Los hechos –sobre todo aquellos hechos que son cuantificables- se pueden presentar y percibir de muy distinto modo de acuerdo con la forma en que se presenten los datos. Tal es el caso de los contagios y muertes por COVID-19, donde en muchos casos, la información que se presenta –con intención o sin ella- es sesgada, y da lugar a errores de juicio.
En este mundo relativista, llama la atención, por ejemplo, la escasa relativización de esta pandemia con respecto a otras plagas y pestes del pasado. La peste negra, acabó en el siglo XIV –según las estimaciones más optimistas- con el 40% de la población de Europa; la gripe española, entre 1918 y 1919, mató a 50 millones de personas en América y Europa; y la peste italiana, que se afectó el Norte de Italia, mató en el siglo XVII a 280.000 personas de un total de 700.000 que vivían en esa zona. Estos datos deberían llevarnos a ver con respeto y prudencia, pero sin pánico, al COVID-19, pandemia que por ahora, ha llevado a la muerte al 0,005% de la población mundial.
Números engañosos
Por otra parte, desde el principio de la pandemia, observamos que cierta prensa viene presentando y manejando los números de muertos de un modo que puede inducir a error. Si a cualquier ciudadano más o menos informado de la evolución de la pandemia, le preguntan cuáles son los países con mayor número de muertos, es muy probable que incluya entre ellos a Estados Unidos y Brasil, y que adjudique esos resultados a un mal manejo de la crisis por parte de Trump y Bolsonaro.
Sin embargo, si bien es cierto que Estados Unidos y Brasil son los dos países que encabezan el número de contagios totales, cuando se analiza el número de muertos por millón de habitantes, se observa que países como San Marino, Bélgica y España están muy por encima de Estados Unidos y Brasil en ese indicador.
Algunos podrán decir, y con razón, que cada vida cuenta. Sin embargo, al momento de evaluar correctamente el manejo de la crisis en cada país, por parte de sus autoridades, lo que corresponde es llevar las muertes ocurridas en el territorio a muertes por millón de habitantes. Sólo así es posible evaluar la eficacia de las medidas tomadas; aunque por supuesto, este importante indicador, no es el único a tener en cuenta.
Otra de las cosas que permite ver el cuadro, es que los países donde se han hecho más testeos por millón de habitantes, no necesariamente se corresponden con los de menor mortalidad. De hecho, el país con más testeos por millón de habitantes del cuadro, es el que mayor mortalidad tiene. Esto no significa, obviamente, que ambas variables estén relacionadas, sino simplemente, que realizar muchos testeos no implica necesariamente, tener un mejor control de la pandemia.
Además de la información engañosa, hay información relevante que no se ve en la prensa. No hemos visto que se informe que de 215 países que hay en el mundo, sólo 25 presentan una mortalidad por millón de habitantes mayor a 100 (es decir, mayor al 0,01% de su población). Hay 15 países más, que tienen entre 50 y 100 muertos por millón; 114 países que tienen entre 1 y 50 muertos por millón –entre ellos Uruguay-, y 61 países donde el número de muertos por millón es menor a 1.
La prensa de nuestro país no es ajena a manejos incorrectos de cifras y datos. Por ejemplo, en Montevideo Portal se puede leer el siguiente titular: “Brote de COVID-19 en Rivera tuvo origen en una “reunión religiosa”, según las autoridades” – “Practique su fe de una manera responsable”, pidió una de las jerarcas del Ministerio de Salud Pública.”
Al leer el titular, uno pensaría que en Rivera, hubo un solo brote, y que todos los casos provienen de una “reunión religiosa”. Si uno sigue leyendo, se entera de que los brotes fueron dos. Uno, que dio lugar a 12 contagios, y otro que provocó 3 contagios. Este último –cuatro veces menos importante-, fue el de la “reunión religiosa”. La nota insiste una y otra vez en el brote de la “reunión religiosa”, sin mencionar en absoluto sobre el lugar donde se originaron los 12 contagios. No se necesita ser un genio para advertir que la “noticia”, busca advertir sobre la peligrosidad de las reuniones religiosas. Incluso, tratándose de Rivera, uno imaginaría que el contagio tuvo lugar en una celebración evangélica o neopentecostal, y no en un centro umbandista, como realmente ocurrió.