Los pocos lectores de esta columna se sorprenderán por el título, pero el relato de esa charla me resultó tan interesante que decidí compartirlo.
Ayer pedí un taxi desde Carrasco Norte hasta el centro y me vino a buscar un chofer, que, por su tono de voz, advertí que era un emigrado caribeño. Cuando le pregunté por su nacionalidad, me dijo que era venezolano.
Comenzamos una charla y, locuaz y simpático, el taxista me contó su peripecia. Salió obligado de Venezuela, donde vivió hasta sus cincuenta años con su familia, que hoy está desperdigada, pues tiene a sus hijos trabajando uno en España, otro en Miami, mientras su mujer y su madre quedaron, por ahora, en su tierra. “Una verdadera diáspora”, me dijo.
Al preguntarle por su trabajo, me contestó que vivía en Carabobo, un estado situado en el centro del país, y trabajaba en una empresa de distribución y reparto. En esa zona tenía una chacra de una once hectáreas, donde plantaba mangos, papaya, pimientos dulces, plátanos verdes y naranjos. Un día, al llegar, se encontró con un camión del ejército que no le permitió entrar y se le informó que la finca, que era de su propiedad, la necesitaba un hijo del presidente Maduro para su logística y otros menesteres. Que viniera otro día a llevarse sus cosas.
Sin recibir ninguna indemnización por el despojo, contrató un abogado para reclamar su restitución o su pago, en gestiones que resultaron infructuosas, al punto que pasados dos años el letrado le aconsejó desistir de su propósito, pues “la cosa se estaba poniendo fea”. Entonces tomó la resolución de abandonar Venezuela, para lo que no tuvo problemas. Salió del aeropuerto para Panamá y de allí a Montevideo, a la espera de poder reencontrarse con su mujer y su madre.
Ante mi requerimiento expresó que, como se sabe, en Venezuela mandaban los militares, que estaban llenas de presos políticos las cárceles, donde se les maltrataba y torturaba; que Maduro era un títere bien rentado de Diosdado Cabello, el verdadero dueño del poder, que el país no producía nada, que nadie trabaja, que alimentarse es carísimo, que en su zona de Carabobo se había instalado una infraestructura muy completa para el armado de automóviles, hoy totalmente abandonada, que para malvivir es necesario tener mucho dinero o estar “apadrinado” por algún militar y que duda mucho de que esa aparente apertura con una convocatoria a la oposición a participar en el llamado a elecciones llegue a tener resultados positivos.
Como resultó medianamente culto, hablamos de Rómulo Gallegos y sus obras como Canaima y Doña Bárbara y me formuló algún comentario de orden político al decir que en la época de Carlos Andrés Pérez, que fue dos veces presidente, la gente vivía bien y se consumía de todo en gran abundancia a pesar de que el pueblo entero sabía que era un corrupto y robaba grande, pero dejaba vivir.
Mi sorpresa comenzó, cuando me dijo que esos comentarios, que yo compartía porque los sabía ciertos, al hacerlo con otros pasajeros se encontraba con cerradas negativas de personas que nadan conocen y hasta se molestaban de que hablara mal del gobierno de Maduro. Le llegaron a reprochar que como venezolano hacía muy mal en hablar así de su país en el extranjero y le reconvenían por haberse venido, en lugar de quedarse, a partir de sus convicciones, para combatir y resistir lo que llamaba “dictadura”.
Ahora mismo se informa que las proyectadas elecciones para el segundo semestre de 2024 en Venezuela van a quedar supeditadas a la evolución del reclamo territorial que Maduro está planteando a su vecina Guyana por el territorio de Esequibo, lanzando una campaña de represión contra todos aquellos que criticaron el referendo sobre la anexión de esos 160 mil kilómetros cuadrados, ricos en petróleo y otros minerales. En la reciente cumbre del Mercosur sus integrantes y además Chile, Ecuador, Perú y Colombia suscribieron una declaración instando a Venezuela y Guyana a evitar acciones unilaterales. Por su parte, la Casablanca expresó su oposición a cualquier violencia en esa pugna territorial, mientras su secretario de Estado, Antony Blinken, reafirmó el apoyo inquebrantable de Estados Unidos a la soberanía de Guyana.
Por otro lado, queda el obstáculo de que María Corina Machado, la ganadora por amplio margen de las internas opositoras, está impedida por el régimen para ocupar cargos públicos y si no levantan su sanción no podrá presentarse en los dudosos y eventuales comicios de 2024.
Obviamente que es este el interés de lo que escribo, que sean los uruguayos quienes defienden la dictadura venezolana, como también a la infame tiranía de los sucesores de Castro en Cuba y a la opresión que ejerce Ortega y su mujer sobre el pueblo de Nicaragua.
Esta actitud nefasta es producto de la prédica frenteamplista en favor de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Son los países amigos del Frente Amplio, que increíblemente los defiende, como ha dicho la candidata comunista Carolina Cosse al ser preguntada sobre la ausencia de democracia en Cuba y contestar que ese país tiene “otras formas de consultar al pueblo”.
De ese modo el Frente Amplio orienta su política exterior hacia Cuba, una feroz y decadente dictadura, que nunca pagó sus compras en nuestro país, y Venezuela, de cuyos oscuros negociados con Uruguay solo ha quedado la deuda que aún mantienen con el sector lácteo y la opacidad con la que prolijamente se han mantenido varios sospechosos intercambios comerciales y bancarios, siempre millonarios y siempre perjudiciales para Uruguay por abultadísimas cifras.
Esa es la forma como el Frente Amplio defiende los intereses del país que quiere volver a gobernar , en compañía de sus socios del PIT-CNT.
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