Sorprendiendo a propios y extraños, Ernesto Talvi renunció a la política. Se fue casi sin decir adiós. No hubo conferencia de prensa, habilitadora de preguntas varias; pero más llamativo aún en quien hasta hace poco era la principal figura del Partido Colorado contemporáneo y líder de un espacio gestado por él mismo, es que no hubo reunión previa con sus dirigentes ni siquiera con su propia bancada parlamentaria.
Sus seguidores solo con una carta quedaron de recuerdo. Muchos habían sacado la cara por alguien que pretendía liderar a los más capaces, imprimir un cambio reformador del status quo nacional -casi que a la altura de la obra de un Pepe Batlle-, de quien además habían aducido innumerables veces que era como un albacea político de la continuidad espiritual de Jorge Batlle.
Su prédica de campaña electoral era básicamente empezar por lo educativo. Pero la aventura duró poco, fue de tiro corto el pingo. Podrían dedicarse vastos editoriales a la diferencia entre el quehacer académico y el accionar político; entre el mundo de las ideas y las moquettes de los think tanks; o el deber ser y las hipótesis de tubos de ensayo, y el barro más mezquino de la necia cotidianeidad. Quien pretendía cambiarlo todo no soportó los vaivenes del primer oleaje, a lo que vale recordar, a modo de diametral contraste, una de las frases propias de Luis Alberto de Herrera (y creo la que más lo pintaba de cuerpo entero): “En aguas embravecidas, más hiende la quilla de nuestro barco”.
En el terreno de la causa pública, de poca utilidad le fueron a Talvi los masters y cursos de nivel cuaterciario, a quien no supo estar a la altura de lo que debe estar en la tapa de cualquier manual de liderazgo: ejercerlo con mínimo sentido de la responsabilidad. Responsabilidad por los dependientes, los subordinados o seguidores, la “indiada” que dio la cara por su líder en la pasada campaña (irónicamente, el abdicante en su carta despedida dice que se dedicará también a formar jóvenes para el servicio público… Pues, más allá de los posgrados, tendrá que internalizar para sí el abecé de cualquier liderazgo).
A desalambrar, a desalambrar prejuicios y falacias
Se hizo vox populi esta semana el sórdido hecho de que el fallecido Daniel Viglietti habría abusado sexualmente de una menor, quien contaba con tan solo diez años.
Una noticia de singulares características admite enfoques desde dimensiones muy distintas. Entre otras cosas, y quizás no sea lo más importante, marca la inmediatez de propagación de cualquier información en el mundo de las redes sociales, como generadoras de insumos periodísticos. Y a su vez, cómo lo trascendido parece apropiarse de una nota de inimpugnabilidad.
De ser ciertos los hechos divulgados, el cantante de protesta, ícono de una generación tallada por el magnetismo de la revolución cubana y el mayo francés del 68, no es solo un hombre hipersensible por los desigualdades económicas del mundo, sino que a su vez es una propia bestia feroz, capaz de generar por sí mismo padecimientos en el otro, que esta vez era una niña de edad escolar.
Viene a cuento pues quienes asistimos a presenciar la construcción gramsciana de un relato hemipléjico del “pasado reciente” (solo en un país lento lo sucedido hace más de 50 años puede llevar calificativo de reciente, y es agravante cuando el Estado aún no ha cumplido ni sus 200 años de vida), que no es tan sencillo poner a buenos y a malos, de un lado y el otro, como tan falaz es creer que hay ideologías y partidarios que per sé ya ostentan una superioridad moral sobre el resto quienes piensan distinto.
Y, también vale consignar aquello de que quienes pretenden transformar la aldea global en un cuasiparaíso terrenal, bien vale que empiecen por aplicar tanto altruismo esbozado en su comportamiento más doméstico o cotidiano, frente a sus semejantes más próximos.
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