En este año electoral –y nos referimos no solo a las elecciones nacionales en nuestro país, sino también a las diversas elecciones que sucedieron o van a suceder en este 2024, como la de Estados Unidos o las locales de Alemania– se pueden analizar varios aspectos que definen, de algún modo, un comportamiento electoral de carácter global, en el cual la dicotomía izquierda y derecha parece haberse agotado, presa de su propia narrativa.
Según expresó Paul Krugman para El País el 11 de setiembre: “Turingia, el estado alemán donde la AfD –partido considerado “de extrema derecha”– ganó más votos que cualquier otro partido, se parece a Virginia Occidental. Al igual que Virginia Occidental, es un lugar que la economía del siglo XXI parece haber dejado atrás, cuya población está en declive, en particular los jóvenes que se van en busca de oportunidades en otros lugares. Y Virginia Occidental apoya firmemente a Donald Trump y su partido, cuyas doctrinas guardan una considerable similitud con las de la AfD”.
En concreto, esta realidad pone en evidencia dos cosas. Por un lado, la incapacidad que ha tenido el progresismo para resolver las demandas de las poblaciones pertenecientes a las zonas y áreas más pobres en los dos países mencionados. Y, por otro, el descrédito en que ha caído la narrativa que consideraba la cuestión social como un patrimonio exclusivo de las fuerzas políticas de izquierda.
Históricamente, la distinción entre izquierda y derecha tuvo su origen en el marco de la Revolución francesa en 1789. En la AsambleaConstituyente de Francia, los que defendían la monarquía estaban sentados a la derecha del rey, y sus detractores a la izquierda. No obstante, rápidamente, la dicotomía, al tiempo que se popularizó, cobró nuevas significaciones según el momento histórico. Bajo la misma lógica de izquierda y derecha, se forjó la de progresista y reaccionario, o conservador y liberal.
Sin embargo, no se equivocaba el conservador Jean Madiran cuando decía que “la distinción entre una derecha y una izquierda es siempre una iniciativa de la izquierda, tomada por la izquierda en provecho de la izquierda: para derribar los poderes o para apoderarse de ellos”. La tesis del pensador francés era que habían sido los políticos, promotores e intelectuales de izquierda quienes se tomaban la atribución de establecer la frontera, el límite entre ambas categorías, forzando en cierta forma la dicotomía izquierda y derecha. Madiran ponían como ejemplo el caso de la democracia cristiana, que según las necesidades del momento era integrada a la izquierda o ubicada a la derecha, no por una cuestión ideológica, sino por simple y puro pragmatismo político.
En definitiva, la distinción izquierda y derecha pasa por una cuestión narrativa. Sin ir más lejos, si observamos la historia contemporánea de Uruguay podemos apreciar que aquí sucedió lo mismo, en dos sentidos.
Por un lado, hubo un intento de apropiación por parte del Frente Amplio de la tradición batllista. El primer gobierno de Tabaré Vázquez –curiosamente– sembró esa narrativa, lo que llevó al expresidente Julio María Sanguinetti a manifestarse contra la identificación del Frente Amplio con el batllismo, cuando en noviembre de 2014 sostuvo que “algunos calificados periodistas han popularizado esa falacia, engañados por el éxito electoral del Frente Amplio, que es en lo único que se parece a la trayectoria del batllismo”. En ese sentido, podemos decir que hubo un intento deliberado –por parte de algunos actores políticos, mediáticos y hasta historiadores– de posicionar al batllismo como un movimiento de izquierda, aunque no lo fuera.
Por otro lado, este mismo movimiento, posicionó en paralelo al herrerismo y al riverismo, movimientos políticos contemporáneos al batllismo, en la casilla de la derecha, atribuyéndoles, obviamente, una carga negativa. Y he aquí el quid de la cuestión a la que queremos llegar.
La narrativa de los movimientos políticos y sociales que se autodenominan de izquierda ha acaparado algunos temas como propios, por ejemplo los referidos a lo que podríamos llamar “la cuestión social” y la “soberanía nacional”, entre otros. En ese sentido, hay una porción de nuestra inteligencia nacional que no solo prefiere no ver lo que no quiere ver, sino que escoge a conciencia qué capítulos de la historia prefiere contar. De esa forma, pocos recuerdan ya el papel que cumplieron Luis Alberto de Herrera y Pedro Manini Ríos en defensa de la democracia en su lucha por alcanzar el sufragio universal –que fue el primer mojón de la paz civil en nuestro país–. O cuando Pedro Manini Ríos –según nos cuenta su hijo Carlos en el libro Anoche me llamó Batlle– en las elecciones de 1910, siendo íntimo amigo del doctor Emilio Frugoni, decidió apoyar a su coalición para asegurarle un buen éxito.
“Más de treinta años después, el Dr. Secco Illa aún recordará que días antes de las elecciones se organizó un comité sin partido que se llamó el Comité de la Unión Liberal-Socialista, y se presentó en la Corte Electoral una lista encabezada por Pedro Díaz y Emilio Frugoni. Esa lista sin clubes, sin organización previa, sin diarios, contaba con votos sobrantes del Partido Colorado, especialmente del Club de la 7ª sección que dirigía el entonces caudillo colorado de la localidad el doctor Pedro Manini Ríos, y obtuvo minoría necesaria para sacar dos diputados en representación de las fuerzas coloradas”.
O cuando Luis Alberto de Herrera se opuso en el marco de la Segunda Guerra Mundial a que Estados Unidos instalara una base militar en Uruguay, haciendo una verdadera defensa de la soberanía nacional. Tal como lo expresó Hugo Manini Ríos en una de sus columnas: “En la primera mitad del siglo XX, ya cerrando el ciclo de nuestras endémicas contiendas armadas, nuestro país contó con dos figuras que aun confrontadas –y aparentemente antagónicas– se complementaron magníficamente como los dos pilares indispensables de una democracia tangible. José Batlle y Ordóñez y Luis Alberto de Herrera. Ambos poseían un claro concepto de lo popular y de lo nacional. Pero así como Batlle se lo enfoca como adalid de la justicia social, a Herrera se lo ve inseparable de la dignidad nacional. Así como Batlle ha forjado la conciencia interna del país, podemos afirmar que Herrera ha sido la conciencia externa”.
En definitiva, la política real es mucho más compleja que la simple división izquierda y derecha. Podemos decir que ciertas narrativas contemporáneas de carácter anacrónico han desfigurado los contornos de la historia por una cuestión de intereses electorales.
En esa medida, las categorías de izquierda y derecha se han utilizado en el último tiempo no solo como una réplica de progresista y reaccionario, sino también como una forma de cancelación. Esto indudablemente ha llevado a muchos actores políticos de los partidos tradicionales a posicionarse más cerca del progresismo, evitando quedar mediáticamente expuestos frente a la opinión pública.
Este posicionamiento no solo puede producir una pérdida de identidad en algunos partidos consolidados, sino que produce en el electorado la sensación de que sus opciones de cara a las próximas elecciones son cada vez más iguales. En esa línea, es interesante observar la última encuesta de intención de voto de cara a las elecciones nacionales que se celebrarán el último domingo de octubre de Factum, realizada entre el 31 de agosto y el 9 de setiembre.
Según la encuesta, el 49% de la ciudadanía votaría a los partidos que actualmente integran la Coalición Republicana, y el 44% al Frente Amplio, un 3% manifestó que se inclinaría por otros partidos y el restante 4% serían sufragios anulados o en blanco. Aunque la Coalición Republicana lleva cierta ventaja, los resultados de esta medición ponen en evidencia la paridad de fuerzas que hay entre ambos bloques. Y si se la compara con la medición que Factum realizó en setiembre de 2019, en la que el 39% señalaba que votaría al FA y el 55% a los partidos de la coalición, puede verse efectivamente la caída.
Ahora bien, más allá del desgaste natural que pueda haber sufrido la coalición de gobierno durante su mandato, se encuentra en una posición bastante favorable. Lo que lleva a preguntarnos: ¿no será este un momento oportuno para dejar de lado el estéril juego de izquierda y derecha, que le ha sido históricamente más útil al Frente Amplio, y contraponerle a la ciudadanía la capacidad de gestión y de gobierno que tiene la Coalición Republicana –con ideas claras– frente a las inconexiones internas que tiene el Frente Amplio en temas fundamentales y delicados como la economía? Porque, indudablemente, estamos en un momento en que el electorado quiere respuestas pragmáticas y no ideas que salgan de una máquina de humo.
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