Hace ciento veinte años terminaba la última de las guerras civiles de las muchas que padeció nuestro país a lo largo de su existencia, o al menos la última de las guerras al estilo clásico, cuando se peleaba frente a frente, con tropa a ambos lados.
Hubo muertos, sí, los hubo; también hubo duros enfrentamientos, como en Tupambaé y, por qué no decirlo, hubo degollados. Los soldados solían dormir por las noches aferrados a las riendas de su cabalgadura porque quedarse a pie significaba muy posiblemente un degüello, como narró el Dr. Roberto Eirale, médico del ejército gubernista en un opúsculo años después. Pero era la época. Si bien ya habían culminado los días del Uruguay pastoril y caudillesco allá por 1875, con el gobierno del Cnel. Lorenzo Latorre, como muy bien relata José Pedro Barrán en una obra que vale la pena leer, aún subsistían personajes que se negaban a desaparecer de la historia y de su tiempo. Uno de ellos fue Aparicio Saravia quien precisamente chocó con el presidente José Batlle y Ordóñez, empeñado en hacer valer su poder constitucional en todo el país, que estaba dividido en dos partes.
Resulta inútil tratar de desentrañar quién fue el responsable o al menos quién tuvo más responsabilidades en el enfrentamiento, desencadenado por un suceso ajeno a lo que acontecía en nuestro país, un pequeño tiroteo entre brasileños y uruguayos en la divisoria de Rivera-Livramento, en el que probablemente la caña de frontera haya sido importante protagonista. Infelizmente, era tal la tirantez política que se vivía en aquel entonces, que como ha dicho bien el Dr. Carlos Manini Ríos en su excelente trabajo 1904, el juicio de los Mauser, que no hubiera estallado la guerra civil hubiese sido un milagro. El mismo autor relata pormenorizadamente todos los intentos que se efectuaron para evitar el inicio de las hostilidades, pero la desconfianza mutua y los malos entendidos pudieron más. La suerte estaba echada.
Se sabe cómo se desarrolló el conflicto bélico y también cómo terminó en los hechos, cuando en Masoller, a escasos metros de la frontera con Brasil, Aparicio Saravia fue herido de muerte por un proyectil y falleció pocos días después en una estancia del país norteño y dejando a sus huestes casi sin dirección, por lo que arribar a la paz se hacía inevitable. Ello aconteció en la fronteriza localidad de Aceguá, teniendo participación el Dr. Luis Alberto de Herrera, futuro jefe civil del Partido Nacional, y el Dr. Pedro Manini Ríos, muy allegado a Batlle y Ordóñez por aquel entonces para convertirse años más tarde en duro opositor de él dentro del mismo Partido Colorado.
Finalizaba una era.
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