últimos cuarenta años. En el proceso, los ahorristas se fueron convirtiendo en deudores y los propietarios de viviendas en inquilinos. Y si el proceso continúa, probablemente en poco tiempo las vacas se sustituyan por sustancias de laboratorio, agregando al proceso de desterritorialización en marcha una deshumanización rampante.
Los norteamericanos y los europeos se están dando cuenta de la peor manera del error que cometieron en descuidar sus industrias, sus trabajadores y su territorio. Y como se trata mayormente de sociedades democráticas, el cambio viene siendo reflejado en las urnas. Sin embargo, parecería que las fuerzas del neoliberalismo encontraran en nuestro país un bastión irreductible en el cual algunos think-tanks ven una oportunidad para tirar algunas monedas y mantener la llama viva. Atlas se está volviendo iracundo y en el proceso va perdiendo la compostura.
En este proceso los dogmas y los maniqueísmos le van ganando espacio a las ciencias. Si alguien se atreve a cuestionar el dogma neoliberal de Hayek, en seguida resulta necesario acusarlo de defensor de la planificación centralizada. Para los enemigos más acérrimos queda reservada la acusación de “cepalista”, término utilizado para los herejes a quienes se les ocurra hablar de defender la industria nacional. Aleccionados desde afuera para hablar contra el proteccionismo, los promotores de esta nueva revuelta de Atlas no logran advertir que hoy día los gobiernos de Estados Unidos y Europa compiten para ver quién es más proteccionista. Nadie en Uruguay plantea hoy hacer fábricas de bujías o baterías… pero sí agregar valor a nuestros alimentos y apoyar a nuestros productores ante el embate de los productos importados. ¿O habría que pedirle permiso a algún think-tank sajón para ello?
Claramente, el mantenimiento de los límites de las AFAP para sus inversiones en el exterior ha ofendido la sensibilidad de más de alguna editorial. Pero lo cierto es que ninguno de los países que mencionan como ejemplos de desarrollo llegó a ese estadio con políticas neoliberales; ni el Estados Unidos de Hamilton, ni la Alemania de Friedrich List o el Japón de la era Meiji. Y aquellas naciones como la India cuyos textiles eran competitivos en los mercados internacionales, eran aplastados por la Compañía Británica de las Indias Orientales, cuyo objetivo era destruir toda competencia y para ello no dudaba en liquidar los medios de vida de una población altamente empobrecida. Empresa que ante la necesidad de generar divisas para sostener el Raj, no dudó en drogar a China con opio. ¿Será que los chinos se habrán olvidado de esto, como nosotros optamos por olvidar que el Reino Unido nos fagocitó las reservas acumuladas durante la Segunda Guerra Mundial?
En función de todo esto, la agresividad con que algunos notorios comisionados de Albion han salido a combatir a Cabildo Abierto es fiel testigo que los liderados por Guido Manini Ríos van por el camino correcto de la recuperación nacional. Esto tiene a Atlas muy irritado.
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