Días pasados, siguiendo una vieja tradición, se quemó un judas en el barrio La Blanqueada. El hecho, que enraíza con las más castizas tradiciones populares, hubiera pasado inadvertido si no se lo hubiera cargado de un notorio tinte, no diría político, sino ideológico.
El otrora infaltable rito del “vintén p’al judas” que se reproducía en todos los barrios populares de antaño, arrastraba una carga ancestral en gran parte vinculada a los festejos de la fiesta navideña y muchas veces al fin del año. Era una mezcla de religiosidad y picardía, que la Iglesia católica toleraba como premio consuelo a su desplazamiento del ámbito social en nombre de la secularización.
Sus protagonistas eran niños avispados o adolescentes (pilletes) que en algunos casos instalaban al muñeco en las escalinatas de alguna iglesia, y desde ahí hacían la colecta con el pretexto de comprar los infaltables cohetes que le daban colorido -y sonido- a la espontánea algarabía barrial. Se hacían de recursos para adquirir caramelos, golosinas y en muchos casos hasta para comer.
En este plagio de hace una semana, la quema del judas no fue precedida de ninguna colecta barrial, ni se lo exhibió en ninguna escalinata de iglesia, y su ejecución adquirió todas las dimensiones de un “auto de fe” propio de esta remozada neoinquisición que actúa igual que la otra que tanto hacía poner los pelos de punta a cualquier leguleyo/a de la academia progre. La ceremonia se asemejó a una “tenida” del Ku Klux Klan del violento y legendario sur de los Estados Unidos. En un siniestro aquelarre, apelando a la simbología del fuego, izando antorchas en sus manos, un grupo de activistas fanatizados, entonando sombríos cánticos, procedieron a quemar simbólicamente al excomandante del Ejército, hoy senador electo de la República. Durante todo el tétrico ceremonial a la par que antorchas, los sectarios manifestantes no vacilaron en pretender darle también identificación política, haciendo flamear bien visibles las banderas del FA. Según los videos que registran las imágenes de la macabra liturgia, “el auto de fe” parecía mucho más ubicable en Alabama o Virginia del “fuego y furia” que en el otrora país de las conquistas sociales obtenidas pacíficamente publicitado como “tacita del Plata”…
Y lo que más llama la atención es que el marco elegido fuera la zona donde con motivo de las elecciones del 27 de octubre, el FA perdió más votos capitalizados por CA, el nobel partido liderado por el odiado Manini.
¿En dónde trazamos la línea fronteriza del delirio mental, ya que para cierta prensa no pasó de una travesura barrial, cuando en realidad constituye para cualquier habitante con sentido común una grosera amenaza política que hiere frontalmente al civismo republicano?
Con el fuego no se juega. ¿O nos olvidamos que ese es el factor icónico que sirvió de marco al desmantelamiento de Santiago de Chile y Valparaíso hace apenas 2 meses?
¿Qué tsunami editorial hubiera provocado si en algunos de los barrios marginales de Montevideo, donde CA está bien posicionado, se hubiera reproducido por un grupo de cabildantes un acto similar con la efigie del Ing. Martínez?
Es evidente que algunos medios poseen varas gigantes y enanas para juzgar hechos similares.
Viene a colación el recuerdo de un histórico “auto de fe” en medio del multitudinario cierre de campaña peronista el 28 de octubre de 1983 (más de un millón de convocados). La reñida movida electoral al finalizar la dictadura la lideraban dos candidatos según las encuestas: Ítalo Argentino Luder por el peronismo y Raul Alfonsín por los radicales.
El candidato a gobernador por la Provincia de Buenos Aires era el extravagante dirigente sindical Herminio Iglesias famoso por su incorrecta forma de expresarse, (“El peronismo triunfará conmigo o sinmigo”), que se le ocurrió prender fuego a un ataúd con las iniciales de la Unión Cívica Radical. Este hecho provocó en todos los medios de ambas márgenes del Plata una estrepitosa repulsa generalizada. En nuestro país todos los sectores políticos, sin excepción -de centro, de derecha y sobre todo de izquierda- repudiaron el hecho: “Argentina vuelve a vivir en zozobra…” se comparó el hecho al “Titán Prometeo que robo el fuego de los dioses y se lo dio a los hombres…” Se recordó “la pira en que ardió Juana de Arco” y no faltaron la evocaciones a la “siniestra Inquisición”.
Es muy probable que la primera derrota del peronismo desde 1946 se debiera, sí, a este infortunado hecho -que tal vez fuera de recibo y hasta aplaudido- en Avellaneda; pero a las clases medias argentinas, con la herida aún fresca de la Guerra de Malvinas, les provocaba temor y preocupación.
Pero claro que el autor de este cerril despropósito político era Herminio Iglesias, un fiel peronista de la primera hora, un audaz dirigente que, sentenciado a morir, escapó a varios atentados y logró evitar el trágico destino de sus íntimos Vandor y Rucci.
Por momentos sus acusadores de izquierda y de derecha, que no estaban exentos de ciego apasionamiento, en su desdeñosa calificación, reivindicaban la “civilización contra la barbarie” con el mismo celo de Sarmiento, cuando se ufanaba de haber hecho exhibir clavada en un poste de Osta en la Rioja, la cabeza del asesinado Chacho Peñaloza, “símbolo de las chusmas…”
¿Existe el “vintén p’al judas”?, se pregunta Luis Elbert, demandando la desaparición de un film con ese folclórico título rodado en nuestro país en 1959 por Ugo Ulive y que misteriosamente se desconoce su paradero.
Lo que es evidente es que la movida espontánea y popular, al igual que el vintén y el film de Ulive, ya no existen más.
Lo que sí seguirá existiendo son grupos radicalizados, poseídos de un fanatismo cuasi religioso, que no están dispuestos a tolerar a ninguna fuerza que sea capaz de llegar al corazón de los humildes.