Cada vez es más grande la tentación de introducir a fórceps, las realidades del desordenado quehacer ciudadano, en la matriz de los teorizadores de sistemas. Sobre todo, si se trata de satisfacer el paladar de determinados organismos que responden a algún centro de poder. Lo que no se compadece con el comportamiento del hombre en sociedad -en la polis- que es tan complejo como el hombre mismo.
Cuando en un país dentro del plazo de poco más de un año se celebran cuatro elecciones, es lógico que aparezcan numerosos politólogos, que nos adoctrinan desde sus columnas o espacios en los medios y, como es el caso, a sus análisis políticos suman predicciones y consideraciones de orden jurídico e institucional.
Algunos razonan desde una óptica de objetividad y prudencia, propia de la actitud de duda que enseñó Descartes y otros desde el Olimpo de su sabiduría e influidos por sus propias convicciones ideológicas, caen en la vana pretensión de imponer verdades apodícticas.
En un reciente entrevista que el politólogo compatriota, Adolfo Garcé, concede a Wilson Center, hace un relato de la nueva realidad electoral en Uruguay, encuadrando el cambio de rumbo de nuestra política, en sintonía con los usuarios de esta poderosa institución, Ad usum Delphini.
El Think Tank (laboratorio de ideas), de esta organización sostiene que el punto de partida “es que EE.UU. tiene la ‘función’ de influenciar a Gobiernos y sector privado de América Latina para orientarlos hacia una determinada concepción/práctica de democracia que no se discute y que se corresponde con los intereses del sector privado de EE.UU.”
Se hace difícil en un universo donde los conceptos que rigen el comportamiento del hombre se ha vulgarizado tanto, pretender encontrar los matices que rigen la actividad política. Todo se tamiza a través de visiones superficiales del mundo, que pretenden encorsetar la colorida – y a veces pragmática- diversidad de las posiciones, con conceptos preconcebidos que se agotan en “derecha”, “centro” e “izquierda”, adicionando a estos casilleros las correspondientes combinaciones (centro-izquierda, centro-derecha, etc.) utilizando una matemática impotente, que esteriliza la vida real.
Cuando en un país en poco más de un año se celebran cuatro elecciones, es lógico que aparezcan numerosos politólogos
El informe, en lo fundamental coincide en que el éxito de la coalición republicana y la derrota del Frente Amplio han determinado, no sólo una renovación generacional sino también la sustitución de un modelo, que a nuestro criterio estaba agotado.
También sostiene, que el nuevo Presidente, aun sin mayoría propia, está gobernando con una coalición diversa, que ha dado muestras claras de cohesión y conducido con gran acierto las medidas contra la pandemia, que obviamente han determinado el cambio de la agenda prevista, ya en el comienzo de su mandato. Como contracara de ese inconveniente observa que se ha extendido “el período de gracia o luna de miel “del Presidente, que hoy goza de un amplio respaldo en la ciudadanía.
Líderes o partidos, ¿personas o estructuras?
Pero en los análisis de cada Partido, ya comienzan nuestras discrepancias.
Afirma el Dr. Garcé, que los partidos políticos son más importantes que las personas, o sea que sus líderes, y pone el caso del Partido Colorado. Pensamos distinto, ni con Bordaberry ni con Talvi y el respaldo muy visible de Sanguinetti, superó el 13% en las tres últimas elecciones. Por tanto, no es exacto que la estructura tenga tanto poder de arrastre.
Sobre el Partido Independiente dice, que es el que está más a la izquierda, dentro de la coalición, aunque olvida que tiene un solo diputado y está sobre-representado en cargos no electivos.
Y coherente con la confabulación de ciertos medios, coloca a Cabildo Abierto en forma ambigua, agregando además que su líder, el General Manini, mantiene posiciones controvertidas: “está a la derecha en temas vinculados a los derechos humanos, pero a la izquierda en política económica”. Acá nuestra discrepancia es categórica. Presentar a Cabildo Abierto de manera tan contradictoria, es ignorar su claro interés en asistir a los más vulnerables, crear fuentes de trabajo, buscarle soluciones habitacionales y procurar su asistencia sanitaria. No en vano la elección de sus Ministerios: Salud y Vivienda.
Pretender encasillarlo con formatos inexistentes, nos permitiría preguntarle ¿dónde está el izquierdismo del F.A. más protector de la banca y del gran capital que de los pobres, dejando un visible aumento de los asentamientos y de gente en situación de calle vergonzante?
La Constitución que nos rige es la de un país presidencialista con matices parlamentarios
Garcé también incursiona en temas constitucionales referidos a la naturaleza político-jurídica de nuestra democracia, hoy bajo el comando de un Presidente cuya mayoría parlamentaria se logra por medio de una coalición de partidos -al igual que el Frente Amplio en el que los Partidos Comunista y Socialista mantienen su identidad y también sus diferencias doctrinarias- expondremos nuestra posición a este respecto.
Nuestro país, a través de toda su historia y de todas sus Constituciones, las de 1830, 1918, 1933, 1942, 1952, 1966 y 1996, jamás optó por un régimen parlamentario. Pero tampoco por un régimen presidencialista neto al estilo EE.UU. Esto aún en los casos del Poder Ejecutivo bicéfalo, como el de la Constitución de 1918 o del Colegiado de 1952. Porque la calificación del régimen como presidencialista o parlamentario no depende de la interna organización del Poder Ejecutivo, sino de sus relaciones con el Poder Legislativo.
Conviene recordar que hubo algunos intentos de establecer un régimen parlamentario que se caracteriza por tener un Jefe de Estado que permanece hasta el final de su mandato y un Jefe de Gobierno o Primer Ministro separados. La permanencia del segundo dependerá del apoyo parlamentario. Fue el proyecto que Pedro Manini Ríos le propuso a Batlle y Ordóñez cuando éste, luego de ocupar la segunda presidencia, se descolgó con sus famosos apuntes a favor de un ejecutivo pluripersonal, primero de siete miembros y luego de nueve. La propuesta estaba basada en el modelo francés, donde la presidencia se prolongaba por siete años.
Sin embargo, nuestro régimen es semipresidencialista porque incluye dentro del Presidencialismo elementos de control parlamentario, como lo son la censura, que puede ser de un solo Ministro o de todo el gabinete y la eventual disolución de las Cámaras y nuevo llamado a elección, luego de un procedimiento bien dosificado, que hasta el momento nunca tuvo aplicación; pero que en ningún caso puede hacer caer al Presidente.
Nuestra Constitución, ha sido siempre presidencialista, con matices variables de cariz parlamentario, por lo que hoy sin duda debe calificarse como un sistema semipresidencialista.
Hay que reconocer que el Ejecutivo pluripersonal, que se adoptó con la reforma de 1952 y duró hasta 1966, mostraba un perfil más próximo al presidencialismo clásico que el que emergió de la llamada reforma naranja de 1966, que mantenía las facetas cuasi- parlamentarias inspirada en la de 1934 que prescribía: “El Poder Ejecutivo será ejercido por el Presidente de la República, quien actuará con un Consejo de Ministros”. Se añade una restricción importante para el presidente: todas sus decisiones deben adoptarse “actuando con el Ministro o Ministros respectivos, o con el Concejo de Ministros”. Por si fuera poca limitación, se le exige que los ministros cuenten con respaldo parlamentario.
Es probable que a ciertos seguidores encumbrados del Think Tank del Wilson Center, el relato de Garcé logre su objetivo de generar alarma. Cabildo Abierto es verdaderamente una extraña criatura política con un líder que se desdobla entre la derecha y la izquierda. Y tan luego su cercanía a esta última es en lo económico y lo social.
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