El primer genocidio del siglo XX cada día está menos impune. Los hijos de la diáspora preguntan, quieren saber más, quieren ser activistas, toman lugares de lucha por la reivindicación de sus abuelos.
La fecha del comienzo del genocidio Armenio se conmemora el 24 de abril de 1915, el día en que las autoridades otomanas detuvieron a 235 miembros de la comunidad de armenios en Estambul; en los días siguientes, la cifra de detenidos ascendió a 600.
Llegan hasta mí las miradas de un testigo de ese infierno: mi abuelo Krikor. En inolvidables noches de sábado en su casa, un apartamento en el mismo edificio que yo vivía y vivo en la actualidad, mientras mirábamos pelis en la tele, solía contarme sobre su adolescencia en Sis, su ciudad de nacimiento, que fuera totalmente incendiada y destruida por los turcos.
Él era como dos jóvenes al mismo tiempo, el del antes del genocidio y el de después. Uno era de una familia numerosa, de alegrías y juegos permanentes combinado con el estudio, otro en cambio era el sobreviviente de un infierno, de una tragedia.
Evitando mencionar la intimidad de la tragedia que sufrió mi familia, simplemente, cierro mis ojos y recuerdo su mirada contando sus correrías de chiquilín en la capital del Reino de Cilicia, toda inocencia, toda alegría de sana nostalgia, y el cambio brusco, cuando detalla su deportación, cómo sobrevivió a la caravana de la muerte en el obligado peregrinaje por el desierto, las circunstancias que lo apartaron de su única familia sobreviviente, su hermano más pequeño.
Su mirada era invadida por sombras, sus ojos se llenaban de fantasmas, seguía buscando con su mirada fija, en las cataratas del tiempo pasado sus afectos robados, su silencio me hacía notar que él volvía a ver en directo, en ese instante, sentado a mi lado: al mal, al odio, al infierno, al mismo Satanás… él me hacía ver a través de sus ojos, el primer genocidio del siglo XX. Con su mirada, con sus suspiros, con su silencio, con sus gestos y con aquellas palabras que escuché de ese testigo y víctima de la barbarie.
Un día me armé de valor y le pregunté: ¿cómo fue en Sis? ¿Cómo fue que arrancaron las matanzas? Cuatro, cinco, quizás diez palabras le bastaron: “un día vinieron y tiraron a matar, nuestros mayores pelearon hasta la muerte”.
La cuestión armenia no terminó con el último cadáver del millón y medio de armenios asesinados. La enorme y militante diáspora, por todo el mundo denunció y denunció a Turquía en tribunales internacionales o en sus países de residencia ante sus legisladores.
Ya es de madrugada… mi hijo se destapa en su cama, deja ver su piyama con los colores (azul, rojo y naranja) de Armenia. Ahora son mis ojos los que ven cosas, lo veo a él, mayor ya, con una bandera de Armenia en una mano y con su hijo en la otra, participando de una conmemoración del genocidio armenio.
German Garabed Tozdjian
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