…no me tiene tan preocupado, porque si uno fue un alumno aplicado y atento durante todo el año, puede equivocarse, pero no hacer todo mal.
Yo tengo mis dificultades y mi antipatía por la aritmética, como ya dije; los quebrados, las reducciones, la división entre dos cifras o más… pero en lo demás no tengo miedo. Somos tres niños de 4º, mi hermana de 5º y los demás son de 1º a 3º año. En total no llegamos a 25 alumnos.
Los que más miedo tienen son los más chicos; algunos, sobre todos los de 1º que ingresaron este año. Lloran casi todos los días porque se trancan en la lectura, o piden varias veces que la maestra les repita el dictado. Y todavía la maestra los asusta más y en la casa también.
No creo que uno quede repetidor porque se equivoque mucho en las pruebas; hay que ver que con solo oír “pruebas de promoción” muchos ya tiemblan y se ponen nerviosos. Yo no tengo miedo; no porque sepa más que los demás, sino porque me empeñé todo lo que pude todo el año.
Así que vuelvo a casa bien tranquilo, almuerzo y me voy para la sombra de las acacias a jugar a las piedras con mi hermana, o a recitar poesías, o a cantar bajito las canciones que estamos ensayando, hasta que aparecen papá y Tití con los bueyes y mamá con la silla de mimbre, un montón de costuras, la lata con botones y agujas, la tijera y el dedal, rumbo a la sombra de los paraísos.
Hoy me toca sembrar antes de traer las lecheras, porque papá irá a lo de tío Francisco a ver si está pronto el baño, ya que es Baño Oficial en la lucha contra la garrapata y hay que bañar el ganado cada 21 días, en presencia del funcionario encargado de vigilar que se cumpla eso.
Tío Francisco es primo hermano, cuñado y compadre de papá; su señora es tía Octavia, hermana de papito. Son los que cuidaron a Tata Viejo hasta que falleció el 28 de mayo del año pasado y ahora cuidan a Mama Vieja, que el 30 de junio cumplió 92. Pero ella está muy bien después de que el Dr. Secundino de Mattos Formoso la recuperó de haber estado muy mal cuando enviudó.
Lástima que hoy no puedo ir, porque me encanta ir allá. Mama Vieja es un tesoro: chiquitita, toda vestida de negro, pollera casi hasta el tobillo, cabello bien blanquito, siempre con un moño. Los tíos más buenos no pueden ser y mis primos también; todos son mucho mayores que yo. Tía Octavia hace el mejor pan casero del mundo en un horno de ladrillos, revocado con barro, y me da todo lo que yo quiera comer, con mate de yuyos cebado por Chiquita, la hija menor.
Pero hay que apurar con la siembra, porque la seca la atrasó; si no, el año que viene no habrá qué poner en la olla, ni porotos y maíz para vender, que Dios nos libre. Prefiero pasar tres horas detrás del arado, que tener que ayudar con el baño del ganado toda la mañana, ida y vuelta.
Jesús H. Duarte, maestro
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