Nada más alejado de la verdad que pretender forzar la realidad dentro de casilleros ideológicos pre-formulados. Esta vieja tentación, viene recrudeciendo en esta era ruidosa, que aleja al animal hombre de su esencia- cuerpo y espíritu-, y a medida que lo va acorralando en su caparazón material, la soledad que esto le engendra, lo deja como presa fácil de esos simplismos que son la antesala de los fundamentalismos posmodernos.
Que no necesariamente son de raíz religiosa. Basta con presentar el mundo en blanco y negro e imaginarlo controvertido en falsas dialécticas.
Desde su nacimiento hace más de un siglo, La Mañana tuvo dos concepciones muy claras: las libertades públicas y la dignidad de aquel que con su trabajo y esfuerzo logró acceder a una determinada posición económica. No importaba si era pequeña o grande, lo importante era que actuara ya sea como factor multiplicador de plazas laborales, ya sea de estímulo para que otros compatriotas comenzaran con nuevos emprendimientos.
Era el camino que inició nuestro país al despuntar el siglo XX, donde la estabilidad política que se logró consolidar, fue el corolario del afianzamiento de una vigorosa clase media. Si bien hay que tener bien presente que ese es el sector de la sociedad que da los mayores réditos a la economía, debemos tener cuidado de caer en el sofisma del igualitarianismo como medida de todo el cuerpo social. El Bien Común se sustenta con agentes económicos chicos, medianos y grandes. Y unos y otros recrean una diversificación saludable en lo nacional, en la medida que unos no crezcan en detrimento de los otros. Que no se implante la ley de los peces, que el grande se come al chico. La función primordial del Estado es velar por la armonía social y evitar que esto suceda.
Días pasados, en un extenso reportaje, un empresario que se define como “un emprendedor de raza” califica al Partido Cabildo Abierto como “un fabricante de titulares”, aventurándose a emparentar a esta nueva fuerza política que integra la coalición de gobierno con algún sector de la izquierda, quizás irritado porque el novel partido no le bate palmas a cierto tipo de inversión, que apoyada en un torrente financiero, apunta a multiplicar la presencia comercial de grandes superficies que abarcarían todo el territorio nacional.
Este empresario, que afirma con indisimulada inmodestia que le gustaría en Uruguay “ser siempre cabeza de león”, representa la cara visible de la principal cadena de farmacias. Y no estamos lejos que este negocio se convierta en otro oligopolio más, en que a lo sumo dos o tres empresas terminarían controlando nada menos que los productos que son la base de la salud humana, y con ello, quién sabe si no pueden terminar controlando vastos sectores del sistema de salud y los precios de los medicamentos.
Insistimos, lejos nos encontramos del deseo de confrontar chicos contra grandes. Muy por el contrario, apostamos a la diversidad.
Por otra parte, y en respuesta a la insidiosa insinuación ideologizante que hace este señor, el mundo no se divide en derechas e izquierdas, hoy hay una vasta gama de matices que a veces se les puede denominar dignidad del trabajo, soberanía nacional, policlasismo social, justicia, etc. La izquierda clásica – para los que se quedaron en el tiempo- tenía como su principal profeta a Carlos Marx. Sin dejar de reconocer la validez de su denuncia sobre la iniquidad social de su época, que estaba en sintonía con los escritos de Carlos Dickens y Honoré de Balzac, Marx arribaba sin embargo a conclusiones opuestas.
Con respecto a lo que habitualmente definimos como clase media, en el análisis que J.J. Chevallier1 hace del Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels de 1848, uno de los evangelios de esa ideología, afirma: “Las clases medias, pequeños industriales, pequeños comerciantes, artesanos, paisanos…lejos de ser revolucionarias, estas clases son no solamente conservadoras sino reaccionarias, pues querrían hacer girar la rueda de la historia al revés.”
A veces no tenemos más remedio que cuestionarnos quienes son los grandes socios de esta embestida que termina en las grandes catástrofes de la historia: ¿los que defendemos la supervivencia y la expansión de la clase media, los que consideramos a este sector como el gran colchón que atempera la rispidez social, o estos señores que en su afán inconmensurable de lucro no tienen el menor recato en transformarla en asalariados o desocupados aspirantes a algún asentamiento?
La defensa del entramado social es parte fundamental de la identidad del Uruguay cuyas sólidas bases fueron impulsadas por Batlle, Arena y Manini. Desde ese entonces ha prevalecido una legislación que desconfía de los monopolios y defiende al consumidor…
La ley 17.243 del 6 de julio de 2000, qué reguló la defensa de la competencia, describía en su artículo 14: “prohíbanse los acuerdos y las prácticas concertadas entre los agentes económicos, las decisiones de asociaciones de empresas y el abuso de la posición dominante de uno o más agentes económicos que tengan por efecto impedir, restringir o distorsionar la competencia y el libre acceso al mercado de producción, procesamiento, distribución y comercialización de bienes y servicios”. No nos podemos olvidar que esta norma de claridad meridiana fue aprobada en tiempos en que todavía la región compraba listo para comer los dogmas de Friedman, enancados en el Consenso de Washington. Quizás por esto, en el año 2007, quienes gestionaban la economía corrieron raudamente a derogar este artículo, sustituyéndolo por una normativa convenientemente más imprecisa, que abriría las puertas a la penetración de grupos económicos conformados por grandes trust que lentamente iban configurando la nueva modalidad comercial que hoy nos rige. La misma metodología que se aplicó para dejar al sistema financiero en manos de un oligopolio que hace lo que se le apetece con las tasas de interés y las comisiones de las tarjetas de crédito. El mismo método que permite que los uruguayos paguen el costo más alto de la cerveza en el mundo. Parecería que próximamente veremos en carteleras una nueva versión de la saga, esta vez en el corazón del sistema de salud.
1 Jean-Jacques Chevallier. Les grandes oeuvres politiques: De Machiavel à nos jours
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