La inflación que afecta hoy al mundo desarrollado tiene gran parte de su explicación en los problemas que se vienen generando con las cadenas de suministro globalizadas, que comenzaron primero con la pandemia y siguieron de largo con la crisis en Ucrania. Desde que se produjo el fin de la Guerra Fría a principios de los ´90 y China se integró a la Organización Mundial de Comercio una década después, el mundo se viene convirtiendo en un gran supermercado. Décadas atrás los uruguayos protestábamos por la presencia de duraznos en almíbar griegos en las góndolas de los comercios locales. El mundo cambió tanto que hoy la anomalía es ver que alguien industrializa el durazno en Uruguay. Y así con tantas industrias que desaparecieron –y que hoy nos vendrían tan bien– detrás de la onda liberalizadora de la década de los ´90, que asestó el segundo gran golpe a la industria nacional, luego del proceso imitatorio de las políticas llevadas adelante por Martínez de Hoz en Argentina a fines de los ´70. El tercer golpe vendría con el proceso de atraso cambiario que sentó las bases para la dramática crisis del 2002.
Pero toda esta concentración de la producción en enclaves seleccionados, el fraccionamiento y dispersión de las cadenas de valor por todo el mundo, han dejado a la economía mundial en gran situación de fragilidad. En su carrera por la eficiencia y los dividendos, las multinacionales eliminaron las tan necesarias redundancias para hacer que el proceso de producción sea “resiliente”, una de las palabras de moda, y que próximamente adornará los PowerPoint de los consultores, que nos facturarán miles de dólares para reenseñarnos el sentido común.
Teniendo en cuenta lo anterior, veo con preocupación las señales que vienen de organismos y formadores de opinión, en el sentido que la solución al problema de la inflación pasa por liberalizar aún más el comercio… ¿Suena familiar el argumento? No es casualidad que Larry Summers y tantos otros arquitectos del Consenso de Washington estén desempolvando sus apuntes para hacernos llegar su “solución” al problema. Cabe preguntarse cómo es que, si este liberalismo desenfrenado fue el que nos colocó en el problema, la solución pase por liberalizar importaciones.
No caigamos por favor en la trampa de confundir generar más competencia en aquellas importaciones de insumos que constituyen virtuales oligopolios, con una liberalización a secas que arriesgue con terminar lo poco que queda de nuestra industria nacional. Esta vez no lo vamos a permitir. No importa los chirimbolos con que nos adornen el PowerPoint o los viajes “académicos” de motivación que financien los grandes intereses multinacionales. Basta, esta debe ser nuestra línea roja.
Antonio Raimondi
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