No hay duda que estamos viviendo la antesala de una crisis de vastas dimensiones. A la mayoría de las personas les gusta pensar que lo que está sucediendo es inédito y que sus causas son tan tangibles como las versiones que circulan tanto en las redes sociales como en los grandes medios. Siempre ocurre, para esta gente que piensa con cabeza ajena, que la responsabilidad recae sobre los últimos acontecimientos que conforman los grandes portales de noticias; en este caso la culpa de lo que está ocurriendo es obra única de la poca feliz invasión a Ucrania. Lentamente la temible pandemia del coronavirus constituida en una verdadera psicosis a nivel mundial, hoy fue sustituida por el rostro de una Rusia, que ni siquiera en los peores momentos del “estalinismo” se le atribuía…
Las crisis como las guerras, muchas veces entrelazadas entre sí, se repiten a través de la historia como una letanía. No obstante para ciertas mentes ilusas, se trata de categorías solo concebibles en el pasado y, cuando -inexorablemente- reaparecen, en un arrebato de soberbia intelectual espetan el anatema de que son resabios de un pasado que no debería volver.
Es conocida la utópica frase expresada del gobierno de los Estados Unidos cuando intervino en la Gran Guerra (1914-1918) alegando que el sacrificio que significaban los 4 millones de combatientes enviados a Europa, era para terminar con todas las guerras. ¡Pensar que en los cien años que nos separan de tan ampulosa frase sucedieron más de doscientas guerras!
Parafraseando la irónica respuesta de Arturo Jaureche sobre la “primera última guerra mundial”, podemos decir que desde el crack bursátil de octubre de 1929 se repitieron -en menor escala, sí- pero de alcance global la mayoría, más de cien crisis económico- financiero.
Tomemos como fecha de partida el Octubre Negro de 1929, cuyas letales consecuencias se expandieron a todo el planeta generando aquel nefasto período conocido como la Gran Depresión, que cuando se creyó superado, se desembocó en la Segunda Guerra Mundial.
A partir de esa fecha hasta nuestros días se puede afirmar que las crisis económicas se fueron produciendo en forma cíclica a razón de una cada pocos años, con perniciosas consecuencias globales en la mayoría de los casos.
Vamos a analizar dos grandes turbulencias que tuvieron palpables repercusiones en América Latina y sobre todo en el Río de la Plata. Una se origina en Asia y la otra en Estados Unidos. La primera acontece finalizando el siglo XX y la segunda ya comenzado el siglo XXI.
El mundo académico vinculado a la economía, ya sea el que está contratado por las grandes corporaciones financieras internacionales, ya sea el que asesora a gobiernos o, los que ejercen el libre ejercicio de su profesión -muchos de ellos sonoros opinologos- son vocacionales de la práctica forense. Después que suceden los cataclismos económicos, exhiben su pericia en practicar la autopsia y con el cuerpo aún caliente enuncian los factores que llevaron al deceso al sistema económico y dejan en agonía al cuerpo social.
Y, ¿cuáles son las causas que provocaron esa quiebra?
Palabras más palabras menos las conclusiones siempre son las mismas: acumulación de presiones de sobrecalentamiento de la economía, débil manejo del sistema financiero y del control de riesgo que afecta el portafolio de los bancos, problema de gobernabilidad e incertidumbre política, deterioro de la confianza de los inversores extranjeros, fuga de capitales de inversionistas extranjeros, etc.
La zancadilla a los tigres asiáticos
Se comenzó a denominar con el nombre de Tigres Asiáticos a cuatro economías que a la sombra de la Guerra Fría a partir de 1960 tuvieron un desarrollo vertiginoso con un crecimiento de más del 7% anual. Corea del Sur, Taiwan, Hong Kong y Singapur. A ellos se fueron agregando Malasia, Indonesia, Tailandia y también Filipinas y Vietnam. Debido a su alta densidad de población que limitaba sus tierras y recursos naturales, el crecimiento no podía apoyarse en la exportación de productos primarios, constituyendo la industria y el comercio el sector clave de la economía de estos países.
Nadie hubiera imaginado que estas economías que eran el paradigma de desarrollo de los países periféricos iban a padecer la turbulencia financiera y económica que repentinamente sufrieron en julio de1997.
Camilo Navarro Ceardi, chileno magister en filosofía económica, escribió recientemente evocando la crisis asiática y su impacto en Chile, bajo el título de “Un año en el que una de las regiones económicas más dinámicas del mundo nos hizo contener la respiración” destaca la sorpresa que produjo este inesperado desenlace y sin salir de su asombro dice: “Si antes del 2 de julio de aquel año, algún analista sesudo o político de turno hubiera anunciado el advenimiento de una terrible crisis probablemente lo hubieran tachado de loco”.
Veamos, los países del sureste asiático disfrutaban de altas tasas de crecimiento, de superávit en sus cuentas públicas, de una relevante apertura comercial, de estabilidad cambiaria a merced de sus tipos de cambio fijos y de una baja inflación.
“En 1997 más de un tercio de nuestras exportaciones tuvieron como destino el mercado asiático, y durante el primer cuatrimestre del año en curso dichas exportaciones disminuyeron en más de un 28% en relación a igual período del año anterior, lo que significa US$ 609 millones de dólares menos. Los países que más han disminuido sus importaciones de productos chilenos han sido Indonesia y Tailandia. Se observa un aumento de nuestras exportaciones a China, aun considerando en conjunto a China y Hong Kong. En relación a nuestras importaciones, aproximadamente un 15% provino de Asia durante 1997, y en el primer cuatrimestre del año ellas aumentaron en un 33%, equivalentes a US$ 277 millones. Por tanto, el saldo de la balanza comercial con Asia se ha deteriorado, reduciéndose en un 69% durante los primeros cuatro meses de 1998”.
Así como Chile también México, Brasil y Argentina, fueron golpeadas por los coletazos de esta feroz turbulencia especulativa que cerro el siglo XX. El drama de estas conmociones económicas golpeó la raíz social latinoamericana. Se las identificó frívolamente con nombres de bebidas típicas de cada país afectado. Así se hablaba de la Crisis Tequila, Crisis Caipirinha y en Argentina Crisis Tango.
La crisis comenzó en Tailandia en esa fecha con el colapso financiero de su moneda, el bath, como consecuencia de una excesiva carga de deuda externa que fue llevando el país a la bancarrota. La mayoría de los países del Sudeste Asiático como por efecto dominó sufrieron el desplome de sus respectivas monedas. Muchos economistas opinaron que esta crisis asiática fue creada por políticas que distorsionaron los incentivos dentro de la relación prestatario-prestamista. Los excesivos volúmenes de crédito otorgados presionaron los precios de los activos al alza hasta niveles inconmensurables lo que los hizo colapsar. Esto generó la clásica – e ineludible- relación causa-efecto como en Nueva York del 29, provocando la suspensión de pago de las obligaciones de deuda tanto por parte de las personas como de las compañías. De ahí al pánico de los prestamistas provocó el retiro del crédito de los países en crisis.
¿La mano invisible del mercado?
El primer ministro de Malasia Mahathir Mohammad (1981-2003) rehusó aceptar el socorro que le ofreció el FMI y en poco tiempo logró recuperar la confianza y la economía de su país. Para este singular líder asiático acusó al magnate de origen húngaro Georges Soros (lo llamó de criminal y pirata) de haber propiciado la caída de las moneda en Tailandia, Indonesia y Malasia, así como de ser el manipulador de los mercados de valores de esos países.
Caso fuera de serie la de este estadista malayo que con 94 años fue nuevamente convocado ejercer el puesto de Primer Ministro hasta el 2020.
La explosión de las hipotecas basura o subprime
La otra gran crisis que asoló al mundo global se originó en Estados Unidos inflando artificialmente los precios de las propiedades inmobiliarias y culminó con la quiebra del histórico banco Lehman Brothers. El periodista español Daniel Delgado la define así: “Siguiendo la tendencia estadounidense, la burbuja del sector inmobiliario se extendió a nivel mundial y fueron muchos los países que normalizaron el uso de las llamadas hipotecas subprime. Se trata de hipotecas en las que el riesgo de impago es muy alto debido a que se suele usar por clientes con escasa solvencia y el tipo de interés, la cantidad que se abona cada X tiempo por cada unidad de capital invertido, era muy alto en comparación con los préstamos personales. Aunque las agencias de calificación (rating) les asignaron buenas calificaciones, la elevación de los tipos de interés desde 2003 hizo que los inversores no pudieran hacer frente a los pagos y las tasas de morosidad subieran por las nubes. Las entidades se habían dedicado a negociar y vender esas deudas a bancos de todo el mundo, que se vieron saturadas por los impagos y la desconfianza de los inversores. Esto provocó que varios bancos tuviesen que declarar la bancarrota, entre ellos Lehman Brothers”.
“Lehman Brothers había realizado enormes (y muy arriesgadas) inversiones en el sector inmobiliario concediendo hipotecas del tipo subprime y dando una gran cantidad de créditos a particulares que no podían afrontarlos”.
El destacado periodista Delgado agrega: “Desde el comienzo de la crisis de las hipotecas subprime de 2007, fueron muchos los bancos que fueron declarándose en quiebra y anunciando la tormenta que estaba por venir. Sin embargo, Lehman Brothers era un pez muy gordo dentro del estanque, de los que manejaba activos de 639.000 millones unos meses antes de caer, y su bancarrota hizo que se colapsara la aseguradora AIG y desestabilizara el mercado de valores. La Bolsa de Nueva York sufrió, ese mismo 15 de septiembre, la peor caída de la historia en un solo día. La bomba cayó y su onda expansiva provocó una reacción en cadena en Estados Unidos que más tarde se extendería a todo el planeta…”.
“La crisis había llegado y, aunque todavía era pronto para imaginarse las consecuencias que tendría, los países tuvieron que actuar cuanto antes y con determinación para que el efecto dominó no terminara por derribar el sistema económico mundial. La primera medida fue que los bancos centrales inyectaran enormes cantidades de dinero (17.500 millones en Estados Unidos y cinco veces más en Europa) y bajaran los tipos de interés para rescatar a los bancos y aumentar la liquidez que tanta falta hacía. También dedicaron sus esfuerzos a evitar que se produjese una nueva inflación y a crear sistemas de control para que los bancos y las empresas no volvieran a arrastrar al mercado a una situación similar”, concluye el lucido economista Delgado.
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