Nuestra sociedad está inmersa en la era de la hiperconexión. Interactuamos con decenas o centenas de personas por día a un ritmo vertiginoso a través del whatsapp y las redes sociales. Recibimos grandes caudales de información y variadas noticias en cada dispositivo electrónico. Estamos expuestos a distintos tipos de estímulos de forma acelerada e inesperada, a comprar, a emocionarse, a indignarse. Si hoy una importante virtud es el conocimiento, no debería ser menos el criterio, la crítica y la ponderación de la realidad que nos rodea.
Criterio viene del griego kriterión y significa “norma para conocer la verdad”. En la desambiguación quiere decir “separar los resultados” (krinein-separar, y el sufjio io-resultados). La palabra crítica, “separar lo bueno de lo malo”, también tiene la misma raíz krinein. La ponderación, en tanto, sugiere una medida, un peso de las cosas.
El maravilloso mundo que abre Google incorpora, no obstante, su propio criterio, su propia separación de los resultados de búsqueda, que ordenan y también orientan el pensamiento de los individuos y colectivos humanos. Surgió en los últimos tiempos una preocupación por denunciar las llamadas fake news, un esfuerzo que probablemente no se limitará a distinguir lo verdadero de lo falso, sino también lo apropiado de lo inapropiado y en definitiva lo bueno de lo malo. Así lo marca la historia de la humanidad.
Esta época de celebraciones y de balances invita a indagar acerca de aquella norma para conocer la verdad, para separar lo bueno y lo malo. Diversas expresiones del secularismo apuntan fallidamente a invisibilizar o denostar la dimensión religiosa de las personas y de las culturas. El ateísmo militante ha descendido a convertirse en una vulgar prédica contra el ser humano, una visión totalitaria que busca anular las diferencias, y que va ya no solo contra la fe sino también contra la razón. Una secuencia esperable.
Una de las películas más taquilleras de este año fue “El Guasón”, sobre el archienemigo de Batman. En esta versión íntima del tragicómico villano, se desnuda la angustia existencial del personaje, rodeado de una sociedad disfuncional que no lo comprende y que lo descarta. Una sociedad que, por otra parte, exhibe la fragmentación entre la élite y el resto de la ciudadanía, la ausencia del Estado y de cuerpos intermedios que logren canalizar y representar las inquietudes de la población.
Este 2019 se multiplicaron las protestas en varias partes del mundo. Fueron noticia especialmente los “chalecos amarillos” en Francia, la movilización “reguetonera” en Puerto Rico, los paros prolongados en Ecuador, Colombia y Costa Rica, el estallido en Chile, así como en Líbano, Cataluña, Argelia, Bolivia, Haití, Honduras, Hong Kong, Irak, Irán y lo más reciente en India. Si bien son geografías, realidades y problemáticas distintas, muchos analistas sostienen que el trasfondo está vinculado a un malestar por la creciente desigualdad, la corrupción y una crisis de representación.
Hace un siglo, en enero de 1919 se fundaba la Sociedad de las Naciones (antecedente de las Organización de las Naciones Unidas) y al poco tiempo, en abril del mismo año, se creó la Organización Internacional del Trabajo. Garantizar la paz y la justicia fue antes, como lo es ahora, un imperativo básico. Y los dos pilares sobre los que se sustentó ese esfuerzo fueron las Naciones y el Trabajo.
El sistema multilateral que se fue consolidando desde mediados del siglo XX permitió un periodo de estabilidad relativa, estimuló un aumento del comercio y un formidable progreso científico y tecnológico. Miles de millones de ciudadanos se convirtieron en nuevos consumidores en cuestión de décadas y alteraron el mapa de la producción mundial. Los Estados-Nación se ven en ese escenario incapaces de dar soluciones a las nuevas demandas de consumo y participación y acuden al endeudamiento como vía de escape.
El aparato financiero, en la medida que está dominado por la especulación, se vuelve un socio de la intermediación que contribuye a la multiplicación de las demandas. Como dueños de grandes medios de comunicación que son, transmiten como consigna principal el “empoderarse” para formar parte y desagrega a la sociedad en una diversidad gigantesca de “identidades”. Una diversidad tan grande que para los Estado es imposible procurar algún tipo de diálogo. La tendencia ahora está dirigida a que los propios Parlamentos tengan cuotas para cada una de ellas. En este escenario, los partidos políticos, los sindicatos y las cámaras empresariales pasan a un segundo plano.
La escala de los problemas en la globalización exige respuestas que sean precisamente regionales y globales. Sin embargo, para generar las condiciones de paz y justicia imprescindibles para la convivencia y el desarrollo, es necesario volver sobre la Nación y el Trabajo. Un volver renovado. Lo nacional como parte de lo universal, en procesos crecientes de cooperación y unidad regional, atendiendo al nutriente fenómeno de la migración, buscando soluciones para sus ciudadanos que no solo habitan un territorio, sino que forman parte de una comunidad. El trabajo entendido en sus nuevas dinámicas, fin en sí mismo y generador de riquezas, base de una cultura y de la dignidad humana.
Uruguay tiene un sistema de partidos sólido y un fuerte tejido de organizaciones sociales. En los últimos tiempos es cierto que cayeron en descrédito y poco hicieron por revertir esta situación. El cimbronazo que generó el surgimiento de Cabildo Abierto este año es la reafirmación de esos dos pilares, la Nación y el Trabajo, devolviendo la esperanza a miles de uruguayos que entraban en las filas del desencanto. A partir del artiguismo y lejos de sostener un discurso antipolítico o antisistema, procuró en todo momento animar a repensar la participación de los más desfavorecidos en la cosa pública, desde lo propositivo. Su conducta quedó plasmada durante todo el periodo electoral y al asumir el compromiso con la coalición multicolor.
Desde luego que Cabildo Abierto tendrá que aprender a incorporarse a una tradición parlamentaria y de gobierno, y seguramente cometerá errores en el transcurso de aquello. Tendrá la importante responsabilidad de no defraudar a mucha gente que confió su respaldo a este nuevo partido, aunque no podrá contentar a todos y por eso mismo tiene que medir las expectativas que genera. Pero del mismo modo, los otros partidos y el conjunto de la sociedad tienen que interpretar adecuadamente cuáles son las demandas y las virtudes que trae consigo este movimiento político. En un país relativamente homogéneo y con apenas tres millones y medio de personas no hay lugar para radicalismos.
En medio de una difícil situación regional, Uruguay puede marcar un camino de entendimiento formidable. Sin dejarse llevar por las nuevas olas, del signo que sean, marcando con criterio propio un destino con libertad y dignidad.