Las discusiones de ideas, sobre política y realidad nacional, se han vuelto cada vez más difíciles. La falta de argumentos y de apertura al diálogo es muy notoria. La simplificación, la calificación y adjetivación hacen que cada vez existan menos análisis, menos entendimiento. Si bien no todos los espacios de discusión están igual de contaminados, es una realidad, que cada vez cuesta más dar algunas opiniones sin que exista el riesgo de ser etiquetado, descalificado o agredido con insultos y agravios humillantes.
En algunos temas parece haber un pensamiento único, una verdad bien instalada, pura e incuestionable. A quien se le ocurra proponer o exponer, por ejemplo, una visión o propuesta diferente sobre violencia de género, igualdad o derechos de las minorías, corre el riesgo de ser descuartizado e incendiado en pocos minutos, sin derecho a réplica, ni argumentación.
Ahí no importa si la persona tiene dificultad para expresar de forma clara lo que piensa, tampoco si el objetivo buscado es el mismo al final del camino. Parece no haber lugar para pensar otros diagnósticos, otros caminos. Incluso en estos temas que son tan complejos y de difícil solución, la verdad parece que ya está impuesta, y quien se anime a cuestionarla la pasará muy mal, preferirá antes el silencio que volver a opinar. Esa intolerancia es en todos lados, también pasa a nivel político interno, dirigente político que da una señal de apertura y diálogo hacia el otro lado es acusado al instante por propios, de tibio, traidor o vendido.
Esto se da en mayor o menor medida en todos los ámbitos de discusión, pero por supuesto que está más expuesto en los medios de comunicación, principalmente en las redes sociales, donde toda opinión tiene que ser rápida y efectiva. Y donde permanentemente se les modifica el sentido a las opiniones con frases sacadas de contexto y noticias falsas, eso se ve de lejos y muy constante. Es común ver en programas de televisión o notas en vivo, mientras habla un entrevistado, como abajo en los gráficos se van publicando frases recortadas para el impacto, a veces hasta con la mala fe de hacer decir con esos títulos, cosas que realmente el entrevistado no quiso expresar. Lo mismo en medios radiales y escritos, el título siempre busca incidir en la opinión.
Parte del problema, es que ya casi no consumimos los contenidos, ni vamos al desarrollo de la noticia o la entrevista completa y textual para tratar de entender. Cada vez pasamos más por arriba sobre los temas en debate, lo hacemos de forma muy superficial, muy apresurados en participar, en aparecer solo para marcar postura. Compartimos el titular tendencioso, u opinamos sobre la noticia falsa, porque también es una forma de confirmar nuestros prejuicios y hacer propaganda a nuestras posiciones. No gastamos un minuto en leer, ni generar opinión propia, porque es poco el tiempo que tenemos, pero además porque ya tenemos una posición muy estancada de antemano. Encima todo lo que nos aparece más visible en redes es muy clasificado, creamos nuestra propia burbuja con acciones propias.
Cuando aceptamos amigos y seguidores, o compartimos y nos gusta alguna publicación, estamos cerrando cada vez más ese círculo. Nos vamos encuadrando lentamente a escuchar siempre las mismas ideas, las que nos agradan, las que compartimos y nos resulta simples de defender. Se dificulta mucho ver, encontrar y escuchar argumentos con opiniones distintas e incómodas. Para encontrar hay que buscar, pero no todos tenemos la voluntad de hacerlo. Puede ser por falta de tiempo, comodidad, miedo a cambiar, o a mostrar grandes contradicciones y a exponernos a duras críticas.
Entonces, cada vez dejamos menos espacio para el intercambio. Mucho se discute con consignas, propaganda partidaria disfrazada de información, fotos y frases simples, muy compartibles, pero vacías y falta de argumentos.
Eso claramente perjudica el debate, pero mucho más fuerte es el daño cuando aparece la intolerancia y la falta de humanidad, hay quienes llegan a festejar, burlarse e intentan capitalizar políticamente desgracias o tragedias humanas. Ahí no solo es imposible la discusión, sino que también es preferible estar lejos.
Tengo muy claro que este nivel, esta pobreza de discusión, atraviesa todo el sistema político, es muy común escuchar adjetivos y simplificaciones desde todos lados y hacia todos. Parece que no existiera la posibilidad de tener puntos en común con unos y con otros, o a la vez discrepancias con los propios en algunos temas.
Hay como una obligación de estar de un lado u otro, y de transformar la discusión en partido de fútbol con hinchada. Me resisto a esa idea de que hay dos veredas, que hay que elegir de qué lado estar.
En mi visión hay muchas veredas, muchos caminos. Lo importante es tener la libertad de caminarlos, de conocerlos todos antes de elegir. Riesgo a errar, a equivocarnos hay siempre, pero mucho más riesgoso es quedar inmóvil en el mismo lugar o caminar siempre por el medio. Tengo claro que no hay que ser ingenuos, que existen enormes diferencias e intereses contrapuestos.
Pero quiero discutir en un marco de respeto, de tolerancia, siendo fuertes, pero con argumentos. Poder hacerlo en el ámbito familiar, con amigos, vecinos, con quienes vivimos en el mismo territorio y somos parte de una identidad de una cultura. Donde para crecer, para mejorar, es importante el diálogo, el entendimiento, discutir sin agredir, sin dañar, sin romper, siendo frontales, leales.
Buscando acuerdos para construir una mejor sociedad y para defender lo que nos une, el interés nacional.
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