“Las casas se construyen con ladrillos, los hogares se construyen con valores”
La familia es la base de la nacionalidad, por lo que la autoridad pública debe propiciar condiciones de vida dignas que eviten la distorsión del hogar.
El número familiar debe contar con libertad, seguridad y decoro, y las autoridades deben luchar contra los factores de disolución.
El establecimiento y afianzamiento de la unidad familiar es la tarea más eminente del gobierno. La más encumbrada misión del Estado debe ser la de proteger y fortalecer, en su vínculo, en sus fines, en su dignidad, en su libertad, a cada una de las familias comprendidas en su territorio. Las familias no le pertenecen al Estado, sino que tiene a sus servicios el derecho positivo que las autoridades públicas expiden.
En épocas como la actual, un designio aniquilador hace carne en instituciones y principios fundamentales, queda en evidencia la significación de la familia para la subsistencia misma de las naciones. Es que siendo el ser humano un ser social por naturaleza, y necesitando desde el principio de su vida formas de asociación para su subsistencia, crianza, educación, expansión de la personalidad, adquisición y ejercicio de habilidades y virtudes, cultivo de su alma, echa de verse que si la familia, primera sociedad natural y base de todas las otras, se relaja o deshace, el ser humano queda desamparado, desprovisto de los cuidados y afectos más necesarios. Queda en la indigencia y a merced de la colectividad amorfa, que lo aplasta con su paso de Leviatán.
Quiere decir que de la unidad, cohesión, solidez, integridad, respeto y estabilidad de la familia, dependen la unidad, cohesión, solidez, integridad, respeto y estabilidad de las sociedades más amplias que ellas, el Gobierno y la Nación.
Aún desde la sola perspectiva del derecho natural, se trata de una institución dotada de dos caracteres básicos. Ante todo, reposa sobre la unidad de quienes la constituyeron, porque solo unidos los cónyuges en mutua fidelidad pueden cumplirse plenamente el fin del matrimonio, que es engendrar, criar y educar a los hijos. Y de aquí deriva también la unidad de la autoridad para mejor servir el fin de la familia. Ella ha sido definida como “principio de toda sociedad y de toda nación. La recta forma de esta institución, según la misma necesidad de derecho natural, se apoya primariamente en la unión indisoluble del varón y de la mujer, y se complementa en las obligaciones y mutuos derechos entre padres e hijos”.
La libertad, la seguridad y el decoro de la institución familiar exigen de suyo la propiedad privada: la posesión y el uso de un patrimonio suficiente, y la trasmisión del mismo junto con la sangre; y aquí también tiene el gobierno labor cuantiosa a realizar. Se trata, operando dentro de los grandes planes nacionales de la materia, de facilitar la adquisición por toda familia, mediante su trabajo, y con el apoyo del Estado, de su propia vivienda, que es el bien familiar por excelencia.
Disponer de un techo y cultivar una tierra propia es un principio de libertad para la familia, puesto que le procura mejores condiciones económicas y una mayor estabilidad. Es evidente que, sin el auxilio del poder público, esta institución no puede superar tendencias y designios destructivos que carecen de fronteras especiales, financieras y morales.
Desde hace décadas, por no decir siglos, y con virulencias hasta el presente, esas fuerzas internacionales sombrías o disfrazadas llevan una guerra implacable contra la familia. Innumerables son los proyectos y sistemas cuya sola y única finalidad es la de destruir esa institución admirable. Desde aquellos directamente inspirados en el marxismo (a Engels pertenece la falaz y abominable obra Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado), hasta aquellos sistemas que retacean funciones docentes, formativas y tutelares a los padres sobre sus hijos, transfiriéndolas ilegítimamente al Estado y pasando por todas las formas de amoralidad e inmoralidad que hacen del orbe, y que sin cesar intentan penetrar en nuestros medios de comunicación, valiéndose de fuentes inagotables de recursos para tan torcido propósito. En la disipación juvenil más abyecta encuentra el comunismo una de sus principales fuentes de poder.
Muchos valores comienzan a ser sumergidos, por gente y sectores sociales que se van inclinando a una erosión de las responsabilidades, y por desistir o confundir los positivos con los negativos. Los valores no se sumergen por sí mismos. Si bien nos enfrentamos a diario con situaciones que ponen en serio riesgo la vigencia de los positivos, podemos confiar que felizmente la mayoría de la gente se sigue rigiendo por ellos. No hemos entrado en una era de descomposición, pero tampoco podemos negar que se advierte preocupantes síntomas de una creciente degradación.
Una familia bien constituida es la valla más firme contra la subversión y la decadencia de costumbres, al igual que lo son todos los otros organismos vivientes como los cuerpos docentes, culturales, militares, policiales, profesionales, manuales, empresarios y obreros de la nación. Por el contrario, socavada la familia por el relativismo y la libertad para obrar el mal, es la vía franca para el avance arrollador del materialismo dialéctico en los espíritus.
“No conseguiremos jamás el progreso de nuestra felicidad si la maldad se perpetúa al abrigo de la inocencia, llegado es el tiempo en que triunfe la virtud y que los perversos no se confundan con los buenos”. (Artigas al Cabildo de Montevideo, 18 de noviembre de 1816).
May. (R) Marcelo Pugliesi
TE PUEDE INTERESAR