Señor Director:
El 16 de los corrientes se cumplieron cincuenta años del asesinato de Heber Castiglioni, un hecho que pasó desapercibido para la inmensa mayoría de la población.
En medio del estruendoso silencio oficial, un grupo de unos cien ciudadanos se reunió en el lugar del crimen para honrar la memoria de este joven cadete de policía.
Es cierto que la labor de las fuerzas de seguridad es proteger a la población y a sus instituciones, y que eso supone arriesgar la propia vida para cuidar a la de los otros. La muerte de un policía en acto de servicio es, lamentablemente, un hecho bastante habitual. Eso arrastra la mayoría de las veces la destrucción de una familia. Una familia que pierde no solo un pilar: un padre, un hijo o un hermano sino, además, una fuente de sustento. Y de la misma manera que un policía protege a la sociedad, la sociedad debe proteger al policía. Y no solo dotándolo de la preparación adecuada, del equipamiento adecuado, de la remuneración adecuada y de la legislación adecuada, debe rendirle –por encima de cualquiera otra cosa– la honra adecuada.
El cadete Heber Castiglioni murió en un operativo. Una camioneta robada estaba estacionada en la calle Jaime Zudáñez frente al Club Defensor. Integrando la partida que respondió al evento fue vilmente asesinado por una de las bandas terroristas, que por aquellos tiempos asolaban al país secuestrando, matando, torturando y robando. No hubo diálogo. Bastó que el joven se acercara al vehículo para que se desatara una lluvia de balas. Todavía puede verse el impacto de una de ellas en las rejas de la fachada del club.
Supongo que la mayoría de la gente ignora estos hechos. Otros, no. Son los mismos que continúan encerrando militares cincuenta años después, con procedimientos que muchos catalogan de dudosa juridicidad. Mientras tanto, los asesinos de Castiglioni tal vez cobren pensiones cien por ciento heredables.
Pero no es un tema de dinero. Si Castiglioni hubiere elegido su profesión por el dinero, seguro habría optado por otra.
Castiglioni fue una víctima del terrorismo. Él no llegó a saberlo. Nosotros sí. Merece mucho más que un homenaje privado. Merece el reconocimiento oficial.
A veces, uno llega a creer que las autoridades están demasiado ocupadas para leer algo de historia, o han optado por los libros equivocados.
Atentamente
Gerardo Ramos
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