El vuelo 1549 de US Airways había despegado del aeropuerto neoyorquino de La Guardia a las 15:25:51. Un minuto y diez segundos después, y a poco menos de mil metros de altura, la aeronave impactó contra una bandada de aves, provocándole la pérdida de sus dos turbinas. Medio minuto después, el comandante informaba a la torre de control de lo sucedido, anunciado que retornaba hacia La Guardia. Transcurrido otro medio minuto, la torre de control le pregunta a Chesley Sullenberger si está en condiciones de aterrizar, a lo que este último responde lacónicamente: “No nos es posible. Podemos terminar en el Hudson”. Luego de consultar aeropuertos alternativos, el controlador las comunicó al vuelo 1549. Esta vez la respuesta del expiloto de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos fue: “Vamos a estar en el Hudson”.
Efectivamente, a las 15:30:30 el avión tocaba el agua. Desde el impacto con las aves, al comandante le tomó sólo tres minutos y medio para recuperarse del shock, evaluar alternativas viables, elegir la adecuada y ejecutarla. Su rapidez de reacción y lucidez en el razonamiento permitiría rescatar sanos y salvos a las 155 personas que habían depositado las vidas en sus manos. La maniobra indicada por el manual de vuelo era otra, que luego se probaría –con la férrea oposición del fabricante– que hubiera conducido a una tragedia. “Sully” y su experiencia de comandante habían superado las recomendaciones codificadas por decenas de “técnicos”, “expertos” y “científicos”. ¿El secreto? El expiloto de Phantom F-4 lo explicó tiempo después con su proverbial parquedad: “Tardé 40 años en convertirme en un éxito de un día para otro. Pero toda mi vida me estuve preparando para algún tipo de combate”.
Y aquí en Uruguay
Evidentemente, en el rubro aeronáutico una empresa no puede justificar que se le caiga un avión aduciendo que se le caen menos aviones que a su competidor. Tampoco el gerente puede defenderse diciendo que se le caen menos aviones que a su antecesor, o que tenía poca plata para realizar mantenimientos ya que su gerente financiero quería mejorar los ratios de la empresa. Cualquier atisbo de explicación que corra por esos andariveles implicaría casi seguramente el fin de la empresa. Sin embargo, este es el tipo de explicaciones que escuchamos los ciudadanos una y otra vez respecto a la crisis en el abastecimiento de agua potable. “Tenemos posibilidades de resistir hasta mediados de junio”, expresó el Ing. Raúl Montero, presidente de OSE en entrevista con El Observador el sábado pasado. Allí admitió que lo primero que hace al despertar es consultar el pronóstico de lluvias, la única variable fuera del control del Estado en la resolución del problema del ente que dirige. ¿Y qué ocurre con las que sí controla? Entre ellas se encuentran las fugas de agua que, según expresa el presidente de OSE, consiguieron reducirse de 1500 a principios de mes a menos de 1000 en los últimos días. “La meta es llegar a 500 en este mes”, sostuvo Montero.
Pregunta: ¿no debería ser éste uno de los objetivos primordiales y permanentes de una empresa de aguas? ¿Por qué debimos esperar a que dos millones de ciudadanos tuvieran que beber agua salada para acordarnos de reducir las fugas de agua? ¿Debemos resignarnos a que el abastecimiento de agua potable dependa de “la esperanza” de lluvias en la cuenca del río Santa Lucía? Si pronosticar la lluvia es lo mejor que puede hacer el directorio de OSE, ¿no será mejor dejar el ente en manos de Guillermo Ramis?
Un modelo de gestión similar se observa con el BCU. Mientras sus autoridades invierten tiempo y dinero en conferencias para teorizar sobre lo que sería una moneda de calidad, organizar torneos pseudointelectuales para promover el enfoque de género en el sistema financiero y promover una agenda de finanzas verdes reñida con las necesidades de un país agroindustrial, los objetivos centrales a su misión parecerían estar en manos de nadie. Nos referimos en primer lugar al atraso cambiario, que parecería haberse convertido en un problema de interés terciario. En segundo lugar, a las millonarias pérdidas en que viene incurriendo el BCU, que si bien han requerido una capitalización del Estado de US$ 1200 millones, no parecen inquietar demasiado al equipo económico. ¿Será que debemos anticipar una capitalización similar todos los años? ¿Qué tipo de agentes son los beneficiarios de esas pérdidas de la autoridad monetaria? Sería bueno saberlo, porque evidentemente alguien que no es la autoridad monetaria está ganando mucho dinero. Finalmente, cabe destacar el problema del endeudamiento familiar. Si el BCU hubiera dedicado una fracción del tiempo que dedicó a criticar el proyecto de Cabildo Abierto a presentar su propia alternativa viable, quizás el gobierno estaría ya hace tiempo trabajando en una resolución del problema. ¿Será que los uruguayos se tienen que poner “verdes” para llamar la atención de la intelligentsia que controla la Diagonal Fabini?
Miremos lo que ocurre con el Ferrocarril Central, cuyo plazo de entrega y costos se vienen estirando como un chicle, al tiempo que diferentes actores políticos empiezan a atribuirse responsabilidades, clara señal de que algo viene mal. Seguramente las autoridades actuales no pueden estar muy insatisfechas con el consorcio constructor, ya que dos de sus integrantes están siendo beneficiados con la casi segura construcción del proyecto Arazatí. Cuando pasemos raya del proyecto y los uruguayos sepan a ciencia cierta cuánto les terminó costando el “tren de UPM”, ¿a quién le tocará aparecer como Sullenberger frente a un panel de expertos para explicar lo ocurrido? ¿Cómo es que nos embarcamos en un proyecto que ya de entrada se sabía tenía serias fallas en su ingeniería?
Ante la evidente escasez de comandantes que sean aptos y tengan la voluntad de gestionar la cosa pública, los espacios de gobierno terminan siendo ocupados por aquellos que, disfrazados con ropajes de economistas austríacos, no logran ocultar su impulso por entregar bienes construidos con el esfuerzo acumulado de los ciudadanos para beneficio de algunos intereses privilegiados. Este es el Uruguay “verde” que nos espera si no empezamos a cuidar nuestros recursos, nuestra gente y nuestras empresas.
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