A propósito de ciertos episodios que se produjeron en un liceo privado y otros similares que habrían ocurrido en un liceo público, con pretexto del 1º de mayo (y uso el condicional porque después empiezan las versiones sobre si dijo “viva el Frente Amplio” o “viva sexto año”) no está de más recordar el pensamiento de don Pedro Figari.
En 1930, el ilustre abogado, artista y educador, escribió una carta a Alberto Zum Felde, quien decidió publicarla en la revista “La Pluma” que él dirigía. Si bien la correspondencia entre estos señores volaba alto y pretendían encontrar lo que llamaban “un criterio americano”, Figari intentaba bajar a tierra. Señalaba que las culturas europeas estaban “azozobradas”, porque el hombre “no se conforma con lo sencillo y va en busca de los más intrincados encajes mentales”. Y proponía una suerte de beneficio de inventario.
La conclusión de Figari es el motivo de esta nota. Entendía el pensador que la punta de la madeja estaba en la organización social. Y que una organización social, sin una educación asentada sobre bases firmes, era requisito indispensable. Porque “no hay organización sin escuela, esto es, sin educación, bien ética. Es ingenuo pensar que con distribuir tesoros a la marchanta se va a encontrar un pasable acomodo. ¡Imposible! En un régimen de convivencia no hay acomodo más fecundo y grato que el de conciencia; todo lo demás es papel pintado, y desagradable todavía”.
Y esa tarea de cuidar la conciencia de un pueblo no es responsabilidad de los maestros sino de los dirigentes.
Si esa base no existe dar “aptitudes y recursos es atar perros con longanizas”.
No se le ocurría a Figari hace noventa años que las/algunas instituciones educativas (tache la opción que quiera) terminarían convertidas en lavaderos de cerebros. Y eso está lo más lejos posible de la ética. ¿Seguiremos esperando?
Gerardo Ramos
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