En un contexto de enfrentamiento entre dos posiciones contrarias respecto a la educación, será difícil construir consensos con vistas a mejorar los problemas en esa materia, según la opinión del economista y experto en educación superior, Claudio Rama. En diálogo con La Mañana, el especialista sostuvo que solo si gana la oposición habrá posibilidades de que se concrete la tan mentada reforma educativa. Además, fue crítico con la lógica “endogámica” de la Universidad de la República (UdelaR), y lamentó que la educación uruguaya “no garantiza igualdad de oportunidades”. Por otra parte, recordó sus vivencias en Venezuela, repasó su vasta trayectoria y contó cuál es el legado que quiere dejarle al país.
Han pasado 46 años del golpe de Estado que lo llevó a tener que radicarse en Venezuela durante 10 años. ¿Cómo recuerda esa época?
El día del golpe de Estado yo fui detenido, tenía 17 o 18 años. Mi padre, que estaba ya en Venezuela, empezó a incentivarme a que me fuera para ahí con mi hermana y unos meses después nos fuimos. Allí terminé el bachillerato e ingresé a la universidad. Los migrantes, por lo general, o se integran al país o se mantienen como en sectas; yo me integré, hice actividad política y estudiantil.
¿Por qué Venezuela?
En ese momento era un refugio muy fuerte, la economía estaba creciendo y mi padre tenía un contrato en la universidad. Empecé a trabajar y había posibilidades. Venezuela para mí fue realmente maravillosa, mi estructura intelectual se consolidó allí. Ingresé a un centro de investigación de la Universidad Central de Venezuela como asistente, donde estuve muchos años, lo que me permitió dedicarme a investigar y a leer. Hice la carrera de Economía y entré como profesor investigador en el centro de estudios. Más tarde mi padre falleció en un accidente de avión y comencé a perder rumbo y objetivos de vida. Tiempo después se produjo la apertura a la democracia y sentí la necesidad de volver, hasta que regresé en enero del ‘85.
En ese momento era un refugio muy fuerte, la economía estaba creciendo y mi padre tenía un contrato en la universidad. Empecé a trabajar y había posibilidades. Venezuela para mí fue realmente maravillosa, mi estructura intelectual se consolidó allí. Ingresé a un centro de investigación de la Universidad Central de Venezuela como asistente, donde estuve muchos años, lo que me permitió dedicarme a investigar y a leer. Hice la carrera de Economía y entré como profesor investigador en el centro de estudios. Más tarde mi padre falleció en un accidente de avión y comencé a perder rumbo y objetivos de vida. Tiempo después se produjo la apertura a la democracia y sentí la necesidad de volver, hasta que regresé en enero del ‘85.
Se graduó como economista, pero con los años se fue volcando hacia el área educativa. ¿Cómo se dio ese giro?
Mi enfoque de trabajo era economía internacional. Yo entré a la UdelaR como profesor de Relaciones Internacionales, luego al Ministerio de Economía en la Asesoría Económica Financiera y en ese contexto ya había empezado a trabajar en economía de la cultura. El expresidente Sanguinetti me invitó a asumir la dirección del Instituto del Libro y avancé mucho más en el tema de las industrias culturales. Me fui especializando en las áreas de economía de la educación, del conocimiento, de los productos del saber. Eso me llevó a crear conjuntamente con Argentina una maestría en Gestión de Políticas Culturales y luego empecé a viajar y a trabajar en Centroamérica. Estuve un tiempo trabajando para la Unesco en Nicaragua, Costa Rica y El Salvador, sobre todo formulando proyectos de cultura. Posteriormente fui vicepresidente del Sodre y estuve a cargo del área de radio, televisión y Cine Arte, y de la construcción del centro de espectáculos. Mientras hacía eso mantuve relación con el mundo universitario. Estuve en la UdelaR y después me pasé a la UDE, como profesor. En cierto momento comencé a sentir cómo se fueron mezclando los campos de conocimiento, o sea, con la economía entendí mucho más la cultura. La radio y la televisión me fueron acercando a la educación a distancia, y fui a México y vi con asombro todo lo que estaba haciendo el Tecnológico de Monterrey. Así fui transformando lentamente un perfil hacia el área educativa.
Uruguay es de los países con más desigualdad en términos universitarios
Hoy la educación es uno de los temas que más preocupa a nivel político. En este año electoral, de hecho, desde los partidos se buscará impulsar un acuerdo interpartidario para mejorar en esa área. ¿Cree que sería un paso positivo?
El problema es que el debate que fragmenta a la sociedad es el tema educativo, entonces es muy difícil construir un consenso cuando se considera que el mercado es malo y que los estudiantes no deben aprender cosas que el mismo necesita, o que lo privado es malo y que hay un solo modelo de universidad, presencial, catedrática, y no se acepta otra, tecnológica, a distancia, virtual. El mundo ha hecho un avance en nuevas concepciones educativas. Ahora dirijo un doctorado en Argentina de tres universidades, dos privadas y una pública, que trabajan juntas. Aquí no te imaginarás que la pública y la privada hagan un doctorado en conjunto, son perro y gato. Yo no puedo ser profesor en la UdelaR porque los grupos ideológicos no lo aceptan. Tengo más formación, dos doctorados y cuatro posdoctorados, y en los concursos, aquellos sin doctorado me ganan en puntaje. Es imposible.
¿Y a qué lo atribuye?
Es una lógica de endogamismo, donde la institución no es evaluada desde afuera, la razón y la verdad están adentro. Todo este sistema de alguna forma también está bloqueado porque no tenemos diversidad. En Argentina hay 50 universidades públicas, cada provincia tiene una.
¿La creación de la UTEC no rompe un poco con esa falta de diversidad?
Pero no existe. Yo creo que una de las pocas cosas buenas que hizo Mujica fue proponer transformar la UTU en una universidad, o sea, arrancar con 50.000 estudiantes. Para que la UTEC tenga un escenario de significación, con esta dinámica controlada, que tiene 2.000 estudiantes, van a pasar 30 años. ¿Por qué no puede tener Salto una universidad propia, por ejemplo? Hoy perfectamente se pueden tener universidades en cada departamento. Necesitamos romper un paradigma de la centralidad que hace que Uruguay sea de los países con más desigualdad en términos universitarios.
¿La educación uruguaya no garantiza igualdad de oportunidades?
No garantiza igualdad de oportunidades ni los niveles de control y aseguramiento de la calidad, y tiene un enfoque endogámico encerrado por el cual, en la Facultad de Humanidades, es imposible que pase una persona que no sea del grupo político-ideológico correspondiente a UdelaR. Tenemos un sistema educativo que requiere un aggiornamento. La educación media era el eje de los requerimientos de los mercados de trabajo en los 50; hoy la sociedad necesita profesionales, tecnólogos, ingenieros, artistas, de nivel universitario.
¿Estamos lejos de lograrlo?
Absolutamente. En el mundo, las estadísticas dominantes son la expansión de la maestría y el doctorado. Aquí hay uno o dos doctorados de universidad privada, porque el sector público no acepta que funcionen. En general, lo que ha ido aconteciendo en estos años ha sido que ante las demandas de la aprobación de un doctorado, la UdelaR en el consejo de las privadas ha votado dominantemente en contra, porque ha promovido la posibilidad de creación de sus propios doctorados.
¿Hay una especie de guerra interna entre ambos sectores?
Completamente, sigue todavía una guerra infantil, porque hoy Uruguay es el país que tiene menos educación privada de América Latina –es el 15%-. Tenemos un escenario donde el debate intelectual es contra lo privado, contra el Liceo Jubilar. Hay un paradigma intelectual que es: el Estado centralizado es el que gestiona el sistema educativo.
Considerando este debate tan polarizado que menciona, ¿ve difícil que se pueda concretar un acuerdo entre partidos?
Es una batalla campal porque hay dos visiones. Es más probable que si gana la oposición haya una reforma universitaria y una reforma educativa, pero la posibilidad de un acuerdo la veo difícil. No puedes tener un liceo donde los profesores todos los años van cambiando por un tema de rotación de horas; Uruguay está trancado al punto de que no puede tener una comunidad académica estable en los liceos. Además, con 300-400 estudiantes en el aula de la universidad es imposible que puedan aprender. En las privadas no puedes tener más de 30 alumnos y en la pública tienes cualquier cosa; necesitamos un sistema que fije los mismos estándares de calidad para todos.
Si el Frente Amplio continúa en el gobierno, ¿ese proceso de reforma que se exige desde algunos sectores no va a ser posible?
Yo creo que no. Lo inteligente es resolver cosas con tecnología, con prácticas más flexibles y con un nivel mayor de eficiencia en los recursos. Toda la visión que se ha armado durante estos años está demasiado basada en lograr resultados con sobregasto y sin ajustes organizativos. No tiene sentido que el 20% de las veces que los estudiantes llegan al aula no haya un profesor porque tiene licencia médica, no tiene sentido que no puedas contratar profesores estables dentro del aula, ni que todos los concursos estén medio arreglados. ¿Por qué no existe un ombudsman educativo? Todo el mundo habla bien del comisionado parlamentario de las cárceles [Juan Miguel Petit]; eso dio resultado: empuja, denuncia, presiona, promueve. Necesitamos políticas focalizadas desideologizadas.
¿Cómo evalúa el impacto del cambio tecnológico en el sistema educativo?
Estamos en un mundo que en materia educativa está cambiando, tenemos una disrupción digital brutal y la discusión es cuántos puestos de trabajo van a desaparecer, qué tipos de tareas van a configurarse. La única solución para eso es educación de calidad, no es que se sienten en el aula y estén 20 años repitiendo con tiza, lengua y pizarrón los libros de hace 50 años, eso no sirve para nada. Necesitamos un enfoque por competencias, todos los países avanzan en ese sentido; aquí es mala palabra porque eso es mercado. El nivel de deserción en el primer año de la universidad está cerca del 40%. ¿No debería haber una universidad a distancia para esa gente? ¿Cómo puede ser que el país no tenga una educación virtual para la gente de Tupambaé? ¿No tiene derecho?
¿Estamos estancados en esa materia?
Absolutamente. Solo en América Latina, el 19% de los estudiantes son a distancia; en Uruguay es el 2%. Mientras sigamos concibiendo que no estamos en una disrupción digital, le vamos a hacer perder tiempo y vida a la gente que está en el sistema universitario.
Hoy hay algunas modalidades de educación virtual, por ejemplo, en Jóvenes a Programar del Plan Ceibal. ¿Eso no implica un avance?
Yo planteé que el Plan Ceibal se reestructure y que de ahí salga una universidad virtual. Hoy brinda clases de inglés [a distancia], ese es el camino. También tiene un problema: se lleva 60 millones de dólares por año, una parte para los 435 funcionarios y la otra para la compra de los equipamientos, de la cual dos tercios es para las máquinas y un tercio para la reparación –se rompen todos los días-. Y se las regalan a los estudiantes. A mí me prestaban los libros en el Liceo Francés y los devolvía a fin de año. Yo pregunto, ¿corresponde que se estén regalando máquinas? ¿No será mejor que haya laboratorios fijos? El país ha gastado 600 millones de dólares en eso. El modelo “una computadora por niño” regalada por el Estado no existe en ningún lado. Aquí fue mucho más un objetivo de dar computadoras que un objetivo pedagógico.
Uno de los objetivos de ese proyecto era lograr la equidad.
Pero no tiene sentido seguir regalando equipamiento a la gente que tiene plata; sí darles a los que efectivamente no tienen. Esto fue armado como un proyecto de dar equipamiento y no de producir aprendizaje. Ahora comprendieron que lo fundamental es la programación, pero lo característico es comprar equipamiento y regalarlo, y eso se está llevando un volumen importantísimo de recursos. Todo el sistema de mantenimiento y reparación es un derroche.
¿A qué conclusiones arribó en su nueva obra “Políticas, tensiones y tendencias de la educación a distancia y virtual en América Latina”?
La primera es que la educación virtual es un derecho humano. Decimos que la educación es un derecho, [pero] la educación presencial es una limitación. La única que realmente cumple con el objetivo de la educación como un derecho humano es la virtual, porque puedes aprender cuando quieres, como quieres, donde quieres. La educación a distancia es el modelo en el cual entran todos, pero solo salen los que aprenden. Aquí tenemos un modelo presencial que es a la inversa: entran todos, pero la tecnología presencial no te permite que todos puedan aprender.
Un legado para la cultura
Hijo del escritor y ensayista Ángel Rama y de la poetisa Ida Vitale, Claudio heredó de sus padres “el valor del conocimiento”. Las huellas más fuertes que le dejó su papá fueron la faceta de ensayista, articulista y promotor de debates, y el latinoamericanismo. De hecho, hoy se dedica a la educación superior en América Latina, y colecciona máscaras de la región, gracias a que desde hace 30 años viaja permanentemente por trabajo. “Lo que heredé de él fue el sueño de una América Latina integrada, el sueño de Bolívar, que es una utopía, que es parte del pensamiento de Rodó”, explica.
Con su mamá, por el contrario, no tiene un vínculo muy fuerte, porque “nunca fue muy madre en términos de preocupación y de atención a los hijos, y se dedicó prácticamente a ella”. De todas formas, asegura que con los años pudo entenderla. “Ella tuvo una infancia muy compleja y eso la marcó, pero además, no siempre es fácil la convivencia de dos visiones, una más sensible, creativa, de la poesía, y una más analítica social”, agrega. Igualmente dice estar “muy contento” de que Ida haya podido realizar su sueño, luego de mucho tiempo de angustia por la falta de reconocimiento a su trabajo. Lo que ella le enseñó, fundamentalmente, fue la continuidad y la persistencia.
Proveniente de una familia intelectual, Claudio recuerda que sintió esa pertenencia no tanto en su infancia, sino cuando residió en Venezuela, dado que los inmigrantes deben “revolverse”, trabajar más, graduarse y conseguir dinero, y fue así como forjó su camino. En ese país encontró oportunidades, pero también logró sus objetivos por ser muy esforzado y trabajador.
Más que una visión sobre la educación superior, más que una continuación de una familia que se ha dedicado a pensar el conocimiento y la cultura, lo que este intelectual quiere dejar como legado es un gran museo de máscaras latinoamericanas que tiene el deseo de construir, y está a la espera de que algún gobierno quiera montarlo. Hoy tiene unas 600 piezas, todas son originales, no decorativas, sino que corresponden a una tradición, a un baile de las distintas culturas con las que se ha cruzado. Esta actividad empezó siendo un divertimento, hasta que un día lo asumió como algo profesional. Inclusive ha hecho exposiciones, y recientemente presentó una en el MAPI (Museo de Arte Precolombino e Indígena).