La pregunta del título refiere a si es que el asunto de la autoridad está atravesando malos pero pasajeros momentos, que al final dejarán aprendizajes y cuestiones positivas, o si en cambio el declive de la autoridad tal como la estamos viviendo es un estado social instalado.
Autoridad es el “ejercicio de ciertas potestades de mando de carácter legítimo […] que deben contar con algún fundamento […] reconocido por sus subordinados” (DRAE). Sin embargo, al remontarnos a sus orígenes, descubriremos que el término proviene del latín: autoritas y del verbo augere, y que su significado es aumentar, hacer crecer. Entonces aquí ya podemos ir entendiendo que autoridad en su sentido más valioso y positivo no pasa tan solo por imponerse sobre otros, lo cual sería una forma de autoritarismo, sino más bien por alcanzar a otros, de integrarse a otros para que ellos puedan crecer y desarrollarse mejor.
Su primera acepción semejante a la de autoritarismo es observable, por ejemplo, en sistemas sociales tiránicos, sean políticos o familiares. Su segunda acepción se relaciona mucho más con el amor al prójimo y con la tarea de contribuir a que este se despliegue plenamente con mucha mayor salubridad emocional. Es algo así como un “prójimo patrocinado” por alguien que quiere su mayor bien.
¿Qué tipo de autoridad solemos encontrarnos hoy en día a nivel mundial y nacional?
Generalizando, podemos asegurar que en ambos niveles la autoridad ha sido avasallada, primero por el relativismo que rompió con la verdad, con lo que es, es, y es como es inmutablemente. Esto significa que la verdad es en sí misma y no es otra cosa más que sí misma. Pero tal relativismo la ha reducido a verdades individuales, justamente relativizadas, al entendimiento subjetivo y antojadizo de cada uno. Así, cualquiera puede incurrir en la ruptura total de la realidad, percibiendo irrealidades que se toman por ciertas y muy valiosas. Tenemos el claro ejemplo de las “disforias de género”, que según el Manual de Psiquiatría DSM 5 2024, no son más que dispercepciones acerca de la propia identidad sexual.
El liberalismo ha sido sucesor en tanto filosofía biopsicosocial del anarquismo. El primero se inició en el siglo XVII en Gran Bretaña, y el segundo por los años 1800 d. C. como toda forma de oponerse a la autoridad establecida en busca de que el individuo se gobierne o gestione a sí mismo sin ningún cuerpo u organización que lo ordene y organice. Asegura Pierre-Joseph Proudon (1808-1865) que lo mejor para el ser humano es “sin amo ni soberano”. Su representación gráfica es una A dentro de un círculo.
La instalación de estas ideologías recrudece hoy; ya no es más una instalación al fin de cuentas opcional, sino un mandato político, social y personal proveniente de élites fuertemente empoderadas que, además, han configurado usos, costumbres, hábitos, leyes, ideologías y demás que deben ser acatados. Quien se aleje de tal acatamiento puede ser seriamente perjudicado y hasta perseguido como individuo y ciudadano. Esto viene ocurriendo con alarmante frecuencia respecto al asunto del feminismo –marxismo postmoderno–, por ejemplo, el cual no deja un solo títere con cabeza si se es su opositor.
¿Qué pasa a nivel familiar?
La figura del varón ha sido muy desvalorizada, varón no solo en cuanto a su estructura natural biológica (cromosoma XY), sino en cuanto a figura de autoridad en la segunda acepción a que nos referíamos. Es por ello que los hijos, muchas veces, incurren en el irrespeto de sus padres e incluso en su maltrato. En múltiples ocasiones esto está arengado por madres que sufren resentimiento hacia ese hombre en particular y lo desplazan sobre sus hijos. Muchas veces el resentimiento es, además de entendible, comprensible y justificable, pero debe ser pasajero y en algún momento poderse cerrar ese capítulo oscuro y triste para seguir adelante. Lástima que a veces sea demasiado tarde para muchos hijos, quienes arrastrarán como pesadas cadenas ese desamor y ese rencor.
De la des-autoridad deriva asimismo la falta de respeto hacia docentes y otras figuras, haciendo que la educación caiga a bajos niveles. A veces son los propios docentes –y es común observarlo– quienes con la autoridad internalizada desde su propia historia personal muy herida y avasallada se prestan a ponerse de igual a igual con los chicos. Están perdidos. No pueden con ellos; ya no son capaces de enseñar nada. Inciden otros factores, obviamente, pero el mencionado ha cobrado gran relevancia.
¿Cómo rescatar a la sana autoridad? No es imposible pero sí difícil porque implica un cambio de paradigmas de 180°. Se necesita autocrítica y toma de consciencia, lo cual no se puede hacer sin una percepción humilde y flexible de cuánto estamos dañados y dañamos al habernos dejado confundir por la falsedad que se ha puesto el disfraz de la verdad y, exitosamente, se hace pasar por ella.
“La verdad os hará libres” (Jn 8:31-38), pero primero que todo hemos de desarrollar la firme voluntad de buscarla y encontrarla.
*Psicóloga.
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