Los partidarios de la ideología de género, gestada en los ´50 y nacida en los ´60, sostienen que “género” refiere a las relaciones entre hombres y mujeres basadas en roles socialmente construidos, que se asignan a uno y otro sexo. Afirman además que salvo el sustrato biológico, sobre el que se construyen dichos roles, todo estría determinado por la cultura. Para ellos no existe un hombre natural o una mujer natural, no hay una conducta exclusiva de un sólo sexo, ni siquiera en lo referente a la psiquis o a la identidad sexual. Alineados con el existencialismo, entienden que no existe la naturaleza humana: “El hombre no sólo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere. El hombre se construye a sí mismo: yo soy lo que quiero ser”, dice Sartre. Su pareja, Simone de Beauvoir, remata: “No se nace mujer, se llega a serlo”.
La ideología de género parte de la idea de que la cultura condiciona de tal manera al hombre que le quita su libertad. Ser libre, desde esta óptica, implicaría rechazar lo que uno es, y “construirse” otro yo que nada tenga que ver con el original. Algo así como una esquizofrenia voluntaria. Ahora bien, ¿es cierto que el hombre no es libre? ¿Es cierto que los condicionamientos exteriores no nos permiten elegir, no nos permiten ser auténticamente libres? A estas preguntas, ha contestado Viktor Frankl, médico psiquiatra, ex prisionero de varios campos de concentración nazis, entre ellos, Dachau y Auschwitz. Su respuesta es un rotundo no.
Asumir lo que cada uno es, y no lo que querría ser, da sentido a la vida, y una libertad interior sin límites
En su magnífico libro “El hombre en busca de sentido”, el ex convicto se pregunta: “¿qué decir de la libertad humana? ¿No hay una libertad espiritual con respecto a la conducta y a la reacción ante un entorno dado? ¿Es cierta la teoría que nos enseña que el hombre no es más que el producto de muchos factores ambientales condicionantes, sean de naturaleza biológica, psicológica o sociológica? ¿El hombre es sólo un producto accidental de dichos factores? (…) ¿las reacciones de los prisioneros en un campo de concentración, son una prueba de que el hombre no puede escapar a la influencia de lo que le rodea? ¿Es que frente a tales circunstancias no tiene posibilidad de elección?”
Y responde: “Las experiencias de la vida en un campo demuestran que el hombre tiene capacidad de elección. (…) El hombre puede conservar un vestigio de la libertad espiritual, de independencia mental, incluso en terribles circunstancias de tensión psíquica y física. Los que estuvimos en campos de concentración recordamos a los hombres que iban de barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el último trozo de pan que les quedaba. Puede que fueran pocos en número, pero ofrecían pruebas suficientes de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas —la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias— para decidir su propio camino. (…) Es esta libertad espiritual, que no se nos puede arrebatar, lo que hace que la vida tenga sentido y propósito”.
¿Por qué ni la cultura, ni los condicionamientos externos, pueden ganarle la batalla a la libertad interior? Quizá porque a diferencia de lo que sostienen los promotores de la ideología de género, sí hay una naturaleza humana, muy anterior a toda “construcciones culturales”. El Dr. Simon Baron-Cohen -miembro de la Academia Británica y profesor del Departamento de Psiquiatría y psicología experimental de la Universidad de Cambridge-, ha aportado interesantes datos sobre este asunto, al investigar el comportamiento de bebés de un día de edad, y en particular su reacción ante objetos mecánicos, o ante rostros que se les pusieron dentro de su campo visual. Las niñas dirigieron mayoritariamente su mirada a los rostros y los niños dirigieron mayoritariamente su mirada a los objetos mecánicos. Por eso, Baron-Cohen afirma: “no queremos volver a la visión de los años sesenta, de que la conducta humana está determinada únicamente por la cultura. Ahora sabemos que esta opinión estaba profundamente equivocada. Nadie discute que la cultura es importante para explicar las “diferencias sexuales, pero no puede ser toda la historia”.
Ahora bien, ¿cómo podemos ser libres si estamos condicionados por la biología? Podemos, porque ser libres no es renegar de nuestra naturaleza, sino precisamente, actuar del modo que más conviene a ella. Asumir lo que cada uno es, y no lo que querría ser, da sentido a la vida, y una libertad interior sin límites.
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