En los artículos anteriores abordé diferentes áreas del quehacer educativo tales como formación y perfeccionamiento docente, modificación en los currículos, dificultades al momento de implementar los cambios y algunas de las metodologías de enseñanza en las cuales el alumno es el protagonista de su propia formación. No hay dudas de que todos queremos que la educación uruguaya sea una educación de calidad, pero ¿qué es la calidad educativa?
Comenzaré por citar nuestra Constitución:
La Ley General de Educación (n° 18437) Artículo 1º. (De la educación como derecho humano fundamental).- Declárase de interés general la promoción del goce y el efectivo ejercicio del derecho a la educación, como un derecho humano fundamental. El Estado garantizará y promoverá una educación de calidad para todos sus habitantes, a lo largo de toda la vida, facilitando la continuidad educativa.
Al parecer hace mucho tiempo que este artículo es una expresión de deseo ya que los resultados de la educación uruguaya vienen siendo de los peores no solo si lo comparamos con Finlandia o Singapur, sino comparativamente con otros sistemas educativos latinoamericanos.
Para definir calidad educativa comenzaré desmontando algunas ideas erróneas:
Una educación de calidad no implica simplemente llegar a todos. Ha sucedido históricamente que se aumenta la cantidad y se disminuye la calidad.
Si llegamos a todos, pero con una educación que no les brinda a los alumnos lo que necesitan aprender, que ni siquiera puede mantener a los estudiantes durante los años de educación obligatoria en las aulas, no es una cuestión de cobertura, sino de calidad. Es bueno tener en cuenta las cifras de nuestra realidad, según el Informe del INEEd de los años 2017-2018, seis de cada diez jóvenes no terminan la educación obligatoria. (Cifra que se mantuvo en 2019, luego llegó la pandemia. En 2020 el 50% de los alumnos no termina bachillerato),
La educación de calidad no implica solamente que los alumnos permanezcan dentro del sistema educativo, muchas veces lo hacen como forma de obtener los beneficios de políticas sociales que así lo exigen, pero, lamentablemente; ellos no esperan aprender, tampoco a sus familias les interesa que lo hagan, ni a sus docentes. Es así que el centro educativo pierde su razón de ser para convertirse en un contenedor social o sucede que la permanencia de algunos alumnos en él, se traduce en el “precio” que deben pagar niños y jóvenes para que sus familias sigan teniendo ciertos beneficios económicos. Sin embargo, parece evidente que la función de los centros educativos es la transmisión del currículo y este no se refiere únicamente a los conocimientos académicos, sino también a los valores, las competencias socioemocionales, habilidades, etc. formando de manera holística a los estudiantes, integrando diversos campos del conocimiento. Por lo tanto, la calidad educativa lejos está de traducirse en la aplicación de políticas sociales que pretenden subsanar carencias económicas de los hogares a los que pertenecen los alumnos.
Una educación de calidad no es posible definirla de una vez y para siempre porque no es fija, sino que es dinámica y flexible. El mundo cambia y con él las cualidades de una educación de calidad.
A partir de la década de los 90 se inicia en la región un fuerte movimiento de reformas educativas destinadas a perfeccionar y a mejorar los objetivos de la educación básica. A partir de 1990, los países de Latinoamérica comienzan a delinear políticas educativas y estrategias de acción para la mejora de la calidad educativa bajo la influencia de las recomendaciones de UNESCO establecidas en la Declaración Mundial sobre Educación para Todos y el Marco de Acción para Satisfacer las Necesidades Básicas de Aprendizaje (UNESCO, 1990).
He mencionado en otro artículo que una definición clara y concreta de calidad educativa es la que nos proporciona Cecilia Braslavsky: “Una educación de calidad es aquella que permite que todos aprendan lo que necesitan aprender, en el momento oportuno de su vida y de sus sociedades y en felicidad” (Braslavsky, 2006, p. 88).
Existen varias dimensiones de la calidad educativa: calidad del docente, calidad de los aprendizajes y calidad de los recursos e infraestructura. En este punto es necesario aclarar que una infraestructura excelente no es sinónimo de educación de calidad, esta última se relaciona estrechamente con variables de tipo humano. El Informe McKinsey se encargó de demostrar que “la calidad de un sistema educativo tiene como techo la calidad de sus docentes” (Barber y Mourshed, 2007, p. 15). Expresión que reafirma la idea anteriormente expuesta.
Durante mucho tiempo, demasiado, en nuestro país se culpabiliza a los docentes por prácticamente todos los males de la sociedad y si pretendemos alcanzar una educación de calidad esto debe cambiar. Ser juzgados y criticados por cada paso que dan frustra y llena de temores a los profesionales de la educación, como si incidiera el efecto Pigmalión. Este efecto hace referencia a la influencia que puede llegar a ejercer lo que cree una persona de otra, por ejemplo: si a un estudiante al que le cuesta determinado tipo de ejercicio, el docente le demuestra que no cree que pueda hacerlo, está influyendo para que se cumpla esa profecía. Lo mismo sucede con los profesores, así como las expectativas de los docentes influyen en los comportamientos de sus alumnos, las expectativas que la sociedad tiene de los profesionales de la educación también termina influyendo en los comportamientos de estos últimos.
PISA pone de manifiesto quienes son los campeones de la calidad de la educación de acuerdo a sus criterios: los finlandeses, los suecos y los bávaros, los canadienses, los japoneses y coreanos. Todos ellos valoran altamente la educación de sus pueblos y su capacidad de aprendizaje, pero además estiman a sus maestras y profesores. Y su estima es crucial para que esas maestras y profesores puedan resolver los problemas a los que se enfrentan en los contextos de imprevisibilidad y adversidad caracterÌsticos de comienzos del siglo XXI. A su vez los maestros y profesores estimados por sus sociedades se estiman a sí mismos y no se culpabilizan de los errores, sino que los corrigen y sacan provecho de ellos. (Braslavsky, 2006, p. 91)
Otro concepto que surge de inmediato al hablar de calidad educativa es el de innovación:
Definiremos la innovación educativa como una fuerza vital, presente en escuelas, educadores, proyectos y políticas, que es capaz de reconocer las limitaciones de la matriz educativa tradicional y alterarla para el beneficio de los derechos de aprendizaje del siglo XXI de nuestros alumnos. Expresado en otros términos, innovar es alterar los elementos de un orden escolar que apagan o limitan el deseo de aprender de los alumnos. (Rivas, 2017, p.20)
Es oportuno mencionar que para la UNESCO la innovación se define de la siguiente manera:
La innovación no es una simple mejora sino una transformación; una ruptura con los esquemas y la cultura vigentes en las escuelas. (…) La innovación constituye un cambio que incide en algún aspecto estructural de la educación para mejorar su calidad. Puede ocurrir a nivel de aula, de institución educativa y de sistema escolar. (UNESCO, 2016, p.14).
El contexto de cada institución educativa es crucial dado que cada centro tiene sus características propias y su propio modelo de gestión. En este sentido, el estilo de liderazgo predominante puede influir de forma positiva; en las organizaciones educativas un liderazgo pedagógico y distribuido potencia las capacidades de transformación. El liderazgo pedagógico es el que se centra en los procesos de aprendizaje, refiriéndose a las acciones que se realizan en dichas instituciones, focalizadas en los procesos pedagógicos, la transmisión y construcción de conocimientos y el cumplimiento del currículo. Por otro lado, el liderazgo distribuido implica la delegación de tareas, para lo cual el líder debe conocer muy bien a sus subordinados:
“El líder incompleto, en cambio, sabe cuándo hacerse a un lado… y también sabe que el liderazgo existe a lo largo de toda la jerarquía de la organización: donde sea que puedan encontrarse experticia, visión, nuevas ideas y compromiso” (Maureira, Moforte y González, 2014, p. 140)
Otro aspecto a tener en cuenta como parte de la educación de calidad es la equidad. Dicho término no es sinónimo de igualdad, sino que se refiere a darle a cada uno lo que necesita. En nuestro país está comprobado que los resultados educativos son muy diferentes en alumnos que asisten a centros educativos en zonas de contexto crítico (generalmente públicos) de los que asisten a aquellos que se ubican en zonas más privilegiadas (la mayoría de las veces centros privados), especialmente en los tramos de la educación obligatoria. La inequidad se presenta de manera abrumadora, dado que estudiantes de centros privados obtienen resultados comparables con los de países europeos, mientras que alumnos que asisten a instituciones localizadas en zonas de contexto crítico logran aprendizajes con niveles similares a los de África.
La pandemia acentuó más las diferencias, estas se tradujeron en la falta de dispositivos electrónicos, así como la poca conectividad de alumnos pertenecientes a los quintiles de menores ingresos; situaciones por las cuales no podían los estudiantes darles continuidad a sus cursos.
El conseguir una instrucción de excelencia para todos los niños y adolescentes, es un deseo un tanto utópico al que nos podremos acercar mediante el fortalecimiento de la profesión docente, la actualización de los currículos, así como la obtención de los recursos humanos y materiales que se necesiten en cada centro. De esta manera se logrará elevar el estándar de todos los estudiantes.
Una educación de calidad no solo nos beneficiará a todos indirectamente, sino que además es la única herramienta que hará posible la creación de empleos de calidad. Este es un asunto tan crucial que debe ser tratado como política de Estado.
Referencias bibliográficas:
Barber, M. y Mourshed, M. (2008). Cómo hicieron los sistemas educativos con mejor desempeño del mundo para alcanzar sus objetivos. Santiago, Chile: PREAL, McKinsey.
Braslavsky, C. (2006). Diez factores para una educación de calidad para todos en el siglo XXI. Revista Electrónica Iberoamericana sobre Calidad, Eficacia y Cambio en Educación. 4 (2), 84-101.
Maureira, O. Moforte, C. González, G. (2014). Más liderazgo distribuido y menos liderazgo directivo. Perfiles educativos 36(146) 134-150.
UNESCO. (2016). Herramientas de apoyo para el trabajo docente. Texto: 1 Innovación educativa. UNESCO, oficina de Lima.
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