El comienzo del mes de marzo para muchos de nosotros ha significado un retorno a los estudios, en particular a los estudios universitarios, pero no ha sido solamente el retorno de cada año a las actividades educativas sino uno mucho más significativo: la vuelta a las clases presenciales después de más de dos años de cursos a distancia. Es quizás esa cercanía física, ese final del distanciamiento, lo que nos lleva también a volver a reflexionar acerca de varias cuestiones referidas a la Universidad pública, en particular al rol que la misma ocupa en la sociedad y al papel que nos gustaría y que creemos que debería cumplir la principal institución de formación terciaria en un país como Uruguay: actuar como uno de los pilares del desarrollo nacional.
Respecto a esto, salvo excepciones, no han existido elaboraciones de un modelo universitario que haya estado deliberadamente pensado en función del desarrollo nacional, tanto en el fomento de la formación de técnicos especializados para sectores claves de la economía nacional, como para el estímulo de líneas de investigación dirigidas al desarrollo tecnológico y la innovación en actividades productivas clave para ese desarrollo. Si nos remontamos a principios del siglo XX, con una Universidad de la República naciente, podemos encontrar el proyecto de Eduardo Acevedo que impulsaba la creación de los institutos de investigación nacional de Pesca, de Geología y Perforaciones y de Química Industrial para la capacitación de los futuros trabajadores y técnicos, en un contexto de ampliación de la esfera del Estado uruguayo con la creación de empresas públicas, enfrentadas en muchos casos al monopolio que tenían empresas extranjeras. También podemos encontrar en los años 60, en pleno auge del desarrollismo, proyectos de universidad que entendían a la misma como un componente fundamental en un proyecto de desarrollo productivo que fuese capaz de romper con la dependencia económica de las metrópolis. Pero más allá de estos ejemplos, si buscamos a lo largo del siglo XX, no hay proyectos claros de universidad destinados al fortalecimiento del desarrollo nacional. Por si fuera poco, hoy día no es esta ausencia lo que se nos presenta como el problema a resolver sino que, lejos de esto, nos encontramos frente al panorama opuesto: una universidad pública que en los últimos años ha sufrido una serie de transformaciones que obedecen a lineamientos de grandes organismos internacionales dirigidos a poner a las instituciones terciarias al servicio de los grandes conglomerados económicos y a utilizarlas como propagadoras de una cultura global uniformizadora que erosione las tradiciones locales. En el caso de la Universidad de la República, estas transformaciones se enmarcan en lo que se ha denominado el proyecto de la “Segunda Reforma Universitaria”.
Evidentemente, desde el momento en que la universidad está inserta en la sociedad y además es un canal importante de comunicación e intercambio con los distintos centros de generación de conocimiento a nivel internacional, todas sus actividades terminan estando marcadas por una profunda connotación ideológica. Esta ideología imperante en la universidad en cada momento dado puede considerarse como la resultante de las confrontaciones de las distintas tendencias internas, las cuales no hacen más que reflejar las contradicciones existentes en el exterior. Por eso, si nos remitimos a lo que han sido las dinámicas universitarias en los últimos años y, en particular, si realizamos un análisis minucioso de los cambios llevados a cabo y los objetivos perseguidos por la mencionada Segunda Reforma Universitaria que fuera impulsada desde el rectorado de Rodrigo Arocena y que tiene hoy su continuidad en el rectorado actual de Rodrigo Arim, terminamos observando cómo la universidad se ha transformado en uno de los principales centros de batalla de la gran contradicción actual: el intento arrasador de una fuerza globalizadora apátrida, que con un enorme poder económico y favorecida por la complicidad y los favores de ilotas locales con complejos de espartanos, buscan construir una sociedad global en la cual la universidad proporcione por un lado la mano de obra calificada para fortalecer a esos grandes centros de poder, lo cual termina erosionando las capacidades humanas de los Estados nacionales y que por otro lado sirva también como medio de desembarco y propagación de lineamientos ideológicos gestados en las universidades del norte. Lineamientos dirigidos al corazón de la estructura social y cultural de las sociedades, con claros fines de sembrar el divisionismo y de generar un clima de menosprecio de las costumbres locales.
Frente a este panorama, la única forma de poder responder de manera lúcida a esta política internacional y a este avasallamiento cultural, es realizando en primer lugar un análisis serio de toda esta fachada generosa que ofrecen distintos organismos internacionales como también organismos no gubernamentales en sus propuestas educativas para la formación terciaria. Por otro lado, también es fundamental desmenuzar el contenido que existe detrás de las en apariencia bellas palabras del discurso que ha adoptado la expresión de este fenómeno en el caso particular uruguayo, es decir, el discurso de la Segunda Reforma Universitaria. De esta forma va ser posible develar de manera clara sus verdaderos propósitos para así finalmente estar en condiciones de abocarnos a lo fundamental, formular el modelo de universidad que realmente conviene a nuestro país. Por esta razón en siguientes artículos abordaremos en profundidad el contenido de estos lineamientos internacionales para la formación terciaria, plasmados principalmente en lo que se conoce como el proceso de Bolonia y las premisas, los objetivos y las transformaciones que se han llevado a cabo en nuestra Universidad de la República en el marco de la Segunda Reforma Universitaria.
Matías Prieto
Integrante del Espacio Tercerista Nacional y Popular
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