“Al que le quepa el sayo, que se lo ponga” reza un viejo refrán enraizado en la más genuina tradición de nuestro mundo hispano-criollo.
En buen romance esta expresión refiere, que si por algún dicho alguien se siente aludido – ofendido dirá- no debe tratar de culpar a nadie, sino que, antes debe ubicar en su propia persona esas culpas.
En este mundo saturado de materialismo vulgar, se hace difícil entender que los problemas intangibles que puedan afectar el alma, son no solo los más importantes sino y a la vez los más difíciles de resolver.
A raíz de esta inoportuna pandemia que todos estamos padeciendo, cada vez nos convencemos más de la pertenencia a un determinado territorio y solidarios con una comunidad de seres humanos. Sin caer en ningún tipo de necedad xenófoba. Y admitiendo la realidad de la región en que estamos insertos, así como también la intimidad planetaria que nos toca vivir.
El término soberanía, por más que a veces su uso es declamatorio y la más de las veces está vaciado de contenido, abarca el concepto esencial para entender la identidad ciudadana. Es la palabra clave que le da sentido y resuelve el misterio en el devenir histórico del Pueblo, la Nación y el Estado.
Con sensibilidad meticulosa, Aquiles Espalter comparaba la soberanía, con el conjunto de cualidades morales que configura la dignidad de una persona, que denominamos: Honra. Y agregaba,”tanto la una como la otra se pierde -estado o personas- sólo una vez en la vida…”
Nuestra historia es prodiga en intentos de atropellar muestra dignidad de estado soberano. ¡Y también en personas o grupos políticos sin escrúpulos que brindan sus servicios y venden su alma!
En la primera mitad del siglo XX, ya cerrando el ciclo de nuestras endémicas contiendas armadas, nuestro país contó con dos figuras que aún confrontadas -y aparentemente antagónicas- se complementaron magníficamente como los dos pilares indispensables de una democracia tangible. José Batlle y Ordóñez y Luis Alberto de Herrera.
Ambos poseían un claro concepto de lo popular y de lo nacional. Pero así como Batlle se lo enfoca como adalid de la justicia social, a Herrera se lo ve inseparable de la dignidad nacional. “Así como Batlle ha forjado la conciencia interna del país, podemos afirmar que Herrera ha sido la conciencia externa…” concluye Alberto Methol Ferre.
Queremos recordar sólo un episodio, casi olvidado, que puso a prueba nuestra soberanía y consagra a Herrera como el campeón de la dignidad de nuestro país. Donde lo más lamentable fue el arbitrario manejo del mismo. Cuando las turbas en la calle pedían cárcel para quien había impedido que se instalara una base militar extranjera, al estilo de Guantánamo en nuestro territorio.
Iniciada la Segunda Guerra Mundial el gobierno del Gral. Baldomir se había comprometido a autorizar la instalación de una base aeronaval en Maldonado, Laguna de Sauce.
El gobierno de EE.UU. había caído en la trampa de un irresponsable y absurdo informe del ya todopoderoso director del FBI J. Edgar Hoover que aseguraba que en nuestro país se había configurado un complot nazi con cientos de miles de milicianos armados, prontos para tomar por asalto a la región.
Pero era el Senado de la República el que podía autorizar dicho compromiso. Y en una memorable sesión de 8 horas, en la madrugada del 22 de noviembre de 1940, el Senado por 25 votos en 26 presentes (casi unanimidad) después de escuchar los argumentos de Eduardo Víctor Haedo y L.A. de Herrera, y del gobierno, le responde a su vocero el canciller Alberto Guani: “…Este Cuerpo, en ningún caso prestará su aprobación a tratados o convenciones que autorizan la creación, en nuestro territorio, de bases aéreas o navales que importen una servidumbre de cualquier género para la nación y una disminución de la soberanía del Estado”.
La reacción no se hizo esperar. A los pocos días comenzaron las manifestaciones, encabezadas por el Partido Comunista, al grito de “Herrera a la cárcel. Cerrar El Debate“. ¡Que concepto tan pundonoroso de la democracia la de esta gente! Limitar la libertad de expresión pidiendo el cierre de un órgano de prensa. ¡Y vaya uno a saber con qué farsa de juicio, la cárcel para un dirigente probo, que se oponía a que la Nación perdiera su honra!
El entonces senador Herrera tenía 67 años, en su libro El Año del León, Antonio Mercader lo define: “…había sido tres veces candidato a la presidencia, dos veces constituyente, dos veces presidente del directorio del partido Nacional, parlamentario y diplomático en Washington. Se trataba sin duda de una vigorosa personalidad mezcla de hombre de acción e intelectual; soldado en las revoluciones blancas de 1897 y 1904 y en la Guerra del Chaco. Publicó una veintena de ensayos que lo convirtieron en pionero del revisionismo histórico en Uruguay…”
Veamos la opinión de destacados pensadores contemporáneos a esta lamentable historia.
Carlos Manini Ríos, joven director de La Mañana de aquel entonces -se había desempeñado como subsecretario del Interior hasta diciembre de 1939- aportó su perspectiva: “Luis Alberto de Herrera había abrazado el principio de la estricta neutralidad, con una imparcialidad ante la catástrofe que parecía indiferencia por sus resultados. Esta posición fue llevada hasta las últimas consecuencias con altiva gallardía que resultaba admirable(…) El comunismo vernáculo, con total desenfado, se coló en la primera línea de las manifestaciones aliadófilas, emprendiendo los tremebundos ataques al grito de “Herrera a la cárcel”.
Carlos Real de Azúa sintetizó el triste episodio de esta manera: “Con pasajeras disidencias, el sector nacional del Herrerismo lo sostuvo con tenacidad ejemplar y contra todas las presiones, hasta el punto de costarle su defenestración del gobierno en 1942 y cinco años de propaganda comunista de “Herrera a la cárcel”. Pueda decir alguien que no pertenece a ese grupo político, que tal actitud resguardó valiosas posibilidades uruguayas y que defendió de una homogeneización masiva, rasgos diferenciales y sustanciales corduras”.
Muy importante fue el testimonio de Wilson Ferreira Aldunate: “Vengo del tronco nacionalista independiente muy duramente enfrentado al Herrerismo. Pero también los años me han enseñado a ver una cosa sobre la cual vale la pena reflexionar […] El sentido nacional de Herrera era una cosa innegable, que afirmó con coraje inusitado en momentos en que era casi suicida exhibirlo. En el ambiente de la Segunda Guerra Mundial, cuando casi todos estaban comprometidos en la lucha contra el nazismo […] percibir cómo, a pesar de la necesidad de alinearse con la democracia y con la lucha contra el nazismo, había que preservar simultáneamente la soberanía nacional, bueno, eso era una cosa que Herrera advirtió, y hay que reconocer que aquí no hay bases militares porque él lo impidió”.
Para medir la irresponsable actitud cipaya o genuflexa de aquella gente, debemos pensar que el informe arteramenente preparado por el director del FBI, Hoover, en realidad apuntaba a justificar una invasión armada a nuestro país. ¡Prudentemente lo resolvieron con un golpe de estado, en el carnaval del 42… para algunos bueno!
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