Bajo el estandarte de “Transformar el futuro a través de las energías renovables”, tuvo lugar a principios de esta semana el IV Foro de Inversión Europea en Uruguay. A primera vista este encuentro indicaría el interés de Europa en abrir un nuevo capítulo en su política de promover las inversiones de nuestro país en energías renovables. Pero esto no debe confundirse necesariamente con “inversiones europeas”. Probablemente un título más adecuado para la conferencia hubiera sido “foro de exportaciones europeas” ya que, más que inversiones, lo que Europa promueve es la exportación de bienes de capital, tecnología y servicios relacionados. De agricultura no se habla nada, por las dudas…
En efecto, mientras Europa promueve las energías verdes, Alemania y Francia dan marcha atrás con sus propias políticas de renovables. Si ya antes de la COP26, celebrada el año pasado en Glasgow, Europa exhibía una matriz energética mucho más dependiente de los combustibles fósiles que la de nuestro propio país, el conflicto en Ucrania solo aumentó más la brecha.
Prueba de ello es que hace un mes el canciller alemán Olaf Scholz apuró una visita de dos días por Arabia Saudita y otros países del Golfo Pérsico. El objetivo: asegurarse el abastecimiento de petróleo crudo y gas natural. Acompañado de una numerosa comitiva de industriales de su país, con esta visita Alemania debió hacer a un costado –al menos por ahora– su migración a las energías renovables y suavizar su retórica respecto a los derechos humanos.
Un mes antes, el presidente francés también había llevado adelante un viaje de naturaleza similar. Destino: Argelia, un importante proveedor de gas natural que hoy día abastece a España e Italia. El objetivo principal de Emanuel Macron era solicitar al gobierno de la antigua colonia francesa un “esfuercito” para aumentar la producción de gas. En el camino ofreció una tímida disculpa acerca del rol de Francia durante el período colonial, anunciando la creación de un comité conjunto de historiadores que supuestamente tendrá acceso a los archivos franceses sobre la guerra de Argelia. Acceso a energías fósiles a cambio de revelar la verdadera historia… toda una declaración de principios del país de la libertad, igualdad y fraternidad.
De modo que mientras Europa hace despliegue de su histórica generosidad ofreciéndonos transformar el futuro a través de las energías renovables, sus gobiernos compiten agresivamente por contratos de suministro de energías fósiles; proceso que incluso ha provocado grandes tensiones al interno de la Unión Europea, ya que los países del Mediterráneo no tienen la holgura fiscal para seguirle el tren de compras de energía a Alemania. Pero esto no es todo.
A mediados de año, la Unión Europea votó para seguir clasificando al gas natural y la energía nuclear como energías “verdes” o, en su definición más precisa, “actividades económicas ambientalmente sostenibles”. Con esto se habilita la liberación de miles de millones de euros en inversiones para esos sectores, condicionando la “transformación del futuro” energético a la cruda realidad actual del continente europeo, la cual se hizo evidente con el conflicto en Ucrania. De todos modos, la UE tiene hasta 2050 para cumplir su compromiso de reducir en un 55% las emisiones de gases de efecto invernadero. En el ínterin, Alemania está intentando a todo ritmo reabrir las plantas de generación a carbón que venía cerrando. Esto implica que mientras el mundo subdesarrollado sigue convenientemente atado a la agenda pergeñada por Davos, el mundo desarrollado –ante la “emergencia”– tiene grados de libertad no disponibles al resto.
Sorprendentemente, los múltiples actores y agentes que llaman a invertir en tecnologías renovables tienden a pasar por alto que Uruguay se encuentra conectado por un gasoducto a la Argentina, país que cuenta con una de las reservas de gas natural más importantes del mundo. ¿Si el gas natural es “verde” para Europa, por qué entonces no buscamos un acuerdo con nuestro vecino y socio en el Mercosur?
Algunos críticos alegan que con Argentina no se pueden hacer acuerdos de largo plazo. Eso no es así, y menos en el sector energético, ya que nunca tuvimos un problema bilateral referido a la gestión o la distribución de la energía producida en la represa de Salto Grande. Lo imperdonable sería que en un mundo en que todos corren detrás del gas natural, nuestro país se cierre a esta posibilidad que está a la vuelta de la esquina; mucho menos comprometernos a costosas alternativas que pueden dejar a nuestra producción fuera de mercado. Ya bastantes problemas de competitividad tenemos actualmente como para agravarlo con novelerías impuestas desde afuera para resolverle el déficit de cuenta corriente a Europa.
Debemos tener claro que Europa lo que busca desesperadamente es exportar sus productos, no necesariamente invertir en nuestro país; y si lo hace, es probablemente para asegurarse su imperiosa necesidad de exportar. No debemos confundir préstamos bancarios y multilaterales para adquirir equipamiento –la modalidad bajo la cual Grecia y el resto de los países del Mediterráneo acumularon gran parte de sus deudas– con inversión en capital de riesgo. Alemania sufre en la actualidad la pérdida del hasta hace poco muy lucrativo mercado de exportaciones a Rusia, al mismo tiempo que se ve afectada por las restricciones de OTAN a la venta de equipamiento sofisticado a China. Esto, unido al aumento en los costos de la energía, ha llevado a que Alemania haya visto prácticamente desaparecer ese superávit comercial criticado con frecuencia por Donald Trump durante su gobierno.
Lo importante es poder distinguir lo sustancial de lo superficial. La colaboración y el intercambio con Europa son siempre bienvenidos, especialmente teniendo en cuenta los importantes vínculos familiares y culturales que nos unen con el viejo continente. Pero no menos cierto es que es poco lo que exportamos a la Unión Europea, y sería mucho más saludable un intercambio comercial más equilibrado.
Lo absolutamente cierto es que tal como explica el Ec. Carlos Steneri en su última columna en El País, nuestro continente posee un abundante potencial de oferta energética excedente, sugiriendo que la integración energética del continente –y dice “continente”, no Cono Sur– puede ser uno de los ejes centrales para “potenciar formas de crecimiento más vigoroso y sostenible”.
En La Mañana tenemos la convicción de que hay que darle una chance a la integración regional. Capitular en el esfuerzo sería retornar a la época preartiguista, esa tan añorada por los doctores de Buenos Aires que hubieran preferido un príncipe europeo.
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