Ante la alarma pública que generó el informe sobre los efectos de los trihalometanos, elaborado por las profesoras Alba Negrin, Karina Machado y Stephanie Viroga de la Facultad de Medicina de la Udelaren respuesta a la solicitud de la Intendencia de Montevideo, el tema del agua ha concitado diversas reacciones, opiniones y cuestionamientos. Sin embargo, el debate parece haberse salido del cauce racional, lo cual es bastante preocupante, tratándose de un tema sumamente serio.
Cabe recordar la situación de la pandemia. Desde el momento que las autoridades sanitarias constataron la presencia del virus en nuestro país, el debate se centró en las medidas que se debían tomar para proteger a la población en una situación de extrema complejidad. Pero a diferencia de lo que ocurre actualmente con el agua, en aquel momento, las medidas iban en consonancia con los informes realizados por las instituciones médicas y sanitarias nacionales y extranjeras, o sea se manejaba un criterio científico, como pudimos verlo con el GACH. De ese modo se invirtió en vacunas y se hicieron campañas de disuasión para que la gente permaneciera dentro de sus casas.
Sin embargo, otro panorama es el que suscita el tema del agua. Ante las advertencias realizadas desde nuestros centros de investigación científica, como la Facultad de Medicina o de Química que son financiados por el Estado, ha habido una actitud escéptica que pretende minimizar la preocupación sobre los posibles impactos negativos presentados en el informe, o, en algunos casos, se ha maximizado la información brindada con el fin de sacar algún rédito político, generando un alarmismo innecesario.
Ahora bien, resulta extraño o al menos incoherente que frente a la pandemia las palabras de la ciencia eran poco menos que infalibles y que ante el peligro que suponía el covid-19 todos debíamos estar inmunizados, a pesar de los cuestionamientos que se realizaban a las vacunas. Pero frente al impacto que puede acarrear la exposición al agua que brinda el servicio de OSE, pareciera que la ciencia no tiene nada importante que decir, y curiosamente, el tema ha quedado más en la órbita de la disputa política que de la propia Medicina, que sería la disciplina apropiada para medir estos impactos en la salud.
En definitiva, podemos afirmar que esta falta de criterio es fruto de las opiniones subjetivas de algunos integrantes del sistema político que, por no amparar sus palabras en el conocimiento científico o filosófico, han terminado por volcar más confusión y estupefacción sobre la población.
Por eso es importante volver sobre el concepto de ciencia y conocimiento. Porque, al final de cuentas, acciones como pensar y entender dependen por principio de una cuestión de forma. Son las formalidades las que hacen al conocimiento, y es por medio de estas mismas formalidades que podemos establecer una clara diferencia entre lo que es una creencia y lo que es una premisa científica.
Como bien decía Karl Popper, los orígenes de la ciencia moderna se encuentran en el “empirismo clásico de Bacon, Locke, Berkeley, Hume y Mill, y el racionalismo o intelectualismo clásico de Descartes, Spinoza y Leibniz. En esta querella, la escuela británica sostenía que la fuente última de todo conocimiento es la observación, mientras que la escuela continental afirmaba que lo es la intuición intelectual de ideas claras y distintas”. En su libro “Conjeturas y refutaciones”, Popper se considera a sí mismo una fusión de ambas escuelas de pensamiento. Lo importante a aquí es cómo la ciencia en definitiva tiene reglas claras y universales, sean estas empíricas, es decir observables, o racionales, es decir que pueden ser razonables por medio de la lógica.
Tal es así, que todo el desarrollo de nuestra sociedad occidental está basado sobre la exactitud de las ciencias, y no hay casi actividad humana actualmente que no esté regulada por un marco científico, desde la historia hasta la física.
Ahora bien, ¿puede ser cuestionada la exactitud de las ciencias? Claro que sí, es parte de la evolución y de los cambios científicos, pero ese cuestionamiento debe hacerse bajo un criterio formal, no de un modo azaroso e irresponsable.
Por eso para debatir entre creencias y supuestas verdades, se vuelve imprescindible volver sobre el pensamiento formal, no sólo para este caso particular, sino para otros, como el reciente anuncio realizado por el Gobierno, donde se informó sobre un acuerdo que se firmó con Corea del Sur para instalar en nuestro país un laboratorio biotecnológico. Sería bueno saber exactamente en qué consiste el supuesto laboratorio y cuáles son las potenciales amenazas de instalar en nuestro país productor de alimentos un proyecto de este tipo. Vale recordar que, en Wuhan, donde explotó el covid-19, también había un laboratorio biotecnológico financiado por inversionistas extranjeros –de los que aún se desconoce su nacionalidad– que estaba bajo la lupa de los investigadores internacionales que buscaban el origen del virus.
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