El medio ambiente es un tema relevante que se lo debe monitorear globalmente y con seriedad. Pero esto no puede servir de pretexto para ocultar la problemática social, que los países periféricos vienen arrastrando ominosamente durante décadas y décadas. Pasan los gobiernos y la dignidad humana sigue postergada.
Los comentarios sobre la Conferencia de Naciones Unidas sobre cambio climático (COP26), que se viene realizando en Glasgow, Gran Bretaña, en estos días hasta el próximo sábado 12 de noviembre, ha generado una subasta de comentarios altisonantes en los principales medios de comunicación mundial.
¡Cuanto mayor es la capacidad de amplificación del medio y mayor el nivel económico de la región en que está inserto, mayor volumen adquiere el tono de denuncia de la catástrofe que se avecina!
Casi al finalizar el otoño, en esta histórica ciudad que no hace mucho detentó el título de Capital de la Cultura Europea, se dieron cita delegaciones de casi 200 países, en muchos casos presididas por los propios jefes de estado. Y también la participación de algún expresidente como Barack Obama. La Cumbre climática es presidida por el británico Alok Sharma nacido en la India, una de las naciones emergentes más perjudicada en la hipótesis que se decidiera a prescindir del carbón para ser sustituido por las energías renovables.
La llamada Cumbre de la Tierra, realizada en Río de Janeiro en junio de 1992, que logró un gran consenso mundial fue la que inauguró este ciclo de congresos cimeros que apuntan a la búsqueda de un desarrollo sostenible y la protección ambiental. El programa 21 ahí aprobado, establecía una relación entre desarrollo económico y desarrollo sostenible que suscribieron 158 países. Luego en Berlín 1995 se estableció la necesidad de un instrumento jurídico que se concretó dos años después con el Protocolo de Kyoto que proponía reducir al menos en un 5% las emisiones de dióxido de carbono. Esta meta sólo era vinculante para las 36 naciones más industrializadas. Si bien las COP se organizan todos los años algunas de estas reuniones han alcanzado mayor relevancia, como aconteció con la de París 2015 y el acuerdo allí firmado considerado como un hito climático.
No cabe duda que la preocupación por el medio ambiente es un tema relevante que se lo debe monitorear globalmente y con seriedad. El problema es cuando determinados tópicos escapan de su complejidad y desbordan el cauce por el que tenían que deslizarse.
Anuncios apocalípticos
No es aconsejable que cuando se detectan situaciones complejas que podrían afectar a la mayoría de los habitantes del planeta, en lugar que sus consecuencias reales sean analizadas con la calma y la erudición que merece el problema que se percibe, se le de estado público en una simplificación del fenómeno, hasta transformarlo en fascículos de un texto religioso.
El pasado domingo, Francisco Faig, en su columna en El País expresaba: “La estrategia de anunciar catástrofes futuras para ganar en el presente adeptos a tal o cual causa política o religiosa, no es nueva. Hace ya varios lustros que quienes están ocupando el mayor protagonismo en el espectro de los anuncios apocalípticos son los que podríamos llamar radicales ecologistas. Siendo numerosos y diversos tienen en común la creencia de que la voz del panel intergubernamental del cambio climático dice la palabra sagrada…”.
El mundo –en mayor o menor medida- recién está saliendo de la denominada pandemia, una pesadilla que dejó una impredecible crisis económica y lo que es peor una amarga estela de vidas en el camino y de traumas psíquicos y físicos.
Nuestro país que logró manejar la situación -con libertad responsable- de forma bastante exitosa y hoy se notan las caras distendidas de nuestros compatriotas por doquier y nuevamente el optimismo vuelve a los corazones.
No se puede creer que muchos cronistas de la agenda del cambio climático, opinen con frío tono robespierista, que estos dos años de reclusión y de angustia que mantuvo a la humanidad aislada y alejada de su esencia social, resultaron ser altamente beneficiosos para la “causa”. La pandemia había frenado brutalmente la economía mundial y con ello la pérfida contaminación del planeta, comentan en sus ríspidos artículos. Las emisiones totales cayeron un 5,4%. Pero lamentablemente las emisiones volverán a subir a partir de este año. Se ha llegado al extremo de fundamentar posiciones radicales en base a la serie de ficción “The Newsroom” de la cadena HBO, donde un alto funcionario de la Agencia de protección ambiental acude a una entrevista y anuncia: “el mundo ya pasó el punto sin retorno respecto al desastre climático”.
La “retórica apocalíptica” sobre la crisis climática “no se corresponde con la realidad” y el alarmismo al respecto “nos perjudica a todos” ha asegurado en una entrevista con la agencia Efe, Michael Shellenberger, activista ambiental de larga trayectoria. Autor del libro “No hay apocalipsis” sus artículos son publicados regularmente en los principales diarios norteamericanos. Es el fundador y presidente de Progreso Medioambiental (Environmental Progress) con sede en la localidad californiana de Berkeley (EE.UU.), que defiende la energía limpia y la justicia climática. En 2008 la revista Time lo nombró “Héroe del Medioambiente”.
En su polémico libro afirma que “muchas tendencias van en la dirección correcta” para arreglar la crisis ecológica, por lo que mantener posturas extremas y alarmistas es negativo, empezando por el propio planeta, y aprovecha para denunciar “poderosos intereses financieros” que las impulsan aprovechando el “deseo de trascendencia” de las personas.
Por ello, critica a “los activistas del clima que pronostican que miles de millones morirán a causa del cambio climático, políticos norteamericanos que dicen que el mundo acabará si no cambiamos radicalmente nuestras vidas y le sale al cruce a Greta Thunberg que dice que debemos entrar en pánico”. Pues “ninguno de estos argumentos es correcto”.
El ecologista escéptico
A su vez el danés Bjorn Lomborg alertó previo a esta conferencia, que “la mayoría de los países ricos prometen ahora que reducirán a cero sus emisiones de carbono para mediados de este siglo. Pero, sorprendentemente, solo un uno de ellos ha hecho un cálculo serio e independiente del coste que esto conllevará: Nueva Zelanda. El estado oceánico ha descubierto que esta reducción se llevaría, en el mejor de los casos, un 16% de su PIB para mediados de siglo, lo que equivale a todo el presupuesto actual del país”.
El autor del libro El ecologista escéptico, agrega: “Para los EE.UU. y la UE, el coste equivaldría a más de 5 billones de dólares anuales. Una cantidad que es superior al presupuesto federal total de los EE.UU., o al conjunto de lo que los gobiernos de la UE gastan en todos sus presupuestos de educación, recreación, vivienda, medio ambiente, asuntos económicos, seguridad, justicia, defensa y sanidad”.
Es revelador que, recientemente, el vicepresidente de la Comisión Europea, Frans Timmermans, haya admitido que las políticas climáticas van a ser tan costosas. Y que sería un asunto de “vida o muerte para nuestra industria” sin unos enormes aranceles que la protegiesen.
El presidente del Copenhagen Consensus Center, que trabajó con 50 equipos de economistas y varios académicos galardonados con el Premio Nobel, se pregunta, “¿Cuál es el objetivo de las políticas sobre el cambio climático? Hacer del mundo un lugar mejor para todos nosotros y para las generaciones futuras”.
“Pero también necesitamos hacernos una pregunta más amplia: si el objetivo es hacer del mundo un lugar mejor, ¿son las políticas climáticas lo más urgente e importante? Además, tenemos que reconocer que reducir el calentamiento global es solo una de las muchas cosas que podemos hacer para conseguir que el mundo sea un lugar mejor”.
“También deberíamos invertir en atención sanitaria, educación y tecnología. Pero no podemos hacerlo todo. La política climática actual es tan costosa y lastrará tanto las posibles ganancias y futuras en el PIB, que dejará mucho menos dinero para políticas que aumentan el bienestar humano”.
Por su parte el académico francés Remy Prud’Homme autor del libro La dictadura del calentamiento, aunque admite que la temperatura del planeta se ha incrementado, duda de los efectos de la mano del hombre. “Es una teoría creada por los países ricos” sostiene. Y asegura que no hay sustento científico para afirmar que la emisión de dióxido de carbono haya sido la causa del incremento de la temperatura del planeta. Para Prud’Homme esta teoría ha sido creada por las naciones ricas para impedir el desarrollo de los países pobres… desarrollarse sin carbón es muy difícil para países pobres como los de África o aún la India.
La naturaleza humana escarnecida ¿Hasta cuándo?
El Centro Mariano de Investigación Social (CEMAIS) dedicado a la investigación social, presentó a fines de octubre de este año, un nuevo estudio referido a la realidad poblacional de Argentina. El Informe N° 11 se aproxima a la problemática socio-demográfica y económica de las grandes urbes, en especial la del Gran Buenos Aires. El análisis relativiza consensos acerca de la migración interna como causa de la aglomeración y empobrecimiento de los cinturones que rodean las grandes urbes argentinas (Gran Buenos Aires, Córdoba, Rosario). El estudio presenta una dinámica en que los niveles de marginación y exclusión actuales no tienen que ver con un caudal masivo e irregular de población provinciana –fenómeno que ya no tiene tanta relevancia en los últimos 30 años-, sino demuestra que el 85% de los pobladores de estos asentamientos son nacidos en ellos. Esto muestra que la responsabilidad en la marginalidad y la pobreza corresponden a gobiernos de todos los signos políticos, estando en esta situación hoy 28 millones de argentinos.
En medio de esta subasta catastrofista, que se la pretende presentar como el fin del mundo ¿se va a priorizar el calentamiento global sobre la búsqueda de soluciones sociales a una realidad que se viene arrastrando y que cada vez ofende más a la naturaleza humana?
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