Hace un par de semanas falleció Carlos Liscano, excelente escritor, dramaturgo, periodista, poeta, director de la Biblioteca Nacional y subsecretario de Cultura, Premio Nacional de Literatura y dos veces acreedor del Bartolomé Hidalgo.
También fue militante tupamaro recluido por años en la cárcel y, desde su salida en 1985, exiliado en Suecia. En el año 1987 hizo un viaje a Cuba, visitando La Habana para una estadía de un mes y pico, de cuyas impresiones publicó el libro “Cuba, de eso no se habla”.
Allí dice: “Al comienzo de este libro me propuse contarme qué pienso de la Revolución Cubana, qué pensaba hace medio siglo… y he reflexionado ¿Era esto, la Cuba de hoy, lo que soñábamos para nuestro Uruguay?”.
Transcribo: “Cuba es un recuerdo de la juventud y uno quiere que sea lindo. Es una ilusión frustrada. No queda nada de aquel sueño. A los que creen que todavía queda algo, poco se les puede argumentar. No hay razones contra la creencia acrítica”.
“Cuba influyó en la izquierda latinoamericana en los años sesenta y setenta. Los resultados de esa influencia fueron desastrosos para el pensamiento y la acción de la izquierda democrática de la región. ¿Qué valor, qué autoridad moral e intelectual tiene la burocracia cubana?”, se pregunta y responde: “Ninguno. Han destrozado el país, hundido la sociedad, expulsado al exilio tres o cuatro millones de cubanos. Eso son sus logros”.
Los Estados socialistas, dice, fueron dictaduras en nada diferentes a las de la derecha, con la salvedad que los dictadores de derecha siempre dicen que lo serán por poco tiempo y los dictadores de izquierda, en cambio, como deben construir el socialismo y luego el comunismo, tienen perspectivas de siglos.
“El socialismo, el único, el que concentra toda la riqueza y todo los medios de producción del Estado en una casta que se volvió la nueva clase dominante, ineficaz y más corrupta y venal que los políticos capitalistas, se ejemplifica en Cuba cuando los Castro y sus amigos y alcahuetes se instalaron en el poder y se apropiaron de todo lo que se les puso a mano”.
De su viaje a La Habana en 1987, deja el crudo testimonio del desastre en que se ha convertido la ciudad, de la ineficiencia de los servicios, de la ausencia de una cultura del trabajo, de que Cuba es un país pobre que sólo produce azúcar y níquel y está muy lejos del socialismo. Parece nunca haber entendido que el socialismo no sólo es eliminar la explotación, sino producir más y mejor que el capitalismo.
En La Habana, hermosa ciudad, todas las buenas construcciones son anteriores al 1959 y todas las malas del tiempo de la Revolución.
Desde que a Castro allá por los años 1968 y 70 se le ocurrió profundizar el socialismo y estatizar a los artesanos independientes, cuyos trabajos eran propios, como el de la modista, el fontanero, el zapatero remendón o el peluquero, la ridiculez llegó al extremo que para cortarse el pelo se necesitaban cuatro tipos, el que cortaba el cabello y tres que controlaban. Las purgas eran habituales para quienes se consideraban enemigos o insuficientemente revolucionarios, se perseguía a los homosexuales, se premia hasta hoy la delación, y con el tiempo hasta las movilizaciones dejaron de tener sentido, pues sólo se hacían cuando a Fidel se le antojaba, y para reforzar y actualizar su poder.
Hay hoteles y restaurantes sólo para turistas, que además cobran en dólares y a los que los cubanos no pueden entrar. En aquellos comercios que son para los cubanos y a los que no concurren los turistas, el servicio es desastroso, se cumple a desgano y a fuerza de propinas o coimas, pues la corrupción ya es un mal nacional.
La Habana no tiene agua a partir de la diez de la noche y la luz se corta a menudo, al igual que los teléfonos.
Liscano define a La Habana como una ciudad hostil, con el calor, los autobuses llenos, el ruido infernal, las largas colas llenas de gente agresiva, que discute por todo y parece estar a punto de estallar.
Con toda esa deplorable descripción de la Cuba castrista, no llama la atención de que los medios de izquierda hayan omitido toda necrológica sobre el recién desaparecido escritor Carlos Liscano y la única referencia que hemos visto es sobre un trabajo que hizo sobre la inutilidad y la falta de sentido de servir en el Ejército.
A pesar de todo, es el Frente Amplio quien le pide el voto a los uruguayos para apoyar en su política exterior, en forma indisimulable, el respaldo a las dictaduras Cuba y Venezuela, como entusiastas defensores que son sus integrantes, del castrismo y del chavismo.
TE PUEDE INTERESAR: