En un extraño intento por justificar las subas de tasas de interés del BCU, la directora de Política Económica del MEF sostuvo que la caída del dólar no tiene que ver con la tasa de interés. La afirmación resulta tan chocante que fue el título de la entrevista publicada por El País el domingo pasado. Primero que nada, porque desafía el abecé del conocimiento adquirido sobre política cambiaria y monetaria, especialmente cuando el mismo se aplica en nuestro país. En efecto, a lo largo de los años el BCU ha invertido millones de dólares en enviar economistas a estudiar a los mejores centros académicos del mundo, quienes luego plasman su conocimiento e investigaciones en múltiples estudios internos, publicaciones, conferencias y charlas informales que describen entre otras cosas lo que se conoce como el “canal de transmisión” del tipo de cambio en la política monetaria. En este caso, lo que nos está diciendo lisa y llanamente la Ec. Bensión es que este canal no existe; que la tasa de interés no incide sobre el tipo de cambio. ¡De un plumazo mandó a un par de generaciones de economistas a estudiar de vuelta!
Pero como si no le hubiera alcanzado con alienar a los doctos de la ciencia lúgubre con dogmas tolomeicos, la directora también la emprendió contra los empresarios. Sostiene en este caso que el problema es que no utilizan coberturas cambiarias, cuando unas líneas antes reconocía que el mercado cambiario local es “muy poco líquido”, lo que en buen castellano significa que es un vergel de ganancias para quienes participan activamente en él. No precisamente el ámbito más propicio para que los empresarios, con su escaso poder de negociación, ingresen en una operación de cobertura donde del otro lado se encuentran los mismos bancos que dominan el mercado spot.
“Tenemos que obligar a los empresarios a que piensen más en estos temas”, continúa, como si se dirigiera a un conjunto de bisoños que necesitan ser instruidos sobre la mejor manera de administrar riesgos con los cuales han convivido toda la vida. Son varias las falacias implícitas en su razonamiento, pero no es de nuestro interés perder tiempo con torneos bizantinos que solo logran fastidiar a los cada vez más desconcertados agentes económicos. Lo que sí se requiere con urgencia es mayor modestia por parte de las autoridades para aceptar que algo no anda bien con una política cambiaria que, lamentablemente, amenaza con dejarnos postrados una vez más. No se trata de encontrar culpables, pero tampoco de justificar lo injustificable.
Esto último es justamente lo que pareció intentar el lunes pasado un influyente y conspicuo exjerarca del BCU desde su columna en Economía y Mercado de El País. En lugar de ilustrarnos –como es su práctica habitual– con los modelos de Mundell, Fleming o Dornbusch para salir al rescate de una política monetaria de la cual es un gran paladín, esta vez optó por el sinuoso camino de atribuir intencionalidades en quienes critican la política promovida por sus excolegas en los “servicios” del BCU y que es aceptada pasivamente por la mayoría del directorio. En efecto, menciona varias veces la presión de “sectores de interés”, entre los cuales no incluye a especuladores extranjeros o AFAP, por lo que los villanos deben estar por otro lado, quizás en alguna redacción.
Está bien, hagámonos los que no entendemos nada y pretendamos que el “carry trade” es parte de la imaginación de seres estúpidos que creen en teorías conspirativas; y no una muy rentable estrategia de inversión para los JP Morgan, Blackrock e ainda mais…cuando logran identificar a un generoso y engreído banco central dispuesto a pagarles US$ 500 millones por año –ver la columna de Kenneth Coates en este número– para “alquilarles” sus dólares mientras les resulte rentable.
El día que deje de servirles, estos capitales se apresuran para pasar por el brete de ese mercado de cambios ilíquido y la trama queda expuesta una vez más. Las reservas del BCU se evaporan, el dólar hace un “overshooting” al alza y los balances de los agentes económicos quedan destrozados. Llegado el momento, siempre existe un factor externo que sirve de disparador de la crisis y convenientemente permite eximir a los tecnócratas de toda culpa. Del mismo modo que los cocineros vieneses estaban ocupados en inventar el croissant con los otomanos en las puertas de la capital el Imperio, no serán estos tecnócratas quienes tendrán que dar la cara cuando llegue la hora de enfrentar la realidad; la carga recaerá completamente en las espaldas del sistema político. La “intelligentsia” estará ocupada en borrar los rastros de su propia responsabilidad en los hechos, preparándose como Talleyrand para asistir a su próximo Señor en la tarea de encontrar a los “culpables” de su propio desaguisado.
Pero si el problema del atraso cambiario afecta a la industria nacional, el problema del endeudamiento familiar pega amplia y directamente a gran parte de la ciudadanía. Se trata de un flagelo sobre el cual el BCU ha demostrado gran resistencia para actuar, por lo que resulta inevitable pensar en el accionar de los “sectores de interés” que tanto preocupan a su exjerarca, y en las puertas giratorias que hacen cada vez más difusa la frontera entre supervisores y supervisados.
En entrevista otorgada a El Observador el lunes, fue la propia ministra de Economía quien decidió involucrarse en el tema. Refiriéndose al proyecto de ley presentado hace más de dos años por Cabildo Abierto, la ministra lo calificó de “mejorable”, advirtiendo de su inviabilidad en caso que solo se le hicieran “cambios menores”. Si el proyecto era tan obviamente mejorable, y tratándose de un tema de vital importancia, cabe preguntarse por qué no se le dedicó el tiempo necesario antes. En marcado contraste, sí existió tiempo para trabajar en los criterios ESG de finanzas sostenibles para satisfacer los designios de los JP Morgan, los Blackrock y las consultoras y calificadoras. ¡Y bien que nos costó el bono verde en términos de tasa de interés! Pero bienvenido sea este esfuerzo de la ministra por salir del rincón en que se fue colocando la conducción económica por comenzar a atender los verdaderos problemas de los uruguayos.
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