Ha pasado más de una generación desde que la escritora británica afincada con su familia en Estados Unidos, Taylor Caldwell, diera a luz una novela de contenido histórico, destinada a transformarse en un Best Seller, titulada Capitanes y Reyes (Captains and the Kings). Tan grande fue el suceso de esta obra, que la Televisión Española la llevó a la pantalla bajo la serie de “Grandes Relatos” para ser exhibida en varios capítulos. En aquellos tiempos, en que la lectura aún seguía constituyendo uno de los principales pasatiempos, la escenificación del libro, lo convirtió en uno de los mayores éxitos de aquel entonces, con audiencias que eran alucinantes comparadas con las de hoy en día.
Se trata de un relato histórico que narra la vida del hijo de un inmigrante irlandés, que después de sufrir las humillaciones inherentes a la pobreza y sobre todo a su condición de católico, logró abrirse camino en ese duro mundo y a la vez tan promisorio que eran los Estados Unidos de América. Así comenzó a forjar con extrema paciencia y mucha voluntad una colosal fortuna, que si bien le abrió casi todas las puertas -sociales y políticas- no logró exorcizar las adversidades que le deparó el destino trágico a su familia. En esta novela verdad, el protagonista convertido en multimillonario, se lo llama Joseph Armagh y es el fundador de una dinastía. No es más que la historia de Patrick Joseph Kennedy y sus descendientes, a los que la fatalidad golpeará implacablemente con mortales zarpazos.
Lo que despertó tanto el interés por esta narración, no fueron los ribetes edulcorados estilo telenovela (hoy Made in Turquía), fachada que sólo sirvió de cobertura a una tremenda denuncia, cuya clave la da una frase del político británico del siglo XIX Benjamín Disraeli, que es el epígrafe con que comienza el drama: “El mundo está gobernado por personajes que no pueden ni imaginar aquellos cuyos ojos no penetran entre los bastidores”.
Esta colorida y amena crónica familiar, nos va iniciando en la historia de los jamás dilucidados crímenes políticos que enlutaron a EE.UU., y la autora insinúa que respondieron a ocultos intereses, más que a un desequilibrio mental o al idealismo malsano de sus ejecutores.
Más de una vez a lo largo de la voluminosa novela histórica, se repite la frase de Abraham Lincoln, donde este manifiesta en plena guerra civil, como si sintiera la premonición de su trágico final: “Tengo dos grandes enemigos, el ejército del Sur frente a mí y los banqueros a mi espalda. De los dos, los banqueros son mi peor enemigo”. A lo que para hacerla más explícita se le agrega un comentario, “Al General Lee no le temo porque da su cara y combate de frente, en cambio a los segundos sí, son capaces de mandarme apuñalar por la espalda…”
Un exitoso actor de teatro se puede convertir en un refinado agente
El asesinato de Lincoln a cinco meses de haber sido reelecto en la primera magistratura, fue el primero de los cuatro magnicidios de una historia salpicada de violentos atentados, la mayoría fallidos.
Ningún aficionado a la historia puede ignorar la dureza con que se desarrolló la llamada “Guerra de Secesión” entre el Norte y el Sur de Estados Unidos.
El 9 de abril de 1865 el conflicto había llegado a su fin con la capitulación del Gral. Robert Lee. Cinco días después de la rendición sudista, el presidente Abraham Lincoln acompañado de su esposa Mary, asiste a una función de gala en el prestigioso teatro de Washington, Ford’s Opera House, con espíritu de superar las calamidades vividas en los 5 años de la cruenta contienda. John Wilkes Booth penetra al palco oficial y dispara un tiro en la nuca del presidente, que apenas se movió, mientras su cabeza se fue recostando lentamente contra su pecho…
Brutal atentado que al poeta Walt Whitman, le hace brotar aquellos célebres versos: “¡Oh Capitán! ¡Mi Capitán! Nuestro espantoso viaje ha concluido…”
¿Quién era el que disparó a quema ropa, sobre la espalda presidencial? Se trataba de un prominente actor de exitosa actuación en teatros de New York, Baltimore Boston y Washington DC, mimado y muy aplaudido por el público.
Una vez concluida su aciaga tarea, se muestra ufano al público y declama en latín “Así llega la muerte a los tiranos” (Sic semper tyrannis), pretendiendo ignorar que había acabado con la vida del hombre que le puso fin a la esclavitud en los Estados Unidos. Luego se lanza a la platea donde se fractura una pierna y cojeando y todo, sube al escenario y se desplaza sin ninguna dificultad al exterior del edificio, donde desaparece montando un caballo que lo estaba esperando. Ayudado por sus cómplices, es asistido por un médico y luego de cruzar el Potomac, huyó al Estado de Virginia donde tiempo después es descubierto por soldados que lo buscaban, los que inmediatamente acabaron con su vida. Los muertos no hablan, es un viejo principio para dar por terminada las posibles investigaciones de las ramificaciones de este tipo de complots…
El cuarto magnicidio sucede casi a los cien años de este, que fue el primero en la historia de EE.UU., y tiene lugar en Dallas, Texas. El 22 de noviembre de 1963 el nieto de P. J. Kennedy (en la novela Joseph Armagh) 35° presidente de los Estados Unidos es abatido en plena vía pública por 2 disparos de un preciso francotirador profesional, llamado Lee Oswald que fue detenido -y con vida!- una hora después. Pero no llegó a ser juzgado porque dos días más tarde, mientras era trasladado fue muerto (silenciado) por un conocido gánster de los bajos fondos de Dallas, llamado Jack Ruby. El que a su vez también murió en la cárcel al poco tiempo.
El suculento trasfondo político de esta novela convertida en popular miniserie, supera los más audaces libretos, ¿habrá sido entendido por los lectores y/o espectadores? Es probable que la mayoría prefiere no pensar que en la ficción y menos aún en la realidad existan tramas de intrigas que disputen el poder de manera tan sofisticada.
Un artista de la canción puede ser instrumento involuntario de poderes inconfesables
La actitud de grosería insólita que tuvo días pasados el cantante de rock Emiliano Brancciari con el Senador Manini Ríos, sin bien provocó un rechazo generalizado tanto en redes como en algún periódico, a muchos le resultó difícil encontrarle una explicación.
Se trata de un cantante que ha hecho una carrera exitosa en la banda de rock “No te va a gustar” y que arremete en sintonía con el conductor de un programa televisivo de TV Ciudad con insultos gratuitos contra alguien que no conoce, que no se ha ocupado de él ni compite en su actividad artística, y que realiza una actividad absolutamente diferente. Llama la atención que el sorpresivo ataque, se produzca como respuesta en el momento que el líder de Cabildo Abierto ha creado malestar en los últimos días con su planteo en reactivar las pequeñas y medianas empresas como forma de recuperación de importantes de fuentes de trabajo muy maltratadas por las administraciones autodenominadas progresistas.
Es indudable que el paquete de medidas presentadas al presidente Lacalle Pou, pone en tela de juicio la reforma tributaria que sirvió de telón de fondo para disimular alguna de las nefastas políticas económicas del FA.
“Manini pide bajar exoneraciones al gran capital y revisar el IRPF”, titula otro diario sobre las propuestas de CA, no cabe duda que hablar de gravar al gran capital deja un tendal de dolientes.
Provoca extrañeza que un artista rockero se manifieste tan preocupado por la salud de la coalición.
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